Mañana en el Buesa Arena, vamos toda la familia con la excusa, nimia de narices, de que al mayor le gusta el baloncesto, que como entrena dos días todas las semanas, y que la última vez que vio al equipo de la ciudad de su padre palmarla en la semifinal de la Copa del Rey se lo pasó teta de la emoción, pues oyes, qué mejor que vea un partido de profesionales en directo, en este caso, faltaría más, el mejor equipo del mundo, el Baskonia, contra un equipillo manchego, un tal Real Madrid Basket. Estamos en uno de los pabellones de baloncesto más grandes y modernos de Europa, un ambientazo del copón. Empieza el partido, el Baskonia se pone por delante y así durante la mayor parte del partido. El mayor que no para de hacerme preguntas, que a ver quién son esos del chaleco verde, pues periodistas, los de rojo, pues auxiliares de campo, los de naranja, pues empleados de Orange..., perdón, de Euskaltel, que a ver cómo se llama la cabra que tienen de mascota, yo que no es cabra sino cabron, un tal Aker. Y así sin parar como tiene costumbre cuando se emociona. Suerte que tiene un padre que responde presto y complacido a sus interrogantes, y eso que estoy a punto por momentos de quedarme sopa en el asiento, que uno ya tiene sus años y, al contrario de la juventud alegre y combativa de Indar Baskonia que ocupaba parte de las gradas, la cual parecía venir de empalmada, el cosechero de anoche en el Erkiaga junto con los preceptivos patxaranes para acompañar a mi amigo L en sus vicios, me han dejado para el arrastre, como que me he pasado toda la noche sin pegar ojo dando vueltas solo en la cama que era de mi hermano, comiéndome el tarro todo el rato con la angustia vital esa que arrastro este fin de semana entre lo de un progenitor y lo del otro, que apenas puedo reconciliar el sueño sólo con pensar que mañana lunes tendré a mi padre ingresado en un hospital del centro y que a la tarde tendré que acompañar a mi madre para que la ingresen en otro casi a las afueras para que la operen al día siguiente, ya me provoca pesadillas relacionadas casi todas con la cosa de la logística y ya de rebote también con las estadísticas esas de las operaciones y cosas de ataudes. A esto hay que añadir que encima he madrugado para bajar a Vitoria a hacer un recado, pasarme luego por el hospital a ver a mi padre antes de salir corriendo de nuevo hacia casa para recoger a la familia, salir de nuevo escopetado en dirección hacia Zurbano, y una vez allí, o mejor dicho, tras aparcar a un par de kilómetros antes por si las moscas, que estaba todo petado de coches para cuando nos íbamos acercando, arrastrar los niños hasta la taquilla del estadio sin saber si todavía iba a haber entradas. Pero no importa, la deliciosa curiosidad infantil de mi hijo mayor me tiene ocupado casi todo el partido y apenas me acuerdo de Morfeo entre una canasta y otra del Baskonia. Vamos, como que me da tiempo hasta para ponerme estupendo con el crío en plan; "padre revelando a su retoño los misterios de la vida". O dicho de otra manera, que me da por ejercer de filósofo de barbecho con mi hijo mayor mientras vemos el partido. De ese modo, me descuelgo con la tremendidad esa de que un patido de baloncesto, como de casi cualquier otro deporte, viene a ser una metáfora de la vida. Así pues, unas veces se ganan y otras se pierden, por supuesto; pero, eso sí, si de verdad quieres ganar tendrás que dar lo mejor de ti mismo, prepararte, entrenar, todo lo que puedas, y ya una vez sobre la cancha procurar ser mejor que tu adversario. Y en cualquier, caso, si por lo que sea el otro te supera, no desfallecer nunca, never surrrender, si no puedes con tu adversario al menos hazlo contigo mismo, lucha hasta el final, jamás tires la toalla, no le des el placer al otro de verte vencido de antemano, la partida no se acaba hasta el último minuto. Y en lo referente al partido de esta mañana, he ahí el ejemplo de cómo el esfuerzo y la constancia resultan imprescindibles para salir victorioso, a lo que había que añadir la constancia, pues por mucha ventaja que estuviera sacando el Baskonia durante todo el partido al equipo manchego -ha habido un momento en el que han llegado a sacarle veintitantos tantos- no bajaban la guardia ni por asomo. Jamás, jamás, hijo, hay que vender la piel del oso antes de cazarlo, vamos, como te relajes, date por jodido. Pero no hay cuidado, siempre que las cosas se hacen bien se optiene una recompensa, en este caso la victoria. Y la del Baskonia era más que evidente, justa y casi que hasta rutinaria, resultado del savoir faire ese de un equipazo y la tremenda afición que lo anima. Pues eso, así de claro estaba el partido a imagen y semejanza del orden del universo, el ciclo de la vida, la cuenta de la cena en el Erkiaga y demás grandilocuencias al uso. Así hasta que, de repente, a menos de diez minutos del final del partido, en una de esas remontadas relámpago, va el Real Madrid y empata con los nuestros. A partir de ese momento el despelote adrenalítico, emoción por todos los poros, que se adelantan, joder, que se adelantan, pero si ya lo teníamos ganado, cagondioses por todo lo alto. Pero bueno, más moralejas que sacar del juego para la educación sentimental de mi retoño. En la vida, hijo, todo puede dar vueltas, ésta te da muchas sorpresas y hay veces que cuando menos te lo esperas te encuentras en una tesitura que no esperabas, a saber si porque de repente todo lo que te salía bien antes empieza a ser una sucesión de cagadas, como era el caso, o porque justo en ese momento van los astros y se alinean para joderte la vida con la ayuda de un árbitro cabrón carne de paredón. Pero no hay que rendirse nunca, hay que batallar hasta el último segundo, sólo entonces, cuando ya quedan menos de tres minutos y el Real Madrid se adelanta con los mismos triples que falla nuestro equipo, cuando pitan final de partido y todo el mundo se echa las manos a la cabeza, cuando empiezan a caer objetos a la cancha y se pide desde los altavoces que por favor no perdamos la deportividad porque eso no va con nuestro carácter, ahibalahostiapues, cuando mis dos hijos empiezan a escuchar a todo el público corear a gritos esas palabras y expresiones que les dice su madre que los niños no deben repetir para no parecerse al malhablado de su padre, cuando me veo en el brete de tener que explicarle al mayor el significado de ciertos cánticos de terruño heredados de los viejos tiempos de botes de humo y pelotas de goma, sólo entonces puedo concluir a modo de reflexión final y siempre a exigencias de mi hijo mayor, que sí, oyes, todo tiene su moraleja, y la que podemos sacar de este partido no es otra, hijo mío, que la vida, lo mires por donde lo mires, es una puta mierda, qué hostias.
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