"¡Pero qué cambiado está todo de cuando venía con tu padre!" "¡Y sobre todo qué limpio!" "Antes estaba todo medio en ruina y sucio..., vamos, como todos los pueblos." "Ahora da gusto, hay vida." Esas y otras lindezas ha ido desgranando mi señora madre durante la visita de hoy a Laguardia después de, según ella, veinte y no sé cuántos años sin pisar el pueblo. En fin, me da que exageraba, ya fuera porque no hacía tanto que había estado, como porque antes tampoco estaba tan mal como ella recordaba, o, más bien, tiende a recordarlo todo: peor, siempre todo mucho peor.
En cualquier caso, mi señora y un servidor hacia ya casi dos años que no íbamos a Laguardia, desde el 2020 siguiendo la costumbre de bajar para cada 2 de enero descongestionarnos de las navidades. Y ya era hora, ya. Laguardia es una joya como villa medieval -, por su emplazamiento sobre un altozano en mitad de la Sierra de Cantabria y el Ebro, su Historia -tan desconocida incluso por la mayoría de los vitorianicos a los que si les preguntas sobre la Sonsierra de Navarra. qué era, hasta cuándo, son incapaces de situarla ni el tiempo, el lugar, en nada; pero, bueno, esto como casi todo lo que tenga que ver con la Historia en cuantico se aleja de los cuatro mitos para masajearse el ombligo-.
No es extraño, pues, que en un mapa de España de esos que corren por las redes, donde se detalla por provincias cuál es el pueblo o villa más representativa de cada cual al margen de la capital, sea Laguardia la que representa a Álava. Insisto, no hay otra villa más representativa y peculiar por geografía, patrimonio, historia, gastronomía, por lo que sea, y eso por mucho que les joda a otros, ya sean los aldeanos. con o sin lustre, de los pueblos de alrededor que siempre fruncen y fruncirán el ceño, esto ya instintivamente según parece obligar la condición humana en estos casos, cuando les menciones la villa vecina que detenta el título de ser uno de los pueblos más bonitos de España, u otros también aldeanos de otras comarcas alavesas, capital incluida, que hasta te negarán su condición de alavesa, ya sea porque la ubican en la vecina comunidad de La Rioja por pura ignorancia geográfica y/o histórica. Otros más comedidos puede que te den la murga con lo del turisteo que todo lo pervierte convirtiéndolo en un parque temático. Claro que obviando que, si una villa como Laguardia se ha convertido en el sitio más visitado de la provincia, no es solo por ser el emplazamiento de muchas de las mejores bodegas de la Denominación de Rioja, a fin y de cuentas como la mayoría de los de su entorno, sino por todas esas cualidades antes citadas y que ya les gustaría para sus pueblos. Pero bueno, vete tú a cualquier pueblo de los alrededores de Carcassonne en Occitania, Óbidos en el centro de Portugal, San Gimignano en la Toscana, Santorini en las Cícladas y así por el estilo; fijo que los comentarios desdeñosos e incluso resentidos de sus vecinos serían los mismos o parecidos. Pues eso, siempre una gozada pasear por sus calles, a destacar esas joya única de la pórtico de Santa María de los Reyes, su paisaje desde el monumento al Fabulista sobre el mar de viñedos al pie de la Sierra de Cantabria, el pincho de oreja rellena del Belar, la tortilla de patatas cuajadica con alegría del Berria y tantos otros, el vino y todo lo demás. En fin, y toda esta publicidad de gratis. Conste que si hoy hubiera estado petada de peña puede que ahora mismo me estuviera cagando en todo. Pero no ha sido el caso, hoy al menos no. Y como no hay nada que haga más feliz a un hijo que ver a su madre serlo, siquiera parecerlo; pues, oye, que ladren los pegas de oficio y casi que patológicos: "pues yo pienso que no es para tanto... que exageras mucho... que" ¡Anda y vete a cagar!
¿NO-FIESTAS?
Ni Covid ni hostias, tenía que pasar. Se empieza bebiendo cerveza sin alcohol, coca-coca 0 o leche desnatada, llamando comida a eso que hacen los veganos para mantenerse vivos, el cibersexo, el teletrabajo, las amistades de feisbuk... y se acaba con un programa de "no-fiestas". Estamos a un tris de habitar un "no-mundo" y, sobre todo, de vivir una "no-vida".
En cualquier caso, va a ser interesante, puede que hasta divertido, ver cómo hacen, después de suspender las fiestas de La Blanca por la pandemia, para evitar que la gente se dé de hostias para coger sitio en todos esos actos para los que dicen que no hace falta reserva, que eso ya según se vayan llenando. ¿Y si llegamos todos en tropel al mismo sitio y a la misma hora? Yo, así por encima y por decir algo, más que nada, estaría dispuesto a partirme la cara por pillar asiento para ver a la Iratxe de Kai Nakai mover el "cil" a ritmo de reguetton euskaldun, feminista, ekolojikoa y no sé cuántas cosas supertxatxis más.
