Me dice mi compañera del alma y olé, nada más levantarse de la cama, que anoche parecía que me hubiera pasado una apisonadora por la cara. Me lo dice extendiendo la mano para alcanzarme el paracetamol que ha debido buscar nada más escuchar mis quejidos de buena mañana. No es para menos, he pasado una noche horrible, para no variar. Me he despertado de golpe a eso de las cinco de la mañana. He tenido una pesadilla de lo más ridícula, también para no variar.
Resulta que íbamos en coche hacia el pantano de Ullibarri, y justo a subir la cuesta de la presa para bajar hacia el pueblo de Uribarri-Ganboa, nos encontramos a un tipo tirado en mitad de la carretera. Aparcamos a un lado, me acerco hasta el tipo mientras mi compañera se queda en el coche para evitar que los críos se bajen con el fin de saciar su curiosidad- Por si acaso, nunca se sabe las tretas con las que los criminales pueden echan a perder una jornada dominguera a una familia humilde y decente como la nuestra.
Sí, todo muy heteropatriarcal, en realidad muy como si yo fuera mi padre, mi compañera mi madre y nuestros hijos mi hermano y yo. Veo que el tipo está tirado boca arriba con los ojos abiertos, vivo. Le pregunto a ver qué hace. Me contesta que tomando el sol.
- ¿En mitad de la carretera? - le grito.
- ¿Por qué no?
- ¿Pero no te das cuenta de que casi no te vemos, que no te hemos pasado por encima de puro milagro, que nos podías haber arruinado la vida?
El sujeto yacente hace un gesto como de importarle tres cojones lo que le digo.
- Aquí se está de puta madre y no me pienso levantar.
Reparo en que el tipo tiene unos treinta y pico tacos, compresión atlética y el típico careto de pánfilo de los que se pasan el día haciendo deporte para evitar a toda costa que les venga una idea a la cabeza. Vamos. un careto y sobre todo unas pintas como para ElConquis de la ETB2.
-¿Te vas a levantar de una puta vez?
-¿Para qué? Ya te he dicho que aquí se está de cine.
- Mira, voy a llamar a la policía -entonces me vuelvo hacia mi mujer para que me alcance el teléfono que he dejado en el coche.
Al rato me veo llamando a los Miñones -sí, sí, no a la Zipaiantza, que sería lo suyo, a los Boinas Verdes, a los GEO o a los Rangers de Texas, no, sino a la policía foral de uniforme de caqui y boina roja que entonces "apatrullaba" las carreteras de mi provincia y que hoy en día adorna la entrada al palacio de la Diputación Foral o algo así. Todo como si estuviéramos de vuelta a los años setenta o algo por el estilo. Como que no me extrañaría nada ir vestido en el sueño con pantalones de pana de pata ancha, camisa estampada con los botones desabrochados luciendo la pelambrera del pecho, e incluso tupe y patillas. Todo muy a lo Cuéntame y así.
- Buenas. Llamo para denunciar que hay un tipo tirado en mitad de la carretera que va hacia Ullibarri-Gamboa.
-...
- Pues justo a la altura de la presa. Pasado el desvío hacia la playa nudista.
-...
-¿Cómo que dónde hay una playa nudista? -se me olvida que estamos en los setenta aunque yo me manejo como si siguiera en mi época.
-...
- ¿Que si me gusta enseñar la pilila al aire libre? ¿Qué tipo de pregunta es esa?
-...
- ¿Las coordenadas exactas? ¡Ya le he dicho que...! No, no puedo darle más datos. ¡Qué punto de referencia ni qué hostias! -ya he empezado a cagarme en todos los muertos del puto txapelgorri.
Siento una impotencia inmensa. Soy más de ciudad que una pelea a navajazos entre bandas de diferentes barrios, así que más allá del monte tal, el río, arroyo o meadero cual, si eso entre una aldea y otra, para mí todo lo demás es el "campo" a secas y para de contar. Empiezo a perder los nervios y ya me veo levantando la voz como cuando la semana pasada en la oficina de Correos le tuve que explicar al funcionario de turno, el cual a su vez había cometido el error garrafal de levantarme la voz y pedirme de malos modos que me apartara de la entrada para dejar salir a la gente, como si no me hubiera apartado antes yo solito, que la próxima vez que se dirigiera a alguien lo hiciera con el mínimo de educación que se espera de un funcionario público, en realidad de cualquier persona con dos dedos de frente: "Disculpe, buenos días, sería tan amable de..." Pero, bueno, tampoco la cosa fue a mayores dado que enseguida me doy cuenta de que debe haber sido un lapsus por parte del funcionario; a nadie en sus cabales se le ocurre, si no es por error, ofender a un tipo que mide metro y ochenta mucho con una compresión torácica de esas para repartir hostias como panes con una mano y con la otra bombonas de butano.
Entonces me despierto de un salto, tirón hipnagógico que dicen los matasanos que leyeron de verdad los libros de su carrera. Son las cinco de la mañana. Me duele la cabeza a rabiar. Voy al baño a evacuar. Creo que oigo voces a mi alrededor. Enseguida me percato de que es el ruido de las ventosidades resultantes de la deliciosa ingesta de fabes con almejes que preparó ayer para comer la persona que en ese preciso momento ronca al otro lado de la cama. Por suerte hoy ya me toca a mí algo más ligerito, una lubina al horno con su cama de patatas, tomate y un sofrito de ajos con vinagre y perejil. Qué ganas tengo de que deje de llover ahí fuera.
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