lunes, 26 de febrero de 2024

EL LADRÓN DE SUEÑOS


 

 Hoy le robo el sueño a mi madre, ella dice que pesadilla, pero tratándose de algo tan dulce como de lo que se trata yo no diría tanto. Resulta que como siempre se despierta cuando voy a sacar a su perra por las mañanas para que haga sus necesidades, suelo llevarla el primer café con leche de una larga sucesión a lo largo del día, momento en el que ella aprovecha para contarme sus pesadillas, porque no hay noche que no tenga una, que digo yo que ahí he sacado tanto mi sueño a trompicones y atormentado con mil una pesadilla como mi afición a contarlas luego al prójimo.

Pues bien, hoy me contaba que había soñado que corría detrás de una infinitud de tabletas de chocolate que se deslizaban por una ladera hacia el mar donde, una vez allí, se fundían en lo que ya era una inmensidad líquida marrón. También decía mi madre que lo mejor de todo es que se veía corriendo detrás de las tabletas, ella que ahora va a todas partes con muletas o tacataca, que a la calle sale siempre en silla de ruedas porque no se sostiene. Eso y que no entendía ese empeño en impedir que el chocolate se le escapara de las manos para ir a parar al mar cuando a ella nunca le ha gustado el chocolate, algo de lo que da fe su hijo mayor, o sea, moi-même.
Así pues, y puestos ya en plan psiquiatra vienés de confesión judía a caballo entre el XIX y XX y obsesionado con el sexo, he llegado a la conclusión de que, puesto el chocolate no le pone nada, el sueño sólo puede estar relacionado con las ganas infinitas que debe tener de que la devolvamos a su casa en Vitoria con el fin de poder entregarse a la pasión de su vida, la limpieza de la casa, que ya sabemos que el chocolate, junto el vino tinto, es de lo que más mancha y más cuesta limpiar. Y también en especial porque aquí en la nuestra se cuida mucho de decir nada al respecto, pero, anda que no debe estar sufriendo poco ni nada la mujer viendo con qué relajo nos tomamos el tema, siquiera ya sólo en comparación con la que es su costumbre, limpieza general prácticamente a diario, que yo bien podría decir que he crecido en un exposición de muebles de cara al público, vamos, como si la casa fuera más para enseñarla que para vivir en ella, todo siempre impoluto, la patena famosa de los coj... chorros de oro, como que es ver una apenas perceptible mota de polvo sobre cualquier mueble y ponerse casi al borde del infarto la pobre mujer.
Pues eso, ya sé que es un psicoanálisis muy de barbecho y así; pero, es que yo veo sufrir a la pobre mujer cuando posa su mirada sobre cualquier estantería de la casa, no te digo ya si la desvía hacia los cristal que limpié el pasado domingo con la misma dedicación o interés con el que atiendo las llamadas telefónicas de un agente de banca, bueno, en realidad de cualquiera, y sé que sufre y mucho.
Luego ya si hay algún siquiatra de verdad en la sala; pues, oye, mientras me salga gratis.

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