Pero tampoco desbarremos, como mucho igual me acerco con el mayor a que vea algún concierto rock/blues/jazz. Entretanto, toca echar la mañana a codazos en el super para preparar la jamada de hoy en familia y la de la mañana con los colegas. Vamos, que toca limpiar a fondo la barbacoa del año pasado, acumular colesterol y apilar botellas por si nos quedamos cortos entre lo que traen unos y otros, que no sería la primera vez.
Pues eso, Felices No-Fiestas, feliz no-verano, feliz no-vida.
Que el hecho de que dos, o los que sean que yo apenas me entero, medallistas olímpicos sean negros -porque, como bien ha explicado uno de ellos, de color somos los demás dado que se nos cambia cuando vamos a la playa- sea motivo de polémica porque los descerebrados de guardia discuten, agazapados en las redes como buenos cobardes, su "españolidad" -sea lo que sea eso- en función del color de su piel o su origen, solo demuestra lo muy por detrás que estamos todavía socioculturalmente de países de nuestro entorno como Francia, el Reino Unido e incluso Portugal, donde sus sociedades hace tanto tiempo ya que son tan plurales cutánea o culturalmente, que ya a nadie le llama la atención que sus equipos olímpicos estén compuestos por gente de todo tipo de tez o nombre y apellidos. Seguimos siendo periferia de nuestro continente en muchos, muchísimos, aspectos. Pero, lo peor de todo, es que si en algún momento el chovinismo consustancial a todas las sociedades por muy míseras o atrasadas que sean, parecía haber servido a algunos para disimular ese atraso secular, o, dicho de otro modo, ese olvidar que, mientras la mayoría de los países de nuestro entorno se incorporaron a la democracia y la modernidad desde el final de la II Guerra Mundial, en España eso llevó unas cuatro décadas más -y esas cosas se notan, vaya que si se notan y no solo en la mentalidad de los que se educaron durante la larga noche del franquismo, sino también en lo que transmitieron a sus hijos y nietos-, el actual despertar de la ultraderecha española y, sobre todo, su "normalización" en casi todos los medios, así como la equidistancia con el fascismo por parte de la gente que se auto denomina "normal" e incluso de orden, los cuales acostumbran a decir que pasan de la política, y eso cuando no meten en el mismo saco a todo aquel que eleva la voz alterando con alarmas y denuncias su plácida e inconsciente cotidianidad, ha puesto en evidencia que de valores democráticos y modernos andamos todavía bastante escasos, desde luego que mucho más de lo que les gustaría reconocer a los bocachanclas del "¡Yo soy español, español, oeoeoeoeoe!"
A veces reflexiono mirando al pasado y concluyo que yo fui, de alguna manera y en según qué situaciones, eso que llaman un niño viejo, es decir, uno de esos críos que sin darse cuenta andan con las manos a la espalda como los viejos. Lo sé porque me acuerdo una vez de crío, de exploradores por el aeropuerto viejo de Vitoria, que un colega del cole, R.A (rip), me abroncó por ello para mi sorpresa y creo que también para mi disgusto. Luego ya, hace poco, he descubierto a mi canijo de tal guisa a pesar de que yo hace siglos que no he vuelto echarme las manos a la espalda para ir a ninguna parte. Lo curioso también es que, si alguna vez fui un niño viejo, con 52 tacos todavía tengo la sensación de no haber acabado de madurar del todo. Claro que, cuando observo que muchos de los de mi quinta, los cuales entonces se me antojaban unos putos críos mimados y simplones, siempre demasiado infantiles para su edad, todavía hoy en día me parecen unos viejos con el cerebro de un niño e ínfulas de donalgos en la vida, vamos, como si la puta vida tuviera algún sentido y ellos lo hubieran descubierto intentado por todos los medios llegar a alguna parte, lo primero que me viene a la cabeza es que puede que yo madurara muy pronto y simplemente me haya estancado esperándolos venir. Yo qué sé.
