miércoles, 26 de mayo de 2010
UN BESUGO EN LA PLAYA DE LAS CATEDRALES
Mañana de domingo de caminata tras una nochecita harto borrascosa por A Praia das Catedrais (La Playa de las Catedrales), que está situada en la ría de Ribadeo y es el arenal más concurrido de la comarca al norte de la provincia de Lugo y el extremo occidental de Asturias, la cual recibe el nombre de A Rasa por consistir en un espacio completamente llano entre la montaña y el mar. La playa en cuestión recibe el nombre de Las Catedrales por las formas de columnas, arcos y cuevas que la erosión marina ha producido en los alcantilados costeros. Durante la marea baja puede accederse a un largo arenal delimitado por una pared rocosa de pizarra y esquisto erosionada en formas caprichosas: arcos de más de treinta metros de altura que recuerdan a arbotantes de una catedral, grutas de decenas de metros, pasillos de arena entre bloques de roca y otras curiosidades.
El paseo, en cambio, tuvo que ser a lo largo del sendero de madera sobre el brezal, toxal le dicen en la zona, que cubre las inmediaciones del alcantilado. Un paisaje precioso en el que la raya del horizonte de la rasa se confunde con el del mar, el verde atlántico de los padros hacia la montaña sobre el llano y las policromía de la maleza de toxo y otras variadades de plantas y flores con nombres tan sugestivos y galaicos como la Leitaruga, Herba namoradeira, Cardo da ribeira, Perixel de mar o Feo de Praia. Un colibrí blanquirojo incluido que dejó alucinado a Mr. y algún que otro abejorro que nos hizo aligerar el paso. Una gozada de caminata a la que también contribuyó y mucho el hecho de estar todavía en mayo y no en pleno verano como otros años en los que eso parece la Gran Vía madrileña, sobre todo desde hace dos años a esta parte en que coincidiendo con la apertura de la autopista de La Coruña el lugar se ha vuelto no poco apestosillo.
El renacuajo de Mr. que quería bajar a la playa a mojarse los pies, nosotros que ni loco porque había pleamar, y él que se quería tirar por el alcantilado. Pena que T me convenciera de no dejarle tirarse, porque mejor excusa... olla, señor agente, o neno apertouse a beira da rocha e enton... El caso es que entre un que aquí me quedo, que no voy, al final llegamos hasta la Playa de Arealonga, a lado de Barreiros, la única que no cubre nunca la marea alta y en la que se puede tomar el sol siempre que esté haga aparición, como ese día, otra cosa es que corriera un aire salítrico de aquí te menees. De modo que de regreso sobre nuestros pasos hasta el restaurante en un edificio al estilo de la zona, pizarra por doquier, y tras mucha calma marina y bucolismo por un tubo, encontronazo con una parte muy significativa de la realidad gallega: O tordo galego. En este caso en versión camarero, un chaval con cara ya no de haber roto un plato, sino la vajilla entera de puro tordo que era el tío, un auténtico prodigio de la inutilidad al cuadrado que no es que no hubiera pasado por un escuela de hosteleria, es que creo que no había visto una normal ni de lejos. Primero nos pone el mantel de papel al revés, que le tenemos que dar la vuelta nosotros, nos toma la nota como el que asiste a un seminario de hermeneútica cirílica o por el estilo, que no sé si estaba traduciendo mentalmente nuestro pedido al gallego o ya directamente a un dialecto mongol, que nos trae sólo un cubierto y una copa de albariño en lugar de la botella, le explicamos que con lo de una botella de albariño cosechero nos referíamos a la botella entera y, efectivamente, nos trae la botella empezada y caliente. Hay que explicarle lo del chaleco de hielos para enfriar el albariño. Claro que todavía estábamos con una sola copa para probarlo porque el chaval debía estar muy entretenido buscando la cocina o por estilo. Así que al cuarto de hora viene con el pulpo y nos deja un que aproveche y su sonrisa de batracio galaico. Pregunto por la ensaladilla rusa y las rabas, perdón, os calamares, y me mira cómo sorprendido, cómo que le habíamos pedido todo eso además del pulpo, que eso sí, estaba de rechuperte, pues sí, lumbreras, ándate ya de vuelta a la cocina que llevamos casi una hora entre una cosa y otra. La copa y el plato que faltaban todavía en alguna estantería del interior. En fin, qué decir del pure para el nene que entregó T una hora antes para calentar y que tras preguntar por él en varias ocasiones por fin se dignó en traerlo (el potito, mi copa ainda non...) más caliente que el volcán islandés ese... Llega la ensaladilla, falta la copa y un plato para el mayor, que no lo había visto, claro, como no está crecidito ni nada Mr. En fin, más acopio de paciencia infinita porque han pasado ya otros quince minutos con los platos vacíos, el tipo mirando para el occidente marino y las rabas sin aparecer, que hay que volver a recordárselo, porque no le da, no le da, está a otra cosa, va a ser a lo de la emigración por eso de cruzar el océano a nado o así. Eso sí, antes de pedir el postre y los cafés, el prodigio este de la hostelería galaica ya nos trae la cuenta sin pedirla: que non querían a conta... Pues no, aunque pareciera increible dado el trato como que inexistente, ainda non, que se estaba de cine allí junto al mar, a beira do mar, que si no hubiera sido por la calma que desprende éste, si lo pillo tierra adentro, yo creo que habría empezado a darle de hostias hasta que hubiera recuperado el aire que le faltaba. Y entretanto, un señor maduro a nuestro lado, que miraba cuentas en lugar de tomar nada y de ahí que sospecháramos que fuera el dueño algo parecido, que no podía evitar descojonarse cada vez que se nos acercara el Einstein gallego a atendernos o lo que fuera aquello. Para mí que era el sobrino tonto o así de algún hermano, que olla tú, Marusiña, eu doulle traballo de camareiro, mas non sei se o rapaz e capaz de...nada.
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