Estamos en Mayo y casi todos los años suelo tener el mismo sueño, el cual, dependiendo de vete a saber qué, puede derivar en pesadilla o no. En efecto, es Mayo, pero, no como cantaba Imanol, "es mayooo, sobre el Serantes las nubes, son peces contaminados, es mayooo, a punto los bogadores, anchoas y marmitakos...", no, sino el mes de la Virgen y de las flores, y en el cole nos llevaban todos los años a Estibalitz de excursión. Luego ya allí, en el santuario, misa entre piedras románicas y merendola en las campas, guerra de piñas secas a ver quién era el primero en sacarle un ojo a alguien, romper los tímpanos de los compañeros con los silbos que vendían los frailes -este año les cierran el chiringuito a los últimos tres que quedan para mandarlos a Lazkano- refrescos y polos de sabores en el bar de debajo de la iglesia. A mí me gustaba alejarme de los alrededores del santuario hacia una campa que había pasando el frontón. Cuanto más apartado de la marabunta mucho mejor. Así que a veces ni nos enterábamos cuando nos llamaban para subir a los autobuses de vuelta a la ciudad.
Dicho lo cual, en la mayoría de mis pesadillas acontece algo por el estilo, que nos llaman para subir a los autobuses y yo no me entero porque estoy en "a tomar por culo" de donde se encuentra la mayoría de la peña del cole, escondido entre matorrales o casi, a mis cosas, jugando a vete a saber qué con el artilugio de moda o yo qué se. Entonces, como en el sueño de anoche, de repente me cosco de que no hay nadie a varios kilómetros a la redonda. Me han dejado solo como a los de Tudela y me tengo que volver a patita hasta Vitoria. Échale varios kilómetros de nada. Una minucia para cualquiera de los ciclados de la sala, por supuesto; pero, una distancia como de aquí a Lima para un chaval de once o doce años.
No me cuesta nada bajar el cerro hasta Argandoña. A partir de ahí sé que ya todo es llano hasta Vitoria. Además me conozco el camino a la perfección porque, aparte de la excursión anual del cole por mayo, también es una visita que solemos hacer a menudo en familia para echar alguna tarde de fin de semana. De cualquier manera, preveo una caminata larga pero segura: desde Argandoña todo recto hasta Askartza y una vez allí elegir si entro por Elorriaga o me desvío por Otazu para llegar hasta Adurza, donde podría entrar en la peluquería de mi tía para preguntar si está mi primo en casa.
Elijo el desvió por Otazu ya que, aunque todavía soy un mocoso que no entiende mucho de esas cosas, la carretera no sólo es mucho más tranquila que la otra, siquiera antes de la nueva autovía, y además me gusta mucho más el paisaje ondulado de los campos de labranza -en este sueño, por cierto, la mayoría de ellos cubiertos de colza amarilla-con los montes de Vitoria al fondo.
Así que, una vez ya resignado a darme la paliza andando y puede que hasta a esa otra hipotética que me espera en casa por haber vuelto a dar la nota una vez más, voy pensando en mis pijadas convencido de que así el tiempo transcurrirá más rápido. Sin embargo, la caminata se me hace eterna y apenas atisbo los edificios de la ciudad a lo lejos. Yo diría que incluso han desaparecido y que lo que se abre ante mis ojos no es tanto los campos de la Llanada Alavesa como los de otra inmensa, desconocida y sin horizonte montañoso a la vista. De hecho, percibo que en mi cabeza empieza a sonar una de esas melodías que forman parte de la banda sonora mi biografía sentimental. Sí, porque en cuanto han llegado a mis oídos los acordes de la balalaika enseguida he reconocido el famosísimo El Tema de Lara de la banda sonora de Doctor Zhivago compuesto por Maurice Jarre.
Luego reparo en lo que llevo encima y descubro que voy ataviado con un abrigo militar bajo el que llevo una "kosovorotka", la camiseta típica rusa con el cuello de tirilla que se abotona a un lado.
- ¡Ay, Dios! Que soy el doctor Zhivago y estoy deambulando por la estepa rusa buscando a Lara...
Me consuelo pensando que tratándose de Doctor Zhivago no tendré que recorrer tanto la inabarcable estepa rusa como los campos de Soria donde se rodó la película. Empero, en ese preciso momento oigo un estruendo que llega de lejos y se materializa a pocos metros de donde me encuentro en la forma de una explosión que tras levantar una tonelada de tierra o algo así, deja un socavón a mi costado.
¡Me están bombardeando! No me lo puedo creer, pero es cierto, como que al instante vuelven a caer a mi alrededor más pepinazos. ¡Están bombardeando a un crío de once o doce años! ¿Quiénes? ¿Por qué? Necesito encontrarle alguna lógica al sueño por muy iluso que sea eso. Yo no hecho nada a nadie y no me parece de recibo que me bombardeen así por la cara. Entonces oigo la voz de una niña que me llama desde unos arbustos.
- ¡Chsss! Sí, tú, el de la kosovorotka. ¿Qué haces ahí a campo abierto, acaso quieres que te maten?
- ¿A mí? ¿Quiénes? ¿Por qué?
- ¡Quién va a ser! ¡El hijo de Putin!
- ¿Putin? Pero si no soy...
- Ya, tú eres doctor y además ruso. ¿Te crees que eso le importa al amigo de Oliver Stone, Marie Lepen, Berlusconi, Abascal o Guillermo Toledo? Tú eres rusa y yo soy ucraniana; pero, ambos estamos bajo su fuego.
- Pero si yo también estoy en contra de la OTAN...
- ¿Eres idiota o que te pasa?
- Si EE.UU no hubiera...
- ¿Qué, qué, invadido Afganistán o Irak, sostenido a Israel, bombardeado Serbia o Libia, inventado la Coca-Cola o abierto Mc-Donalds en Moscú? ¿Crees que eso nos va a servir de consuelo ahora cuando nos caiga uno de sus misiles encima?
- Pues no, supongo no.
- Mira que eres alma cándida, Omar Sharif. Por cierto, yo me llamo Lara.
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