sábado, 16 de julio de 2022

HACIENDO LA ESQUINA HASTA MUY ENTRADA LA NOCHE

 


  Ayer por la mañana, y una vez más por cosas que a vosotros os importa una mierda, con perdón, pasé por esta esquina del final de la Avenida Gasteiz después de unos tropecientos años más o menos. No es una esquina cualquiera sino el escenario de uno de mis traumas infantiles. Resulta que por entonces, con no sé yo muy bien si 9 o 10 años, una tarde probablemente de Julio porque todavía estábamos en Vitoria en pleno verano, nos subimos al coche del viejo para ir a las piscinas de Gamarra, o puede que fuera al pantano de Ullibarri con las consabidas sidras en Landa o Ventafría y puede que a la vuelta en la Duna hasta el pollo asado o los perritos con ketchup y mostaza, amén de los cacahuetes y las jarras de cerveza a las que me dejaban pegarles un buen tiento por la cosa esa de la calor y el ambiente de relajo estival que todo lo inundaba. Pues bien, pues parece que aquella tarde me estaba poniendo más pesado que lo de costumbre, que si no quería ir a ninguna parte porque había quedado con no sé qué colega para golfear por la calle y así. El caso es que me debí poner tocacojones con ganas y el viejo me echó del coche a esa altura de la Avenida; ¿No quieres venir con nosotros? ¡Pues, ala, a tomar por culo!" Yo me quedé a cuadros justo en la esquina que aparece en la fotografía y sin saber muy bien qué hacer. Lo único que se me ocurrió fue quedarme en aquella esquina quieto a la espera de que vinieran a recogerme a la vuelta de las piscinas, el pantano, las jarras de cerveza en la Duna o de donde fuera. Pero, empezaron a pasar lo horas y no venía nadie. Hasta que se hizo de noche y seguía sin venir nadie a recogerme. Y así hasta ya entrada la noche que empecé a cavilar y me dije: "Me parece que ya no va a venir nadie; igual mejor me voy a casa..." Coño, pues fue llegar al piso de la Avenida, un porrón de portales hasta el nuestro en línea recta, y encontrarme el infierno de Dante nada más entrar en casa. Que a ver dónde cojones había estado, que cómo se me ocurría llegar tan tarde, que estaban ya a punto de llamar a policía, qué menudo disgusto tenían encima. Pues no recuerdo qué debí contestar en aquel momento, se supone que completamente indignado porque a mi entender eran ellos los que habían tenido que pasar a recogerme al mismo sitio donde se habían deshecho de mí hacía unas horas. En cualquier caso, digamos que si el viejo me puso el cinto encima cuatro o cinco veces en toda su vida, la de aquel día podía haber valido por dos o tres.


En fin, total que ayer volvía a aburrir a mi señora con la anécdota y esta noche, faltaría, he soñado que volvía a tener nueve o diez años y que estaba esperando en la esquina de marras a que vinieran a recogerme después de haberme tirado toda la tarde allí clavado con un poste del cable telefónico. Y en eso que ya ha anochecido, sigue sin aparecer nadie, y, de repente, que veo llegar, intuyo que desde el parque de Arriaga, una charanga que al llegar a mi altura descubro que es una banda de Jazz compuesta toda ella por negros con sus instrumentos de viento y acompañados por otros disfrazados como los indios esos que salían en la serie de Tremé ambientada en Nueva Orleans, una joyita en la que la música era el principal protagonista. Pues no niego que se me fueran los pies al ritmo de la charanga de marras, menuda marcha; pero, yo no me muevo de mi esquina por si al final llega mi viejo con el coche y al no verme me la monta buena, con cintazos y todo, y eso por haberse llevado un susto por mi culpa.

Pasa la charanga y yo sigo esperando en mi esquina. Al rato surge una cuadrilla de blusas beodos -y perdón por el pleonasmo- de la nada con su correspondiente charanga incorporada. Ya, por supuesto, no es lo mismo que lo de los indios de Nueva Orleans, así que ni me inmuto. Sigo esperando. Lo siguiente en aparecer es una compañía de Moros y Cristianos. Ahí ya no me preguntéis a santo de qué porque no tengo ni puta idea. No me muevo ni un milímetro de mi sitio. Y en eso que de repente pasa una cabalgata de esas de mulatas brasileñas como en los carnavales de Río de Janeiro. Lo único que pienso es que al final se van a despertar los vecinos de la zona con tanto jolgorio y la vamos a tener, que ya sabemos qué siesos son en esta ciudad con todo desmadre que no esté estrictamente estipulado por la tradición y en ese plan. Lo siguiente es un manifestación de sufragistas como las de principios del XX en el Reino Unido. De nuevo que no me pregunte nadie. A continuación pasa a toda velocidad delante de mis narices un tropel de atletas de esos del Ironman. Menuda pandilla de ciclados chiflados, con decirte que no sé si escupo a uno desde mi esquina.

Así qué ya me estoy preguntando que será lo siguiente cuando, de repente, que veo pasar a un montón de mozos vestidos de blanco con faja y pañuelito rojo, varios de los cuales me gritan: "¡Corre, no te quedes ahí, corre, que no te coja el toro!" Joder que si corro, como alma que lleva el Diablo nada más ver a una manada de morlacos que se dirige hacia mi al trote desde la salida a Bilbao. Corro hasta llegar a casa, vaya que si corro, como nunca antes en toda mi vida. Llego jadeando y con la fuerza justa para llamar al timbre de casa.


   

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