jueves, 14 de marzo de 2019

SUEÑO QUE ME PIERDO EN EL LODAZAL


Escuchaba hace dos días, en un episodio de la serie After Life del cómico inglés Ricky Gervais, que éste le decía a una compañera de reparto que los sueños de los demás son un tostón para cualquiera y que no entendía por qué la gente se empeñaba en contarlos. No pude evitar sentirme aludido porque yo soy uno de esos coñazos que al día siguiente se lo cuentan a su pareja, a mis amigos si los pillo por banda, a veces hasta al padre con el que suelo pegar la hebra en el patio del colegio esperando que salgan nuestros pequeños, incluso creo haber contado alguno que otro en este medio.

Y en eso que, casualidades de la vida o puede que no, anoche tuve una de mis pesadillas más recurrentes. Una vez me perdía bajando del alto de Zaldiaran, la emblemática montaña vitoriana a cuyas faldas se encuentra la aldea donde he vivido desde los dieciséis años, al desviarme en el hayedo a sus faldas por el camino equivocado, el cual, en lugar de desembocar en el pueblo donde vive mi madre, me desviaba por senderos intransitables e interminables hasta desembocar en un inmenso cenagal a la entrada del pueblo de Zumeltzu. Entonces intentaba salir del cenagal en cuestión y, como ocurre en las películas, cuanto más me esforzaba por salir más me hundía, eso hasta que me entraba el pánico y me despertaba del sobresalto.

La razón del sueño no tiene ningún misterio. Se me viene repitiendo desde hace cuatro años y se debe a la vez que me perdí bajando solo del Zaldiaran por puro despiste, ya que iba pensando en mis cosas, sobre todo en el estado de salud de mi padre y todo lo que eso implicaba, y en lugar de coger el sendero que había cogido mil veces antes, me fui por el que lleva a la aldea sita al otro lado del monte donde se encuentra esa otra donde hoy vive sola mi madre. Para cuando me dí cuenta ya era tarde, estaba demasiado lejos de Berrozti para dar media vuelta y prácticamente llegando a Zumeltzu, con tan mala pata, y nunca mejor dicho, que acabe en un barrizal a la altura del pueblo. Pero, al contrario que en el sueño, logré salir de allí con barro casi que hasta la rodilla. Suerte que unos vecinos me socorrieron, por decirlo de alguna manera, permitiéndome limpiarme en su casa y avituallándome con un hermoso trozo de tortilla de patatas que habían hecho al mediodía y su correspondiente trago largo de vino.


Esta chorrada de pesadilla se me repite cada cierto tiempo y yo no puedo evitar contárselo a mi pareja en cuanto me levanto de la cama. El problema es que ella ya no me da chance y es oír la palabra "bosque" y espetarme: "tú mismo, te pasas la vida en las nubes y luego, para cuando te quieres dar cuenta..." Así que va a ser cierto lo de que a nadie le interesa los sueños de los demás, no.

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