miércoles, 30 de septiembre de 2009

MÁS QUEJAS Y MENOS PROZAC


Como este blog de quejas o por el estilo, creo que procede hacer un comentario sobre las mismas. He aquí lo que he encontrado al respecto navegando por la red:

La queja, sus tipos y causas:


Postura A:
-hacer sentir culpable a alguien.
-el destinatario de la queja se siente amenazado.
-el que se queja busca encontrar culpables.

Postura B:
-promover el compromiso a través de la queja.
-verla como una oportunidad para mejorar.
-es una herramienta para solucionar los problemas.

Ni qué decir tiene q a mí la que me interesa es la primera, la de hacer sentirse culpable al prójimo, acoquinarle, buscar un culpable de mis desdichas con el único fin de colgarle de los huevos del palo más alto. Lo otro, la postura B, me suena a catequesis o libro de autoayuda, con sotana y sin ella.

Con todo, esta breve y ridícula clasificación no recoge el verdadero valor catártico de la queja, esto es, el gustirrinín del quejica cuando vierte sus manías y chorradas de palabra o letra y, sobre todo, el beneficio económico y salubre de la queja, esto es, la queja como alternativa a todo tipo de fármacos antidepresivos que no sólo acaban dañando el estómago sino también el bolsillo, pues la queja viene a ser el resultado de una patología que algunos profesionales del desequilibrio mental explican tal que así:

Tiene enojo el quejoso


La queja es un hábito común en las personas amargadas y pesimistas. Se deleitan buscando de qué quejarse para tener un tema de conversación generalmente negativa que no conduce a nada.

La gente sabe que quejarse no cambia las situaciones, ni tampoco mejora las cosas, sin embargo le agrada poner en evidencia, que la realidad nunca le agrada.

El proceder del quejoso llega hasta negativizar lo positivo, cuando frente a algo de buena onda agregan: si, pero…

La queja, no resuelve nada, porque es inoperante, no aporta soluciones, es el recurso de los amargados que no se atreven a cambiar lo que no les agrada, ni aceptar lo que no pueden cambiar ni a las personas como son.

Los chismes y las críticas también son quejas sobre los defectos que tienen los demás; y el problema es que no llegan a ser conscientes, son formas de comportamiento habitual, un modo de ser, criticón y chismoso, que se complace en ser juez implacable de los demás.

Quejarse es concentrar la atención en lo malo, lo que no se desea, que con la queja se refuerza y expande. Estos pensamientos negativos crean la realidad y nuestras palabras expresan esos pensamientos.

Creamos nuestra vida con cada pensamiento, nuestra propia salud, la sociedad en que vivimos, la situación política. Todo es producto de las palabras que expresan nuestros pensamientos.

Muchos filósofos, profetas y sabios ya sabían esto hace siglos y lo transmitieron en sus doctrinas, pero lo malo es que la gente no se da cuenta cuándo está siendo quejoso ni cuándo está pensando en negativo, para poder revertir esa actitud por otra diferente.

Todos nos quejamos sin darnos cuenta, hasta la persona más positiva del mundo se queja sin ser plenamente conciente. Se trata de no emitir juicios, hablando menos, porque la palabra es un instrumento que puede dañar más que un cuchillo.

Una primera medida para convertirse en alguien que no se queja es evitar a las personas quejosas, criticonas y chismosas.

Una persona es una célula del organismo social y cuando la célula de un organismo cambia, todo el organismo cambia y puede contaminar a todos los organismos que están a su alrededor.

Empecemos todos hoy a no quejarnos de absolutamente nada, ni del calor, ni de la inflación, ni de la crisis, ni de los piqueteros, ni de los dolores nuestros de cada día que se suelen agravar con cada queja.

Prueben a no quejarse nunca más de sus dolores y desaparecerán por completo.

La queja es la intención inútil de liberarse del sufrimiento y sólo si somos conscientes cuando nos quejamos, podemos eliminar por completo de nuestros pensamientos la negatividad de la queja.

Cambiar no es fácil, es muy difícil, y eliminar de nuestras vidas las quejas es aún más difícil.

El quejoso no actúa, e intenta con la queja liberarse de sus pesares, aunque nunca lo logre.

Algunas quejas tienen un beneficio secundario, pueden obtener respuestas de compasión y evitar tareas indeseables, atraer la atención y evitar hacer lo que corresponde.

Cuando una persona se queja de su salud convence no solamente a su interlocutor sino a cada una de sus células de que está realmente enfermo.

Es inútil estar descontento con los malestares o discapacidades físicas porque hay que seguir adelante de todas maneras y la gente no quiere estar con personas que siempre se están quejando de sus desgracias.

La queja es contagiosa y predispone a los demás a quejarse; tiende a expandirse como reguero de pólvora, se enquista en todo campo propicio y se convierte en una forma de ser general quejosa.


De modo que ya sabe el que me lea, si quiere evitar el contagio, mejorar su calidad de vida (vulgo: que no le toquen los huevos), no se me acerque que deprimo, aburro y además puedo provocar tsumanmis mentales.

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