lunes, 4 de octubre de 2010

LECCIONES BALOMPÉDICAS


De entre la lectura de tanto sesudo, acreditado y no poco sectario artículo de uno y otro signo que me impongo por la cosa esa, irremediable, incurable, de la letrafagia que le aqueja a uno, y la cual sólo gracias a Internet y la generosidad de los bares impide que acabe ya definitivamente en la ruina, si hay un autor cuyo trabajo realmente me complace, me divierte incluso y no es poco, ese es el de John Carlin en su columna dominical de la sección de deportes.

Exacto, de deportes, y más en concreto la futbolera pura y dura, ¡oh, sacrilegio! Jonh Carlin es suficientemente conocido. Un inglés trotamundo con un vínculo muy especial no sólo con España sino con lo hispano; su español, por cierto, es increiblemente perfecto. Es autor de la también célebre novela-reportaje "INVICTUS", la cual creo traducida como "El Fáctor Humano" (aprovecho para sugerir que los editores incluyan una nota del traductor en cada trabajo suyo para explicar los criterios de sus cambios de título, a veces uno, pedante de las narices que lee habitualmente en algún que otro idioma, y traductor también por narices, se queda verdaderamente pasmado con las libertades que se toman algunos con el original), una maravillosamente bien narrada crónica del proceso por el cual Mandela consiguió valerse del rugby, tan amado porlos afrikaners como odiado por el resto de los sudafricanos, para crear un clima -en su momento climax- de confratenizacíón entre etnias, razas y lo que se quiera (un libro que luego más tarde el genial Clint Eastwood convirtió en su peor obra cinematográfica al aceptar el encargo de llevar a la pantalla un guión basado sólo en menos de una cuarta parte de la última mitad del libro de Carlin, lo relacionado en exclusiva con el equipo de rugby y de un modo harto empalagoso, previsible y sobre todo descontextualizado).

El caso es que los artículos de Carlin son una delicia porque con la excusa, o no, de comentar los pormenores, bien que menores por mucho que nos guste, del fútbol y sus contornos, siempre se acaba sacando lecciones sobre lo divino y humano; al fin y a cabo, el fútbol no deja de ser con toda su inanidad circundante uno de los escenarios más populares y recurrentes donde se representa la comedia de la vida con todas sus variables.

Así pues, en el artículo del domingo Carlin comentaba su estupefacción ante el hecho de que un trayectoria tan dispar al comienzo de liga como la del Madrid y el Barça susciten por parte de sus respectivas aficiones unas reacciones tan dispares en comparación a lo que ocurriría, u ocurre, en su páis con el Chelsea y el Liverpool en una tesitura similar. O lo que es lo mismo, cómo se entiende que aún ganando todos los partidos el entrenador del Real Madrid, el portugués Mourinho que juega a a hacer creer al personal que está encantado de conocerse a sí mismo, sea abrumadoramente denostado por los realistas y en cambio, Pep Guardiola, bé maco e amb tot el seny que volguem, no reciba ni la más mínima por el errático comienzo de liga de su equipo. Carlin no duda en achacarlo al carácter de los españoles, esto es, a cómo nos ve él desde el cariño y todo lo que se quiera:

Lo fascinante es que exista un consenso general en España sobre esta cuestión. Es fascinante porque la palabra "consenso", salvo como concepto abstracto, es desconocida en estas tierras. España se define por el antagonismo, la fractura, la crispación. Pero en el terreno donde se supone que existe más división, la rivalidad Barça-Madrid, de repente hay acuerdo. El público y la prensa madridista, salvo contadas excepciones, cuestiona a Mourinho y admira a Guardiola. Igual que el público y la prensa barcelonista.

Y yo me pregunto si esto, que algunos intuimos o padecemos desde hace mucho, debe ser muy, pero que muy, evidente visto desde fuera. A ver si va a ser el verdadero rasgo de la identidad hispana que nos iguala a todos sin excepción.

En Inglaterra, cuando estaba Mourinho en el Chelsea, había más matices. Y también más coherencia. Si eras del Manchester United, venerabas a Ferguson y detestabas a Mourinho -y a Wenger y Benítez-. La afición del Chelsea adoró a Mourinho. Decía ayer un abonado de toda la vida de Stamford Bridge que la mañana en que los fans se enteraron de que abandonaba el club reaccionaron como cuando oyeron que habían asesinado a Lennon o a Kennedy. "Fue un momento icónico atroz", explicó el amigo del Chelsea.

Quizá las cosas acaben igual con Mourinho y la afición del Madrid, pero hoy costaría creerlo. Quinientos años de absolutismo católico han dejado su huella en los hábitos mentales de los españoles, sean o no creyentes. Relativizar es cosa de paganos. Hay buenos o malos. Se santifica o se demoniza. Los grises son cosa de guiris.


Y como no puede faltar el fino humor inglés, la coña un tanto displicente, como el que no quiere la cosa, pero siempre molestando lo justo, ahondando en esa sospecha de que la verdadera seña de indentidad que iguala a todos los españoles no es otra que nuestra incapacidad innata para los matices.

Pero no hay mal que por bien no venga. La llegada del anticristo portugués a tierras españolas podría tener un valor a largo plazo incalculable. Puede ser que estemos, por fin, frente a un fenómeno que una a los españoles -el jamón ibérico sería otro, evidentemente, pero hasta ahora no ha funcionado-. El paso de Mourinho por España podría acabar superando incluso sus gigantescas expectativas. Junto a Guardiola, cuya virtud Mourinho el Malo enaltece y expande, podría acabar siendo el factor aglutinador nacional más importante desde tiempos de los Reyes Católicos.


Entretanto, y sin salir del circo balompédico, este fin de semana nos ha dejado en el terreno de lo épico la reconciliación del héroe Cristiano Ronaldo con los dioses de su Olimpo particular, su entrenador de revancha contra el mundo con corte de manga incluido, y en de lo trágico al campeón otra vez de espaldas a su gloria, y la moraleja de que por muy alto que hayas llegado en lo tuyo desde lo más bajo y lo mucho que te apliques para mantenerte ahí, como en el caso del tunecino Ben Arfa y estrella del Newcastle, la fatalidad, o en su caso una baraka bien chunga, siempre puede cebarse sobre ti en forma de karateka holandes, ese tal De Jong que en su momento casi le parte el pecho a Xabi Alonso durante la final del pasado mundial.

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