miércoles, 6 de octubre de 2010

AUTOBOMBO


Que resulta que cuando estuve en Caracas un primo mío me llevó a un restaurante por el Águila que ya cuando llegamos me dijo que lo regentaban unos etarras muy simpáticos, pintorescos incluso, y aunque no cenamos y nos limitamos a tomar unas Polares en el interior de aquel local, que no era nada del otro mundo, más bien tirando a chigre o txiriboga de por aquí, acaso la fama, el morbo, nada excepto alguna que otra fotografía y un escudo tremendo en madera de Euskal Herria anunciaba quiénes eran los que lo regentaban, qué oscuras biografías que no estuvieran a mano en cualquier hemeroteca. Se hablaba mucho en Venezuela de etarras, de cómo entraban y salían como Pedro por su casa del Centro Vasco de allí, de que si prácticamente vivían a papo de rey y no precisamente a partir de la llegada de Chavez, ya el inefable Carlos Andrés Pérez parecía que los utilizaba de moneda de cambio con su amigo y colega del alma español, Felipe. También se hablaba mucho de un tal Ezponda y su tortilla a la ETA. Que resulta que también hablaban mucho unos vecinos y conocidos de su hijo extraditado a Cabo Verde, hablaban los padres como el que no quiere enterarse de nada, de que si no había derecho, la culpa siempre era de otros y no digamos ya del pérfido estado español y sus poderes fácticos, para no variar, que poco más que lo habían inducido a meterse a correveidile de la banda, a hacer labores de intendencia para el posterior asesinato de gente siempre inocente. Otros también hablaban de éste y su primo, pero no precisamente para glosar las vacaciones pagadas que se estaban pegando en el archipiélago africano. Que resulta que entre una cosa y otra, de las que vi siquiera de pasada, que me contaron uno y otro de de éste y aquellos y que luego ya yo pasé por mi filtro, entre la documentación acerca de las actividades hosteleras de varias camadas etarras en Montevideo. Aquellos sí que se lo habían montado bien, sí que hacían dinero, como que tenían a medio país engañado, en Venezuela no pasaban de exóticos; los etarras, los vascos no, esa ya es otra historia. Con todo esto y también los perfiles de un tipo u otro que hacía tiempo que me rondaban por la cabeza, más o menos cercanos, ya lo fueran sólo por formar parte de mi paisaje más inmediato, más o menos representativos, siempre verídicos, lamentablemente reconocibles, con mi estilo o falta de, pero siempre con la ironía y la mala leche como combustible, acaso también con algo de melancólica condescendencia, pues que resulta que con estos mimbres y las imprescindibles dosis de imaginación, perpetré la novela cuya portada encabeza la entrada y que figura a un lado de este blog. Una novela con etarras en Venezuela, una novela con más fondo del que quisieran algunos, con menos hipérbole de la que parece, no sé yo si con toda la rabia que merece. Una novela por lo que se ve de actualidad, y mucho.

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