viernes, 9 de septiembre de 2022

PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME


 

Si la tabarra que nos espera con la muerte de la Elizabeth va a ser de traca, vamos, de las de decir basta o me corto las venas, esa otra que nos han dado esta semana, sobre todo en los medios del "paisito", tampoco ha sido moco de pavo. Así que no creo sorprender a nadie si revelo que esta noche he soñado que estaba al timón de la nao Victoria tras haber salido escopeteados de Cabo Verde antes de que los portugueses se coscaran de la treta de nuestro capitán para conseguir víveres.
- ¿Qué os decía yo? Luso viene de iluso, ja, ja, ja.
Y así todo el puto rato desde que dejamos atrás aquella islas, que se le notaba al de Getaria que ya se veía de vuelta a casa y recibido con todos los honores.
- Ya veréis, en cuanto lleguemos lo primero que voy a hacer es pedirle al rey Carlos que me recompense por mi gesta con el hábito de caballero de la Orden de Santiago, el mismo que tenía Magallanes, la Capitanía Mayor de la Armada y un permiso para
portar portar armas.
Insisto, así todo el rato y sin reparar en el lamentable estado físico en el que nos encontrábamos los 17 que habíamos conseguido escapar de los portugueses en cuanto descubrieron la mentira de nuestro capitán. Eso sin contar con los compañeros que no habían podido hacerlo y ahora estarían penando en los calabazos del Puerto de Rio Grande.
- Puede que también le pida que me deje poner en mi escudo de armas: Primus circumdedisti me (Fuiste el primero que la vuelta me diste).
Momento en el que el gallego Carmona interrumpía a Elcano para recordarle que el primer hombre que había dado la vuelta al mundo no había sido él, sino el intérprete Enrique de Molucca, un esclavo que Magallanes había adquirido en un viaje anterior, en el preciso momento que había regresado a borde de nuestras naves a su país de origen. Pero no penséis que se lo decía por reivindicar justicia alguna para el moreno, que de qué, todavía faltaban un montón de siglos para la cosa esa del revisionismo histórico, la reescritura de la Historia al objeto de compensar a los pueblos indígenas por por los abusos del hombre blanco y demás mandangas progresistas. El gallego se lo decía única y exclusivamente por tocarle los cojones a Elcano en respuesta a la soba que nos daba todo el día con sus cuentos de la lechera. Tanto que con decir que nuestros compañeros griegos aseguraban haber olvidado el poco castellano que sabían de un día para otro, ya lo digo todo.
- En cuanto lleguemos a Sanlúcar no me pienso parar a saludar a nadie, directo a Sevilla aunque tenga que hacer el último tramo a nado.
- Mira que eres fantasma, Rubio - le decía Colmenero, el de Ayamonte, con esa gracia retorcida que tienen los de su tierra.
- ¿Cómo que rubio?
- Bueno, perdona, Cano, quería decir cano.
Y claro, aquello, como buen vascongado, le sacaba de sus casillas a Sebas, que era como le decíamos el de Bermeo, Juan de Acurio, el de Baraka, Zubileta, y un servidor.
- ¡No me llamo el Cano, sino Elcano, del barrio de Elcano a las afueras de mi pueblo, Getaria, en la "FIDELISSIMA BARDULIA NUNQUAM SUPERATA" (Fidelísima Bardulia, nunca superada).
En cualquier caso, un ambiente de lo más enrarecido por culpa de Sebas, como que una vez hasta me equivoqué y le dice "Sobas" arriesgándome a sufrir la ira de un tipo que había obtenido su capitanía como fruto de los caprichos de la fortuna y no precisamente el resultado de sus méritos como cabeza de una expedición que había sido descabezada en varias ocasiones desde que nuestro almirante había encontrado la muerte en manos de los salvajes de la isla de Mactán.
- Escucha, Arratia, según mis cálculos falta solo un día para que se acabe este sufrimiento. Esta noche llevarás tú el timón. Así que vas a tener el enorme privilegio de ser el primero que atisbe tierra española.
Una noche que, ni qué decir, se me hizo eterna. Pero, todavía más eterno se me hizo aguantar las idas y venidas del Sebas al puente para preguntarme en su irritante dialecto guipuzcoano.
- Ze, Arratia, etxera iritsiko al gea behingoz ala ze hostia? (¿Qué, Arratia, llegamos de una puta vez o qué hostias?
A lo que yo le contestaba en mi vascuence, el mismo en el que mi paisano y tocayo Juan Pérez de Lazarraga había escrito un siglo antes sus poemas y novelas pastoriles, pues, en contra de lo dicho y escrito durante siglos todos por todos los cronistas habidos y por haber, yo, Juan de Arratia, no soy vizcaíno, de no ser de lengua tal y como éramos conocidos todos los naturales de mi país en aquella época, sino miembro de una de las familias más conocidas de ricos comerciantes de Vitoria, los Martínez de Arratia; pero, claro, entiendo que ya entonces era costumbre hacernos de menos a los alaveses, sobre todo por parte de nuestros vecinos cantábricos, y luego que si acomplejados, resentidos, fake basques y tal.
- Lasai, Elkano, lurra ekusi orduko jakingo dauen lelengoa izango zara nire ostean (Tranquilo, Elcano, tan pronto vea tierra serás el primero el saberlo después de mí)
Y en esas que por fin atisbamos tierra ambos. Que enfilo la nao hacia el puerto que se ve a lo lejos, que nos vamos acercando y...
- ¿Adónde nos has traído, Arratia? ¡Eso no es Sanlúcar de Barrameda?
- No, claro que no, eso el estuario del Tajo y lo que se ve a su orilla es Lisboa.
- ¿Lisboa! ¡Qué has hecho, insensato! Claro que la culpa es mía por poner al timón a un patatero. ¡ESTAMOS PERDIDOS!
- No hay razón para ello. Contaremos a los portugueses que decidimos reparar la traición de Magallanes y puede que hasta nos lo recompensen con todos los honores.
- ¿Pero tú no querías volver a casa?
- Para mí Lisboa es siempre volver a casa...
Y ya luego me despierto, que sí, que el sueño ha sido largo.

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