He soñado, y, como solo yo sé a santo de qué, me lo voy a reservar, que estaba remontando el Amazonas en una balsa-barco acompañando a Lope de Aguirre, apodado el Loco Pinto, el Tirano o el Peregrino, en la expedición al mando del navarro Pedro de Ursua para descubrir El Dorado. La pesadilla empezaba desde el momento uno con aquel calor húmedo insoportable, los mosquitos implacables y persistentes, la comida y el agua potable racionados desde que salimos de Perú, y al de Oñati que cada vez se le iba más la olla.
- ¡Maldito francés, le voy a arrancar el corazón con mis propias manos!
- ¿De quién habláis, Lope? No hay ningún francés entre nosotros -le pregunto extrañado.
- ¡Cómo que no! El navarro ese del Baztán. Todos los de su valle son más franceses que otra cosa.
- Os referís a Ursua...
- Sí, a ese bastardo hideputa al que arrebaté la vida para impedir que nos condujera al desastre.
- Lo matasteis por celos de su amante mestiza, Ines de Atienza. No podíais soportar que Ursua estuviera fornicando con ella en su tienda todo el día y decidisteis montar un complot para derrocarlo, asesinarlo y nombrar jefe de la expedición a Guzmán, al cual, faltaría, también matasteis más tarde -me atrevo a replicarle a Aguirre; pero, no me pregunten cómo puedo ser tan inconsciente sabiendo cómo se las gasta el "txantxiku" en cuanto alguien le lleva la contraria por cualquier tontería.
- ¡Inés tenía que ser mía! Y ahora que lo es jamás la soltaré.
- Aguirre, lo que tenéis en la mano es uno de los monos de la selva que se cuelan en el barco para robarnos la comida.
- Mentís, sucio y falso alavés -pero eso sí, muy cortés...-; lo que tengo entre mis manos es la dulce y hermosa Inés de Atienza.
- Basta ya, Aguirre, lleváis días yaciendo con el pobre bicho al grito de "¡Ines, oh mi Ines, laztana, yo os daré lo que nos podía dar el navarro... el Dorado."
- ¡Mentís! -me grita el puto loco-. Vos también queréis arrebatármela. ¡A mí los Marañones, prended al traidor!
- Soltad al puto mono de una vez. ¿No veis que os han salido unos bultos por toda la piel y que la fiebre os hace delirar?
- Sí, lo sé, estas pústulas son el castigo de Dios por haber matado a Ursua y haberme quedado con su amante. Pero, no me resignaré a la muerte así como así. Remontaremos el Orinoco hasta alcanzar el Atlántico y cuando lleguemos a España...
- Y seremos presos por los hombres del Rey...
- Entonces avísote, Rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes, aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores, Visorey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obediencia, y desnaturándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir; y esto, cree, Rey y Señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos, premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros que, por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra, que es lástima, ¡oh Rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho...
- ¡Madre mía, qué pedrada, pero qué pedrada!
- Aquí el que dice la verdad es tratado de loco...
- Solo espero que lo que os ha transmitido el mono no sea contagioso...
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