viernes, 26 de enero de 2024

EL SUEÑO DE LA TECNOLOGÍA PRODUCE MONSTRUOS


    Resulta que el pasado domingo a la tarde estaba viendo con mi legítima una supuesta comedia francesa completamente absurda y a la larga tan aburrida que acabamos quitándola. Empero, en una de las escenas la pareja protagonista invitaba a cenar al jefe de él y su pareja. Entonces ya a la mesa el jefe contaba de que se había hecho un implante de pene porque el suyo ya no le rendía como antes de cumplir los cincuenta y algo. Sí, un pene mecánico que según contaba era una maravilla porque lo podías programar para que adquiriera la forma, esto es, largura y textura, a conveniencia. Y no sólo eso, porque el implante de no sé qué material fabricado en Japón mediante una combinación de diferente injertos de órganos animales y tejidos químicos, también se podía regular para miccionar a la hora que mejor le venía a uno e incluso la cantidad. Una maravilla de la tecnología que no para de sorprender. Como que creo que hasta tenía la opción de cambiar el color de la piel por la cosa esa de la fantasía de la pareja con los individuos de origen subsaharianos, o de cualquier otra parte, no vayamos a caer en discriminaciones por la cosa cutánea, que anda no hay pocos ofendiditos ni nada por ahí.

En cualquier caso, lo más llamativo de la película, porque el resto, como ya he indicado, resultó soporífero. No obstante, y como supongo que entenderán muchos de los varones que lean estas líneas, la cuestión del pene mecánico resulta algo verdaderamente desasosegante, turbador, para cualquiera con un mínimo de sensibilidad fálica. Así pues, cómo no pronosticarme a mí mismo la correspondiente pesadilla con el asunto tecnológico de marras a lo largo de la semana.
Y el caso es que he ido sorteando las noches sin caer en semejante pesadilla hasta esta noche. Al principio nada del otro mundo, una de esas noches en las que la realidad y los sueños parecen confundirse hasta que acabas despertando de golpe y lo que creías que era la vida real sólo era un segundo acto, un déjâ vu o cualquier otra cosa por el estilo.
En este caso se trataba del típico sueño recurrente de cincuentón prostático. Soñaba que me levantaba en mitad de la noche para ir al baño a descargar, y en esas que me bajaba el pantalón del pijama para echar mano a mi aparato reproductor, resulta que me encontraba...
(aquí aconsejo una pausa de varios segundos al objeto de generar algo de expectación antes de continuar con la lectura)
Pues no, no me encontraba con un pene hecho con celulosa microbiana, fibra de carbono, nanosilice, grafeno 3D, seda artificial de araña o cualquier otro material a la última, ni siquiera una polla metálica al estilo de las de las armaduras. Lo que me encontraba era que me habían injertado una merluza de un tamaño considerable, seis o siete kilos, y de anzuelo; esto último porque creo que iba incluido uno en plan piercing como los que se ponen algunos zumbados en el glande, dicen que porque luego les proporciona un cosquilleo cuando... Una merluza idéntica a la que vi esta semana en la pescadería y que luego confesé a mi pareja que me la habría llevado encantado si no hubiera sido porque ya tenía todo preparado en casa para unos garbanzos con sepia y langostinos. Sea como fuere, y como suele ser el caso siempre que tengo una pesadilla, me llevo el susto de mi vida. Tanto que no puedo reprimir la tentación de mirarme en el espejo a ver si es verdad lo que veo y no un espejismo como consecuencia de la falta de sueño.
Y en eso que miro al espejo y en lugar de reconocer mi careto me encuentro con el de Martín Berasategi, un tipo al que le reconozco todo el mérito que dicen que tiene, vamos, por pura convección y para de contar, pero al que no soporto como personaje televisivo, si bien tengo que confesar que esto es un problema mío con la bonhomía mediática o el "jatorrismo" sobreactuado. Pues no va el puto borono del asfalto y me suelta uno de sus odiosos: "¡GARROTE!" Suerte que entonces, y comme il faut, despierto de un grito y con éste a mi compañera de lecho, la cual, tras los consabidos juramentos en lenguas semíticas, se entrega resignada al psicoanálisis de madrugada.
- Entiendo lo del injerto del pene, también lo de la merluza; pero. ¿Martín Berasategi?
- Bueno, es que al llegar a casa de la pescadería no pude evitar la tentación de mirar recetas de merluza en youtube para la semana que viene, y claro, el puto Bera...
- Pero si dices que no lo soportas.
- Soy un hombre de contradicciones.
- Pues a ver si empiezas a quitártelas durmiendo tus ocho horas y así puedo dormir yo también las mías.

 

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