Anoche soñé que asistía entre el público -por fin un sueño descansado, de esos a los que uno asiste solo como testigo- a un juicio popular. Me refiero a uno de esos juicios con juzgado, aunque no recuerdo si era del estilo de los de los clásicos americanos como Matar a un ruiseñor o La caja de música, o más bien uno a la española como el del tribunal con gente de la calle que absolvió en Vivo al asesino de dos homosexuales porque le compró el argumento de que los mató "porque sentía amenazada su integridad...", o aquel otro en Gipuzkoa que hizo otro tanto con el asesino de dos ertzainas por la cosa esa del "contencioso", y fue soltarlo y a los pocos días ya estaba al otro lado de la "muga" pidiendo el ingreso en ETA como liberado.
El caso es que en el que yo asistía se juzgaba, ni más ni menos, al Carmona, un tipo que me recordaba mucho al matón que tenía acojonada a la peña de los barrios de mi ciudad por los que yo me movía de pequeño. Parece ser que, después de una larga carrera delictiva en la que abundaban hurtos de todo tipo, vandalismo, extorsión a pequeños comerciantes, agresiones varios e incluso una sospecha de asesinato, el Carmona había sido detenido por arrasar, sí, tal cual, arrasar, una cafetería del centro de la ciudad destrozando todo lo que había encontrado dentro al no encontrar el dinero suficiente en la caja y, faltaría, tras la preceptiva paliza a la persona que estaba en ese momento en el local y que solo era un simple empleado y al que, por supuesto, porque esa era el distintivo del matón en cuestión, le rajó la cara con su navaja. Y claro, una cosa es darle el palo a la ciega de la ONCE, tirarle de una patada el puesto de melones al frutero, rajarle la cara con una navaja a los niños peras de paso por su territorio, o, ya directamente, darle una somanta de hostias al vecino que intenta impedir que le roben la cadena y los pendientes a una cría el fin de semana después de su primera comunión. Vamos, que el Carmona había cruzado una línea tan imaginaria como límpida que no debería haber cruzado nunca, en concreto la que separaba el territorio del Carmona compuesto por las calles del oeste de la ciudad donde imponía su ley, del centro de la ciudad donde las autoridades ya no se andaban con bromas, o hacían la vista gorda, porque es precisamente allí donde vive la gente decente y con posibles que paga sus sueldos, o, cuanto menos, elige a los que se los pagan.
Entonces comienza la lectura del veredicto del jurado en la que se absuelve al Carmona de todos sus delitos a pesar de todas las pruebas y evidencias reunidas y presentadas durante el juicio, amén de una larga recua de testigos que declararon en el juicio haber sido desplumados, extorsionados o agredidos por el Carmona de alguna u otra manera. Yo no quepo en mi asombro, así que no dudo en interpelar a los miembros del jurado para que me lo expliquen.
- ¡Cómo vamos a juzgar al Carmona si él no es responsable de sus actos!
- ¿Cómo que no si lleva años haciéndonos la vida imposible a todos los del barrio, si al que más o al que menos le ha robado, extorsionado o ya directamente dado una paliza?
- Pero la culpa no la tiene él, es la sociedad que le obliga a comportarse como lo hace.
- ¿La sociedad?
- Mira en qué familia desestructurada se ha criado, qué pronto abandonó la escuela, cómo lo echaban de todos los trabajos y la persecución a la que era sometido por los municipales en todo momento.
- ¡Coño, porque en su casa nunca se dejaron ayudar, él pasaba olímpicamente de los estudios, en cada trabajo que entraba acababa siempre montándola con los jefes o los compañeros, eso si no se dedicaba a robar todo lo que podía, y ya solo faltaría que la policía no hiciera su trabajo.
- Ya, ya, ya, si nosotros no negamos que sea una mala bestia de cuidado, el matón de todo barrio que se precie y así; pero, el de la cafetería del centro también tiene lo suyo. Mira si no a qué precios cobra el café. Eso si es que no se dedica a explotar a sus empleados o a defraudar hacienda con el IVA.
- Pero eso ya sería problema de las autoridades que tendría…
- Sí, sí, fíate tú de las autoridades, sobre todo del ayuntamiento, seguro que hace la vista gorda con el hostelero mientras al resto de los ciudadanos honrados y trabajadores nos exprimen a impuestos.
- ¿Pero eso qué tiene que ver con el Carmona?
- Todo, porque él solo es una actor, una víctima de este sistema injusto que tienen montado los de arriba y que le obliga a delinquir para sobrevivir…
- ¿Rajándole la cara a un simple trabajador?
- La culpa de lo que le pasó a ese currela la tiene el ayuntamiento…
El caso es que desisto de discutir porque sé que me voy a enfadar ante semejante cerrazón a usar el sentido común por parte de los miembros del jurado. Luego unas pocas semanas después descubro en mí un sentimiento tan incómodo como placentero de júbilo ante lo que considero un ejemplo de justicia poética cuando leo en la prensa local que el Carmona ha desvalijado el negocio de uno de los miembros del jurado, ha asaltado en la calle a la hija pequeña de otro para robarle la cadena y los pendientes de oro, ha destrozado el puesto de prensa de otro al grito “¡Solo cuentan mentiras” y, mira tú lo agradecido que debía estar, le ha rajado la cara con su navaja al presidente del tribunal que lo había absuelto nada más cruzarse con él por la calle; en los mentideros de la ciudad se cuenta el presidente quiso acercarse a saludar al Carmona y que este lo interpretó como un intento de agresión en toda regla, cómo si no iba a interpretarlo si no como solía ser lo habitual en él. Ni qué decir tiene que hoy me he levantado con la sensación de haber dormido a pierna suelta por primera vez en mucho tiempo.
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