El viernes a la noche me llevan L y B de pintxopote por Zaramaga. Me encantó, ya conocía, cómo no, la gran ocurrencia de los hosteleros de mi ciudad para afrontar la crisis, esto es, un día a la semana todos los bares de una zona cobran 1€ o 1,5€ por un pote (un txikito o un crianza, zurito o caña...) y un pintxo de lo que tengan a bien. Como la idea ha sido un éxito -¡no va a serlo, más en estos tiempos de crisis en los que potear como antes casi te supone dejarte el sueldo en el vicio¡-, pues la cosa ha cundido y ya no es que se haya extendido a la mayoría de los barrios de la ciudad, que haya incluso una página web que te informa debidamente de dónde se celebra, cuándo y cómo a lo largo de la semana, http://www.pintxopote.net/, sino que tambien lo ha hecho al resto de la provincia y territorios no sólo vecinos y hermanos, sino incluso también a Bilbao. De hecho, más que una manera de capear el temporal este del que hablamos a todas horas y en todas partes, se trata más bien de la salvación para miles de pobres gentes que casi se habían visto obligadas a renunciar al rito sagrado del poteo, asunto grave de veras, pues es bien sábido que por estos pagos salir a tomar unos potes con los colegas para echar unas risas y, por lo general, ponerse hasta el culo de cualquier líquido elemento, no sólo es el modo genuino que tenemos de relacionarnos en sociedad, sino sobre todo la principal válvula de escape en medio de lo soporífero o tortuoso de nuestras anodinas existencias.
Algo así me ocurría el viernes después de una larga semana de trasiego entre un hospital y otro, semana de caminatas con nieve, lluvia y viento polar, de..., bueno, que para el viernes ya estaba hasta los mismísimos cojones. De modo que no es que me apeteciera irme de pintxopote, pero del de verdad, no el que hago con mi señora los sábados a la mañana por el centro, que eso es más bien ir de pintxoidiota por lo caro que nos salen las dos o tres rondas que nos permitimos, sino que lo necesitaba, como que casi pillo a un médico por el pasillo del hospital para que me lo prescribiera. Y me gustó, vaya que sí, sobre todo por el ambientazo que había en Zaramaga, barrio obrero famoso por los sucesos del 3 de Marzo y muy suyo él. Los bares estaban a tope, había que darse de codazos para acercarse hasta la barra, como en los viejos y buenos tiempos, como en fiestas más bien. Pero de eso se trata, de hacer amigos a empujones, antes casi era la única manera que teníamos de ligar o amagar con hacerlo; ¡uy, perdona que te haya tirado el kalimotxo por encima, me llamo Txema y estos son mis amigos, ¿de dónde sois vosotras?, nosotros de Bilbao, acabamos de llegar." Pero lo mejor la variedad de la fauna concentrada dentro y a las puertas de los locales, esto es, de todo un poco como en botica, desde txapelas con sus abueletes o moños con sus amamas, a veintiañeros con aires suburbiales y mucho pearsing y tatuaje por todo el cuerpo. Gente además de todas partes de la ciudad, todos como locos al reclamo de un poteo barato, como los de antes, si vas tres comes y bebes por menos de diez euros por cabeza, nueve potes por barba, lástima que la calidad del vino dependa de lo legal que sea el dueño de cada garito, así como la calidad del pintxo del morro poco o mucho que le echen en la cocina, que llamarle también pintxo a media salchicha metida en un pan o a una croqueta congelada... Pero bueno, sibarita que es uno, según me han dicho luego parece ser que en la calle Gorbea, en Zabalgana, Salburua, Ariznabarra, Lakua-Arriaga, Judimendi o en el Ensanche, se lo curran más, y también lo cobran, 1,5€.
En cualquier caso, entre vinos, pintxos y risas nos hicimos la noche hasta que cerraron los bares, bien prontico, lo justo también para volver a casa contentos y echándonos pedos, vamos, plétoricos. Una gozada porque si hay una cosa que echo de menos en mi exilio asturiano eso es el poteo, quedar con los amigos a pegar la hebra, echar risas, arreglar el mundo, todo ello mientras deambulas de un bar a otro trasegando líquido elemento en menos de diez minutos en cada bar. Parece una bobada y lo será, pero así son las cosas, así hemos crecido, yo el otro día hasta me emocionaba abriéndome paso hacia la barra a empeñones. No es para menos, cuántos recuerdos, me apostaba sobre la barra, intentaba llamar la atención de la camarera haciendo todo tipo de aspavientos, recibía la respuesta borde de rigor de ésta, que si no ves que hay cola, que una no tiene cuatro manos, que si no se va a acabar el vino. En fin, lo de siempre, no hay nada como que lo maltraten a uno para sentirse en casa.
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