Siempre me han fascinado los entusiastas de la Revolución Cubana. Me refiero a aquellos porfiados e irreductibles de la izquierda más pura que la nieve del Kilimanjaro para los que Cuba ha sido algo así como el paraíso de lo suyo aquí y ahora en la tierra, y por supuesto que para ellos como mucho durante una temporada, esto es, con todo incluido, hotel y piscina, la billetera a rebosar, el visado en orden, mucho mojito en la Bodeguita y daikiri en el Floridita, vamos, todo en ese plan tan a lo ya está acá de nuevo ese que dice ser Hemingway... Sí, lo más parecido a la utopía de toda una vida de pureza ideológica frente a los revisionismos varios del prójimo vendido al capital hecha realidad. Eso si no hubiera sido por el bloqueo americano, la Guerra Fría, la Caída del Muro, las malas artes de la gusanera desde Florida, el calor del trópico, las zafras desastrosas, los rigores del entonces vigente Periodo Especial o cualquier otra excusa por el estilo para justificar como sea esos pequeños defectillos o contradicciones de un sistema que ya desde la llegada de los barbudos a la Habana desde Sierra Maestra empezó a dar síntomas de no tolerar disidencias, de ser incompatible con la democracia como se estila en las pérfidas democracias occidentales, y por ende también con esa cosa tan miserable y antirrevolucionaria que se denomina libertad individual, libre albedrío, derecho a pensar por uno mismo y todo en ese plan, esto es, esas cosas que tanto molestan a los iluminados por la fortuna para salvar al resto de sus congéneres del correspondiente pecado original y por el estilo.
Fascinante como cuando me tocó ir a cuba hace la tira de años con un tipo por descarte, porque los amigos con los que iba a ir en un principio se rajaron por una u otra razón y éste era el único que quedaba a mano para no ir solo. Y mira tú por dónde, me tocó un sindicalista de CC.OO que lo primero que hizo al llegar a la Habana fue comprarse un póster del Ché que llevaba debajo del brazo a todas partes y al que había que haberle visto verter sus lagrimitas cuando ya a altas horas de la noche, o lo que es lo mismo, con las correspondientes dos o tres botellas de Ron Havana Club Añejo 7 Años vacías encima de la mesa, aparecían los músicos que animaban a los turistas en la terraza del Hotel Nacional y se ponían a tocar la de: "aquí se queda la clara /la entrañable transparencia /de tu querida parecencia /COMANDANTE CHÉ GUEVARA. Tremendo, no había pasado tanta vergüenza ajena en mi vida.
El caso es que el chaval estaba como en una nube. No me pregunten por qué, ya que lo que yo veía debía ser algo muy distinto de lo que se desplegaba ante sus ojos, si es que no caminaba más por las nubes que por el asfalto del Malecón habanero o alrededores de la Casa de la Trova en Santiago. Digo que donde yo veía una ciudad medio que se caía a trozos y sin más comercio que el negro a través del cual los habaneros procuraban "resolver" la jornada lo mejor que podían, tiendas desabastecidas, viejas galerías comerciales en ruinas, paladares y otros negocios semiclandestinos u otros que no lo eran pero con todo tipo de restricciones, una economía doble en la que los que manejaban "fulás" constituían una clase privilegiada que se abastecía en tiendas especiales donde encontraban de todo a cambio de la divisa del enemigo y siempre en contraste con la mayoría que sobrevivía con su cartilla de racionamiento de toda la vida y el infravalorado peso cubano como toda retribución por sus respectivos trabajos, eso de no hacerlo en la administración o el turismo, una mayoría de cubanos que tenía restringido el acceso a hoteles, playas, locales nocturnos, etc, todo ello reservado en exclusiva para los cerdos capitalistas occidentales que los visitaban en masa y que en una gran parte lo hacían con el sexo jinetero como principal reclamo, él veía un pueblo que resistía ahora y siempre al bloqueo americano, depositario de una pureza ideológica como en ninguna parte del cada vez más mermado bloque socialista, en resumen, que rechazaba someterse a la tiranía del libre mercado y los vicios degeneradores para la dignidad humana de la supuesta democracia con la excepción de cuatro culos de mal asientos, quintacolumnistas al servicio de la gusanera de Miami, criminales cuyo principal delito había sido disidir de las consignas oficiales, gubernamentales y demás mandangas revolucionarias.
Digo que sólo podía ser así porque, incluso en casa de los familiares cubanos de unos primos míos, cuando el padre, un médico que nos contaba las miserias de su experiencia en combate durante esa Guerra de Angola de la que nadie podía hablar abiertamente en Cuba porque casi como que no había existido y afirmar lo contrario era también contrarrevolucionario, cuando la mujer de éste nos contaba la picaresca diaria a la que se veía obligada para resolver cosas tan sencillas y lógicas en nuestro mundo pero que allí resultaban verdaderas odiseas como llamar por teléfono a un pariente en el extranjero y no digamos ya nada recibir algo de éste, cuando la hija y su novio nos divertían con todo tipo de anécdotas a cada cual más grotesca a cuenta de su experiencia escolar y como ingenieros en su brega diaria con la muy peculiar, arbitraria y disparatada lógica administrativa socialista, mi compañero de viaje parecía estar escuchando única y exclusivamente la glosa épica de la larga y dura lucha de la revolución castrista por salir adelante hasta nuestros días. Más tarde, cuanto la familia nos llevó a pasear por la famosa Plaza de la Revolución donde destaca la efigie del Che sobre la fachada del edificio del Ministerio de Economía, ese del que el argentino salió disparado para exportar la revolución al resto del mundo, yo creo que en ese momento el tipo hasta polucionó.
Y era tal su entusiasmo por Cuba y su revolución, tanto su fervor por el según él combativo pueblo cubano, que, como sucede con todos los entusiastas de todo tipo y condición de todos los tiempos a esta parte, éste no permitía ni la más mínima desviación o simple pega ideológica. Así que no digamos ya la simple coña marinera que tan cara me es y que a veces ni siquiera necesitaba expresar con comentarios más o menos ingeniosos, mordientes o simplemente insidiosos, tocacojones que es uno, como cuando estando en Santiago vemos pasar prácticamente renqueando una camioneta destartalada repleta de gente, buena parte de la cual hacía verdaderos equilibrios para no descolgarse del techo al que se asían por fuera del vehículo, justo por delante de un gran cartel publicitario en el que aparecía la imagen del Comandante en Barbas con una leyenda en grandes letras que decía: "Cubanos, con la Revolución avanzamos todos juntos..." No me hizo falta ni añadir lo de "y sobre todo apelotonados", la mirada de mi compañero en respuesta a la sonrisa que se me dibujaba en la cara no dejaba dudas de que en habiendo tenido la ocasión, y sobre todo el fusil a mano, me habría fusilado allí mismo por gusano contrarrevolucionario.
Pues de esas y otras cosas me acordaba anoche mientras veía la preciosa película animada de Chicho y Rita coincidiendo con la llegada de Obama a la Habana. Pues eso, gusano y cerdo capitalista que es uno.