Recordaba ayer el comentario que le hice a mi señora hace ya tiempo a cuenta de la conversación que nos llegaba hasta nuestra mesa en forma casi que de chillidos por parte de una señora toda ella emperifollada -lo cual, esto ya para los de la ESO, no significa "follada por todas partes", sino, según la RAE, adornada con profusión y esmero- de la mesa del al lado en un conocido restaurante de Laguardia extramuros y desde el que se observa a través de unos ventanales el siempre fabuloso paisaje de viñedos con la Sierra de Cantabria al fondo.
- ¿Cómo que ahora no ves tan claro lo del campo de golf junto al que mi promotora proyecta construir una urbanización de lujo?
-....
- ¿Me tomas por tonta? Me habías prometido que no habría ningún problema para sacar el proyecto adelante, que tenías todos los votos necesarios. ¿Te das cuenta en qué situación me dejas ahora delante de mis jefes de la promotora?
-...
- Bueno, qué le vamos a hacer. Tampoco estaba yo muy segura de que eso iba a ser muy rentable. ¿Golf & Wine? Dudo mucho de que haya tanto pijo dispuesto a gastarse una millonada sólo para venir aquí a tomar unos vinos y darle unos golpes a una pelotita.
Momento en el que, y aprovechando que justo hacía un rato que habíamos paseado junto al monumento del fabulista Félix María (Sánchez de) Samaniego, natural de la villa alavesa a la que tenemos la costumbre de bajar desde Vitoria todos los 2 de enero para descomprimirnos un poco de estar encerrados en casa de mi vieja durante las celebraciones navideñas, voy y le comento a la madre de mis hijos.
- ¡Mira tú qué casualidad!
- ¿Cuál?
- ¡Coño! ¿No acabas de escuchar lo de la fábula de La Zorra y las Uvas?
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