Hace un par de noches o así soñé, supongo que entre que suelo ponerme muy jazzero por las tardes y una cosa a la que ando dando forma entre las teclas, con la cava de jazz que había años ha, en el Pleistoceno o por ahí, cuando yo tenía quince, catorce a saber si trece tacos, en el sótano de una librería muy conocida y alternativa de Kutxi. Era eso, una cueva a la que se accedía por unas escaleras de la librería y en la que, creo recordar, había sobre todo sofás y sillones sobre los que echar la tarde mientras se escuchaba jazz tomando algo, techo bajo y mucha penumbra. Recuerdo que bajábamos alguna que otra tarde los jueves o viernes por la tarde, me imagino que todavía con las carpetas del cole o algo así -como que en el Areitzak de al lado un pelanas me pidió un día papel y yo, ni corto ni perezoso, le saqué un folio..., "pa" hacerse una idea de qué tiernas edades estamos hablando). Lo curioso es que a veces nos echaban nada más vernos descender con nuestras carpetas y espinillas, y otras nos dejaban quedarnos a escuchar música mientras tomábamos algún que otro refresco. En cualquier caso, aquella cava suponía toda un viaje, ya no solo al pasado, sino a otras latitudes que poco o nada tenían que ver con la Vitoria de aquellos lados. A mí al menos todo me remitía a películas en blanco y negro con Bogart de por medio y algún que otro hampón con sombrero Borsalino, aunque luego la peña que lo frecuentaba fuera más tirando a hippies de los sesenta y así. En cualquier caso, un recuerdo que mi memoria ha rescatado en sueños, pero al que soy incapaz de poner nombre. Tampoco a la librería, y eso que algún que otro comic, uno de Valentina que todavía conservo para ser exactos, gloriosas gayolas adolescentes aquellas, también acabó en mis manos tras una expropiación forzosa por parte de alguno de los delincuentes juveniles que me acompañaban; yo si eso me dejé querer, as usual.
De entre la broza sin fondo de cierta plataforma digital, una pequeña joyica "quebecoise" (y qué casualidad que la única otra película "quebecoise" que recuerdo haber visto fuera la maravillosa y también sumamente vitriólica "La caída del imperio americano"). Una sátira tan fina como contundente de la pastelosa y estomagante sociedad de memos treinta-cuarenta-cincuenteros que hemos construido y en la que los críos de cuatro años celebran graduaciones de fin de curso, los padres llevan a Disney a sus hijos para paliar su decepción porque no los seleccionan para el concurso de baile de la tele, vamos, cualquier cosa antes de que se frustren y los tengan que llevar al terapeuta en lugar de que aprendan a gestionar por sí mismos sus mierdas del coco como hemos hecho todos, los adolescentes petan porque se dan cuenta de que en realidad están siendo utilizados por sus progenitores para que vivan a través de ellos la vida que les hubiera gustado tener, a destacar esos padres que se realizan a través de sus hijos deportistas, los cuales, mira tú por dónde, suelen ser también los mismos que aburren hasta que te entran ganas de arrancarte las orejas con el monólogo sin fin de sus nimiedades domésticas y no digamos ya cuando convierten su trabajo en el monotema de cualquier reunión, los mismos que impostan una mojigatería de nuevo cuño que ni sus tías-abuelas monjas porque parece ser que eso vuelve a ser de "buen tono", eso y evitar a toda costa posicionarse sobre tema alguno hasta estar seguros de cuál es la opinión mayoritaria para no " desentonar", las esposas o compañeras descubren que están en el equipo de su marido o compañero pero ellos nunca en el de ellas, los padres "guay" son todavía más inmaduros que sus hijos adolescentes, y mucho click de smarphone, mucho selfie a todas horas y en todas partes para retratar al milímetro la vulgaridad consustancial de nuestra mediocre existencia sin más aliciente que epatar al vecino o a los colegas con triunfos de baratillo del tipo mira con quién me codeo durante los partidos del crío o me ha salido un contrato con tal o cuál, el año que viene me fumo un puro con Florentino en el.palco.
De hecho, hay una escena en la que los padres reunidos con el tutor de sus hijos consigue que me reconcilie conmigo mismo, que ya me tenía por demasiado bicho raro, asocial y cascarrabias por principio, porque, en efecto, entre tanto "especialito" y "ofendidito", tanto padre en plan "yo y más yo y sobre todo yo y nadie más que yo, ni siquiera mi hijo...", al prota también le entran ganas de mandarlos a todos a tomar por el culo. A decir verdad, las personas sensibles no deberíamos asistir nunca, pero nunca, a una reunión de padres, no hay suficiente Alprazolam, Loracepam, Diacepam, Cloracepam o lo que sea para aguantarlo.
Por cierto, de caérsene las lágrimas cuando hacia el final de la peli el padre está sentado en un banco del parque con su hija adolescente, y al ver que su pequeño se estampa contra el suelo, hace amago de levantarse para socorrerlo y la chavala lo retiene con la mano para que recapacite y deje al puto crío que se joda y llore. Vamos, que me gustan mucho las pelis que infunden esperanza.
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