Sueño que soy ya septuagenario y que mis hijos vienen a verme desde Fachilandia, donde viven dedicados a sus cosas y con sus respectivas vidas de mierda, como suele ser su costumbre dos o tres veces al año desde que su madre me dejó para irse a recorrer mundo con la mujer con la que ahora comparte su vida, cosas que pasan sin mayor trascendencia, c´est la vie, oh la, la. Vienen a mi ciudad para sacarme de la Residencia, que es el nombre del bar de debajo de casa donde paso la mayor parte del tiempo ahogando mis penas en cosechero y dando la chapa a los parroquianos a cuenta de lo que sale en la tele del bar o de lo que leo en la prensa digital del móvil, porque ya no hay otra; vamos, como solía hacerlo hace ya años a la gente del feisbuk, para llevarme a comer. Lo malo es que acostumbran a llevarme a un McDouglas's a comer, y no tanto porque pertenezcan a las generaciones analfagastronómicas que me preceden, que de qué con lo bien y de todo que han zampado siempre desde pequeños en casa y fuera, menudos sibaritas están hechos cuando quieren, sino más bien porque son unos putos agarrados y para de contar. También es verdad es que ambos tienen uno de esos trabajos donde además de cobrar una mierda tienen que dedicar parte del sueldo a pagar el impuesto por el privilegio de tener hoy en día una nómina que se ha sacado del forro de los cojones el gobierno de turno.
El caso es que encima me toca ponerme a la cola para ir a pedir al mostrador y he ahí que me encuentro a una señora rubia de edad ya madura de ojos azules, nariz de patata, papotes prominentes y gesto de infinito asco. Al principio no caigo porque el gesto en cuestión parece ser consustancial a la mayoría de mis paisanas, sea cual sea su edad y muy en especial en puestos de atención al público por la cosa esa de que en el capitalismo estamental en el que vivimos el currículo de cada cual, y eso por muchas carreras y másteres de rigor que atestigüé, poco o nada tiene que ver con el puesto de trabajo que se ocupa si no tienes quien te enchufe o has trepado desde lo más bajo cometiendo todo tipo de tropelías a tu alrededor. Empero, enseguida me percato de que la camarera me recuerda a una moza que salía hace ya hace ya unas décadas, y prácticamente todos los días y casi que a todas horas, en todos los medios españoles habidos y por haber.
- ¡Hostia! ¿Tú no serás la Princesa de Asturias?
En un primer momento sólo obtengo un silencio de hielo como toda respuesta, así que creo que he vuelto a pasarme como suele ser mi costumbre cada vez que me dejo llevar por la espontaneidad en el trato con las chavalas que trabajan de cara al público. Suerte que ahora sólo me ven como un viejo verde y pesado con el que ni siquiera merece la pena esforzarse en humillarlo con todo tipo de gestos despectivos y/o insultos.
- Era, era la Princesa de Asturias.
- ¿Cómo que eras?
- No se acuerda, buen hombre, que hubo una consulta popular después de que Isabel Diaz Ayuso ganará las elecciones y la gente acabara tan harta de ella y sus despropósitos que al final se convocaron nuevas elecciones y la coalición de partidos de izquierda y nacionalistas que las ganaron, dentro de su programa de hacer todo lo que más odiaba la Ayuso, propuso una consulta popular para que la gente pudiera elegir, por fin, entre monarquía y república.
- ¿Y?
- Y que aquí estoy yo.
- ¿Sirviendo hamburguesas de mierda? ¿Pero con todo el dinero que robó tu abuelo cómo no...?
- La familia renegó de mí después de que me liara con uno de Sumar?
- ¿Qué me cuentas?
- Sí, con el Ernest Urtasun, es que el chaval estaba para mojar pan. ¿O no es cierto?
- Ya, pero, ¿y qué haces aquí, por qué...?
- Pues eso, que me fui de casa para vivir la vida loca con el Ernest; pero, luego el muy cabrón me puso los cuernos no sé cuántas veces y lo tuve que dejar.
- ¿Y por qué no volviste con Felipe y la Leti?
- ¿Con esa bruja? Vamos, ni hablar. Me vine a Vitoria a casa de mi tío Iñaki y su churri Ainhoa con los que siempre me he llevado de puta madre porque lo pasamos genial poniendo a parir a toda la familia. Claro, había que echar una mano en casa, y como con mis estudios de la Academia de Zaragoza y la edad ya no tenía muchas salidas, pues...
- ¡Joder qué culebrón!
- Ya le digo. ¿Entonces una triple Cheeseburger o Triple Chicken Mayo con patatas y bebida mediana?
- Sí, sí.
- Tampoco se me emocione, caballero. Si fuera carne de wagyu; pero, como le diga con qué y cómo hacen aquí las hamburguesas igual se me vuelve vegano.
- Ya, sí, entiendo. Pero no es por eso, no. Me emociono de alegría porque es la primera que disfruto de verdad en uno de mis sueños viviendo la vida tal como me gustaría que fuera y no la pesadilla de rigor. Lástima que ya a mi edad...
- ¡SIGUIENTE!
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