Tú pegando la hebra con un colega cubata en mano mientras el resto de la cuadrilla hace amago de mover el esqueleto y en eso que ves a varias personas en medio del pub tiradas en el suelo y dando vueltas alrededor de si mismos como si fueran una noria a la que se le ha soltado la rueda. Piensas, o algo así porque el alcohol ya va haciendo de las suyas en tu cabeza desde la segunda botella de vino durante la cena, que será un nuevo baile de moda; y eso porque, tal como está la sociedad del espectáculo, ya cualquier cosa. Pero no, cuando ves volar un taburete ya te coscas de que se trata de una reyerta de barra en toda regla; vuelan más taburetes. Y luego un tumulto de gente del que destaca uno, purita carne de gimnasio, gritando que quiere matar a otro, al cual la mayoría empuja hacia la puerta, y al que sus supuestos colegas suplican que “¡por favor, déjalo, Iñaki, que no merece la pena, no te busques la ruina!” Porque resulta que ese otro al que alguien de los presentes arrastra cogido del cuello hacia la calle, era el tipo de casi dos metros que apenas unos segundos antes estaba apostado solo sobre la barra babeando a la camarera de ceñido modelito aleopardado y pelambrera “teñidorada” al estilo de ese otro felino al que llaman el rey de la selva. El individuo, al que mis colegas y yo le presumimos todo lo mamado que tiene que estar alguien para haber montado semejante tangana en menos de lo que canta un gallo, parece que se ha apartado de la barra con el único propósito de soltarle a saber qué grosería a una muchacha latina que bailaba agarrada a su novio, o lo que fuera, una de esas insufribles bachatas; algo de comerle de un solo bocado una parte de su anatomía que no viene al caso. El acompañante, faltaría más, se ha rebotado, no sabemos muy bien qué cómo le ha respondido al borracho de casi dos metros que ha interrumpido el baile de la pareja, y éste, de repente y como toda respuesta, le ha soltado un guantazo partiéndole las gafas en dos.
A continuación, el colega del gafotas, al que antes me he referido como carne de gimnasio, se ha echado al cuello del agresor y habido hostias hasta en el carné de identidad en eso que el resto de los presentes intentaba ponerlo de patitas en la calle a las órdenes de la felina camarera. Luego ha habido un momento de calma tras la tempestad, el cual la mayoría hemos aprovechado para repostar combustible etílico con el poder seguir afrontando los rigores de la noche, hasta que el larguirucho achispado ha regresado hecho una fiera, esto es, jurando por todo lo alto y amenazando con hacer correr la sangre de los que apenas un par de minutos lo habían echado a la calle de manera tan ignominiosa, y ha ido de cabeza sobre el asiduo de los gimnasios: otra ensalada de hostias, yo creo que esta vez ha cobrado hasta la camarera. Por suerte, no han tardado en reducirlo y sacarlo a la calle, donde se han demorado un rato aplicando un concienzudo correctivo físico sobre el cuerpo desgarbado y beodo del alborotador tirado en la acera. Un rato más tarde, y cuando ya parecía que no iba a aparecer de nuevo tambaleándose sobre sus dos metros de altura y chorreando sangre por sus heridas, va y lo hace por tercera vez. Pero, como los otros ya se han marchado, se supone que agotados por el esfuerzo físico, el tarado montapollos ahora la emprende contra una pareja que ha llegado después de la bronca y que se prodigaba cariños y besos mutuamente junto la barra; se ve que nuestro personaje no lleva muy bien eso de que las parejas se quieran, algo así como si la felicidad ajena fuera para él siempre una ofensa personal. No obstante, en esta ocasión, y antes de que caiga la primera hostia del tercer asalto de la noche, es la camarera quien lo expulsa vez amenazándole, ahora sí, con llamar a la policía. Y tú y los tuyos, tras comentar la jugada una vez más y fantasear, medio en broma, medio en veras, con la contingencia de que a la cuarta ya venga armado con una recortada y se líe a tiros con todos los presentes al más genuino estilo de los tarados del otro lado del charco, echáis el enésimo trago a vuestras letales pócimas en copas del tamaño de un balón de balonmano antes de entregaros al bailoteo embriagador tan característico, sobre todo en su patetismo, de cualquier pub del centro abierto hasta las tantas de la mañana; la música como si se hubiera parado el tiempo hace treinta años. En ese momento otro borracho que llevaba todo el rato solo y apostado en una esquina de la barra le da por berrear las más conocida y hortera, que ya es decir, de las canciones de Alaska y los Pegamoides, se levanta para dirigirse dando tumbos hacia los servicios y abriéndose paso a empellones. Creo que todos hemos pensado al unísono; ¿a que empieza de nuevo el reparto de hostias?
Menos mal que en ese preciso momento hace acto de presencia una pareja de secretas de esos con coleta, bigotes a lo Pancho Villa, chupa de cuero sesentera, camisetas estampadas por fuera, gomina a granel y cadenitas doradas colgando de la cintura, vamos, que apestan a bofia de lejos. Los presentes los observamos mientras departen con la camarera a la vez que nos hacemos la misma pregunta: “¿qué entenderá el cuerpo repre… policial de turno qué es ir de incógnito por la vida?” No podemos evitar acordarnos de aquellos otros secretas de nuestros años mozos, los de las movidas de los ochenta y noventa que pretendían pasar desapercibidos entre las hordas borrokas ataviados como si fueran de la misma cuadrilla de Los Chichos o de cualquier otro grupo de quinquis lolailos o por el estilo. En cualquier caso, nuestros Starsky y Hutch de andar por casa no pierden demasiado tiempo con sus indagaciones. Yo diría que se les nota hasta un pelín decepcionados, como si hubieran esperado encontrarse con un asunto de banda latinas, de proxenetas del Este e incluso de terrorismo yihadista. Pues no, un borracho de sábado a la noche buscando camorra a toda costa. Eso, y alguna que otra lamentable agresión sexual, es todo lo que da el sábado a la noche nuestra pequeña capital de provincia a la hora de hacer la crónica negra del fin de semana.
Empero, para nosotros, cuarentones a punto de dejar de serlo o recién estrenados, es mucho más de lo que nos esperamos encontrar cada vez que salimos de farra una vez al mes. Ya tenemos tema de conversación hasta la próxima cena de cuadrilla, Para que luego digan que el centro de la ciudad está muerto, que lo está; pero, de aburrido nada de nada. Lo que pasa es que la gente no sale porque anda acojonada con tanto corazón roto y empapado en alcohol, con toda probabilidad el sector de riesgo más peligroso y pródigo de las noches de los fines de semana por los pubes del centro. Eso y que ya no tenemos edad para llegar a casa con la camisa rasgada, una brecha en la ceja, los pantalones de haberte revolcado en el serrín del suelo de un tugurio cualquiera y jurando por Tutatis que te has caído en un charco porque esa noche había llovido mucho y la acera resbalaba.
Texto: © Txema Arinas, 2018.
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