“Mejor la Ausencia” de Edurne Portela es una de esas novelas que atrapan al lector desde el primer momento con una escritura directa, de frase breve y preeminencia del diálogo. Una vez inmerso en la lectura uno tiene la sensación de que no puede soltar el libro, casi como si se despeñara hacia el desenlace final sin que nada o nadie pueda ser capaz de apartarte del libro.
Con todo, no estoy muy seguro de que eso sea siempre una verdadera virtud en una novela, o acaso sólo una especie de trampantojo. No lo sé, en serio; pero, supongo que si esa era la intención de la autora para cautivar al lector hay que reconocer que la ha conseguido y con creces, funciona a la perfección: Portela es una escritora con un oficio como la copa de un pino.
Luego ya están las impresiones de este lector a medida que se precipitaba hacia el susodicho desenlace. Me refiero a esa sensación de sentirse arrastrado por una historia que se presenta, o más bien se me antoja, excesivamente truculenta, y no porque dude que lo sea, no lo dudo, sino más bien por su puesta en escena, esa que te lleva a pensar “a ver qué más de lo mismo va a pasar en la siguiente página”. A este lector le habría gustado cierta pausa en el ritmo de la novela para tomar aliento y reflexionar un instante sobre lo que se está leyendo. Porque uno lee sobre esta historia ambientada en la margen izquierda del Gran Bilbao, en Portu para ser exactos, y está muy bien ambientada, en seguida se reconoce el ambiente y también el escenario. De hecho, le llegan ciertas escenas como si también las hubiera vivido, o puede que sí, todo lo que ahí se cuenta. De ese modo, y eso seguro que es problema en exclusiva del lector que aquí escribe, todo resulta excesiva y dramáticamente cercano. Y por eso también no tengo duda de que se trata de un gran logro de la autora dado que puedes estar seguro de que lo que va a transmitir a los ajenos a aquellos años de plomo en el País Vasco es auténtico y no una recreación especulativa al modo de otros autores que se han acercado al asunto con una mirada de lejos, prejuiciada, de recorte de prensa y poco más. Con todo, insisto, este lector confiesa que tenía por momentos la sensación de que el ritmo, a ratos se diría que con los Eskorbuto a modo de banda sonora, no dejaba lugar, no daba tiempo, a una mirada un poco más amplia, sosegada, distante incluso, sobre las cosas que ahí se cuentan. Yo habría agradecido poner un disco de jazz de vez en cuando, cambiar el ritmo, dar un respiro entre un temazo y otros de los “demenciales chicos acelerados”. No sé, parece que a veces eso que la prota/autora denomina “rollo vasco” sólo es una mera escusa para ambientar la historia, darle cierto “bizigarri”, condimento revitalizador, en la convicción de que todo lo que había que decir sobre el tema ya está dicho, que se escribe sobre lo que otros quieren leer de antemano, como evitando “peros” a toda costa, no nos vayamos a desviar demasiado del relato procanónico, que no es el tema no, sólo la escusa.
© Txema Arinas. 2019 – Todos los derechos reservados.
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