Llevo el coche al garaje y al llegar veo que un paisano septuagenario o así bloquea la entrada con su coche. Salgo de hablar con el encargado y me encuentro que el viejo sigue bloqueando el camino a la vez que jura por todo lo alto, entre cagüendioses varios y amenazas de sacar el Billy el Niño que lleva dentro, que mira tú qué referencia más rancia, como poco de sesión de tarde con peli de vaqueros en la autonómica, como que me juego el cuello a que los chavales del garaje no tenían ni puta idea a qué se estaba refiriendo el abuelete, y todo ello porque no le atendían a él primero. Yo alucinando, sí, por la paciencia del encargado del garaje y su compañero, Los cuales, en lugar de sacarlo a hostias hasta la acera de enfrente para luego una vez ya allí darle la preceptiva somanta de hostias, vamos, lo que me estaba apeteciendo hacer a mí, no sólo no sé le enfrentan ante la cascada de insultos e improperios que les dedica, sino que incluso procuran calmarlo por si le da un telele o algo así; admirable.
Luego camino hasta la parada del bus para volver a casa. Un trayecto que, al tratarse de un polígono podríanos denominar de "a tomar por culo", y, cuando llevo un rato ya sentado junto a un veintiañero, aparece un chungo de medio metro, todo fibra y voz cazallera con una litrona en una mano y una barra metálica en la otra. El caso es que el chungo deja la litrona en la esquina de la parada y cruza la carretera para ponerse a rebuscar en unos contenedores.
- ¡Os podéis creer lo que tira la gente?
- ...
- ¡Ya tengo una mochila para llevar más litronas!
- ...
El chungo regresa a la parada donde nos encontramos y empieza a darle la tabarra al chaval; se ve que mi cara de pocos amigos no le anima mucho a hacerne partícipe de sus chorradas.
- ¡Venga, chaval, pégale un trago!
- No, gracias.
- ¡Que le des un trago!
- ¿Te da asco o qué?
- Es que no bebo.
- "No bebo, no bebo"... ¿Pero cómo no vas a beber?
- SI TE HA DICHO QUE NO BEBE ES QUE NO BEBE. ¿O ES QUE NO ENTIENDES CUANDO TE HABLAN?
Nos libramos de una buena tangana porque justo en ese momento llega el bus y, después de media hora esperando, no es cuestión de dejarlo pasar. Ya dentro el chungo se pierde hacia el fondo del bus y yo me siento delante de una pava con la cabeza metida en su móvil y el tiktok a todo volumen.
Supongo que levanta la cabeza para averiguar quién la increpa y al verme decide quitar el volumen. Mi gozo en un pozo porque al rato se pone a jugar una partida de no sé qué... con el volumen de nuevo a tope.
- ¿EN SERIO?
- ¿Pasa algo?
No, no pasa nada porque entonces me acuerdo de la Teoría de la estupidez de Bonhoeffer por la que se aconseja no discutir con un estúpido a riesgo de acabar volviéndose loco ante la imposibilidad de establecer un diálogo racional con alguien que no atiende a razones. Por eso, y porque sé que si me pongo como me suelo poner, tengo todos los boletos para acabar siendo un señoro de metro ochenta y mucho que amedrenta a gritos a una indefensa damisela víctima del heteropatriarcado, opto por dejarlo pasar y mirar a la calle a través de la ventana.
Ahora me toca aguantar la musiquita hasta llegar al centro de la ciudad, donde no me queda otra que bajarme para emprender el camino de vuelta a casa subiendo y bajando una hilera interminable de cuestas, algo que tampoco me supondría mayor esfuerzo si no fuera porque he tenido que ir al garaje a la hora de comer y justo después de zamparme dos platos alubias con verduras, jamón y chorizo.
Así que llego a casa jadeando y lo único que se me ocurre contestar a mi señora cuando me pregunta qué me ha dicho el del garaje y por qué he tardado tanto es un estentóreo cagúendios, a decir verdad el más síncero y liberador en mucho tiempo.
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