Sueño que soy Jose I de Portugal y que después de pasarme la noche en vela cortejando a la soprano más famosa de mi época, Francesca Cuzzoni, la diva de Händel que le decían, no por nada todo el mundo sabe que soy un apasionado de la ópera, por fin voy a consumar con ella a eso de la madrugada. Y sí, ya lo sé, lo que tú digas, que menudas ganas de mambo después de no haber pegado ojo en toda la noche intentando convencer a la diva de mi amor hacía ella sin condiciones desde la primera vez que la oí cantar en el Teatro Real de Lisboa. Eso a la vez que le confesaba lo falto de cariño que estoy por culpa de la reina, la española Mariana Victoria de Borbón. En cualquier caso, sin lugar a dudas la mujer más siesa y frígida de toda la Península Ibérica –como para que luego digan que eso tan manido de 'De Espanha, nem bom vento, nem bom casamento' es sólo un proverbio xenófobo o por el estilo-, como que ésta, una vez nacida nuestra pequeña María Benedicta, había decidido cerrar la barraca, por decirlo al estilo del pueblo llano, y tenerme a pan y agua para los restos. En resumen, que una vez cumplidas sus obligaciones reproductivas según es la norma en los acuerdos matrimoniales entre las casas reales, lo del fornicio se había acabado entre nosotros, al fin y al cabo dos extraños condenados a una infelicidad mutua por contrato. Todo un drama real en el más amplio sentido de la palabra y con el que, después de toda una noche de tiras y aflojas en lo de echar mano a los secretos encantos de la diva, al final había conseguido vencer su voluntad de resistirse a la mayestática pasión que sentía hacia ella y que bien se podía resumir en que para esas horas de la mañana tenía ya la cojonera a rebosar de “gozo”, que es el vocablo, vulgar de necesidad, con el que mis vasallos portugueses se refieren a lo que en castellano suele denominarse “leche, lefa, corrida, acabada, semen”, no por nada recuerdo que mi señora la reina es española y yo algo ya entiendo del idioma de nuestros vecinos.
En fin, y como decimos en portugués, “devagar se vai ao longe”, vamos, algo así como que el que la sigue la consigue. Tengo que confesar que ha sido el mejor polvo de mi vida. Un polvo a la altura de mi condición real. Qué digo, del Imperio Portugués y, sobre todo, de las grandes hazañas y descubrimientos de nuestros grandes navegantes. Con decirte que cuando estaba en plena faena hasta me han venido a la cabeza unos versos de Os Luisadas de Camôens: “Vir a lograr o prémio que ganhara / Por tão longos trabalhos e acidentes: / Cada um tem por gosto tão perfeito, / Que o coração pera ele é vaso estreito.”
Si te soy sincero, creo que me he venido tanto arriba que por un momento he tenido la sensación que temblaba todo el palacio. ¡Qué digo, la ciudad entera! Como que hasta he temido que se vinieran abajo las velas encendidas en recuerdo a los difuntos en las iglesias y se incendiara la ciudad entera. Y ya no te digo cuando ha llegado el momento de la apoteosis, que he imaginado que el agua de los muelles retrocedía varios kilómetros mar adentro para luego volverse contra la ciudad en forma de olas de seis y veinte metros engullendo todo el puerto la zona del centro. Pues eso, un tsunami en toda regla. ¡Joder con la italiana!
A decir verdad, he debido montar tal escándalo que no me extraña que acudiese raudo hasta mi puerta el Marqués de Pombal preso de un ataque de pánico.
- ¡Majestad Fidelísima, ha habido un terremoto!
- Bueno, bueno, Sebastiâo, tampoco seas tan pelota.
- Vuestra alteza, le digo que hemos padecido un terremoto que ha provocado olas de más de veinte metros sobre el muelle y el centro la ciudad mientras el resto ardía por culpa de las velas y las lámparas de gas caidas al suelo.
- Hay miles de muertos y la ciudad está completamente en ruinas.
- “Porra!” A ver si va a ser todo por mi culpa…
- Tenemos que hacer algo para que el pueblo no se nos eche encima por no haber avisado a tiempo.
- No se me ocurre otra cosa. Sí, echemos la culpa a los españoles.
- Excelente idea, majestad, los portugueses odian a su cuñado Fernando VI, en realidad a todo lo que venga de España, de modo que tragarán con todo lo que les digamos con tal de echar mierda sobre nuestros vecinos.
- Pues no se hable más, que se encarguen nuestros voceros de propagar el bulo de que los españoles han provocado el terremoto.
- Por lo demás, ¿Qué hacemos con…?
- ¿La reconstrucción? Pues qué vamos a hacer: negocio. No hay mal que por bien no venga. ¿Tú no tenías unos planos con nuebvos edificios avenidas, plazas y jardines?
- Sí, y además los arquitectos que los han diseñado aseguran que podrán resistir futuros terremotos.
- ¿Ves? Al final hasta habrá que erigirte una estatua y todo. Ya lo estoy viendo: Plaza del Marqués de Pombal.
- ¿No preferiría que se erigiera una estatua de su Majestad Fidelísima en recuerdo de su proeza de esta madrugada?
- Sebastiâo, no me tientes, no me tientes…
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