martes, 11 de mayo de 2010

HISTORIAS DE ROMA Y ALGUNA PROPIA...



Martes lluvioso y triste a más no poder. Mi señora por los madriles y servidor al mando... mejor dicho, al antojo de mis dos churumbeles, desde las 6.00 de la mañana y con apenas unas poquicas horas a la mañana para mis cosas. De modo que, una vez recogidos, comidos, fregados, entretenidos y hasta acunados, llega el tiempo para el relajo, esto es, darle a la tecla para llenar el blog de insustancialidades, por ahora, y dejando a un lado los gin tonics y a falta de un pobre desgraciado al que darle la brasa, la única manera de dar rienda suelta mi verborrea innata.

En este caso voy a incumplir la promes de no volver a comentar libros, aunque creo recordar que prometí hacerlo sólo con los que de verdad lo merecieran. En todo caso, este es uno de ellos, en realidad es lo mejor del pasado fin de semana tras mucha lluvia, bronca y visita familiar. Hablo de HISTORIAS DE ROMA, del periodista de EL PAIS, Enric González, corresponsal en varios destinos y articulista genial de la sección de crítica televisiva, esa que con la excusa de la caja tonta se puede hablar de todo, hasta que sus jefes se hartaron de su brutal sinceridad, esa que le llevaba a tirar piedras sobre su propio tejado (otros lo llaman autocrítica, pero se ve que esta palabra no existe en según qué diccionarios...); genial el artículo en el que describía al común de los lectores de su periódico, sus lectores, como "pijos bienintencionados o señoritos con conciencia social,. Pues claro, como de alguna u otra manera lo somos todos desde nuestra cómoda tumbona y quizás también otros desde la poltrona a la que se suben para criticar al resto de sus congéneres, no de tú a tú, frente a frente, sino de abajo a arriba, vulgo paternalismo condescendiente.

Tampoco eran para menos sus críticas, o su análisis, del devenir del periodismo moderno, cada vez más al servicio de los intereses personales que a otra cosa, y de entre los que más los de PRISA con sus escritores y demás artistas en nómina, lo de silenciar a todo aquel que se mueve en la foto, que no se pliega al mandato del empresario del turno, que no se dedica en cuerpo y alma al objetivo principal de todo mercenario de las letras: vender papel.

Sus críticas irónicas, certeras y también tiernas le valieron un nuevo destierro, esta vez a Jerusalem. Qué se le va a hacer, había llegado un momento en que servidor ýa sólo compraba ese períódico para llevarme una sonrisa diaria al careto tras la lectura de su crónica. Sirva de consuelo, sin embargo, la certeza de que la experiencia en la capital de la paz (al menos eso es lo que significa en hebreo Jersusalem, que ya tiene bemoles...) saldrá otro libro como el que nos ocupa, puede que hasta más interesante en virtud de que pocas ciudades hay en el mundo tan interesantes como esa.

Ahora bien, de momento sólo he podido disfrutar de estas HISTORIAS DE ROMA, crónica personal y muy particular de su estancia romana tras los años de la Guerra de Irak, Bush y demás despropósitos. Pero no es una crónica de viajes, mucho menos una guía al uso, para eso ya se encarga él mismo de señalar que existen en el mercado todas las que queramos. Se trata de una colección de anécdotas e impresiones de la ciudad eterna que en la pluma de Enric González adquieren el calificativo de deliciosas, tanto o más que su escritura tan personal, irónica, brutalmente sincera y cercana, sin florituras con más de pose que de fondo.

Tampoco me voy a dedicar a destripar el libre, se lee como un suspiro con una sonrisa permanente y para de contar. Hay alguna anécdota prestada como la que le sirve para ilustrar el peligro de los "falsos amigos" a la hora de intentar hablar idiomas en principio cercanos al castellano. En concreto, la del cura español recién llegado a Roma que acudió a una ferretería porque le urgía un recipiente para su residencia y a falta de más de una clase de italiano sólo se le ocurrió decir "ho bisogno de un cazzo grosso", como que los empleados del establecimiento todavía se parten el culo cada vez que se acuerdan (claro que teniendo en cuenta como anda últimamente el clero vete a saber si lo que realmente necesitaba el curita no era...)

Pues bien, entre esa y otras anécdotas de la brega diaría con el paisaje y paisanaje romano, de las amistades entabladas en la capital de Italia, de Berlusconi y compañía (sumamente interesante lo referente a los orígenes del personaje...) el libro de lee y disfruta en un suspiro.

Con todo, el apartado que más me ha hecho disfrutar no es otro que el dedicado a la gastronomia y más en concreto a los platos estrellas romanos, con los espaguetis a la carbonara a la cabeza (o séase que se usa picorino y no parmesano...) Así como la emoción con la que Enric recuerda ciertas comidas, lo que me ha hecho reflexionar una vez más acerca de que el verdadero placer de viaje, siquiera a mis cuarenta y nada, no es tanto la oportunidad de poder ver in situ maravillas del arte, la historia o la naturaleza, esto es, todo aquello que ya hemos visto previamente en reportajes o en los libros y que a la hora de la verdad, cuando estas ahí, sólo suponen colas o trayectos eternos hasta el destino de rigor y, muy en especial, ese síndrome al que Stendhal dio nombre, el cual hace referencia al cansancio mental que provoca visitar lugares como el Louvre o cualquiera de los museos florentinos, en los que la acumulación de tanta obra maestra, de tanta genialidad, sólo inspira hastío y sobre todo ganas de salir pitando a meterse cualquier cosa entre pecho y espalda.

Eso y que uno es un tragaldabas de cuidado, según los míos desde siempre, siquiera sólo un glotón, que no un sibarita, gourmand antes que gourmet, o al menos eso creo. Con lo que de un tiempo a esta parte cuando pienso en viajar pienso esencialmente en qué comeré y privaré allí adonde vamos, con lo que el principal aliciente del viaje ya no es el ambiente del lugar (acabáramos, como para...) o las maravillas artísticas y naturales, ni siquiera las puestas de sol, la soledad del desierto, de la montaña, el eco de la Historia a través de las piedras de los monumentos o cualquier otra chuminada; a mí me dicen que el mejor bacalao lo ponen en un chiringuito en mitad del Sahara y allá voy de cabeza... Así pues, y envidiando a Enric en el deleite con el que recuerda tal o cual restaurante en el que comió tal o cual cosa, no siempre la más exquisita o la mejor cocinada, pero sí la más sabrosa y mejor acompañada, me permito el siguiente ejercicio de vanidad, un breve repaso, a bote pronto, cuanto menos lo piense más sincero, de los mejores momentos, siquiera sólo a lo largo de mi corto periplo viajero, ya crecerán los dos monstruos, se irán de casa y podremos volver a salir de viaje, no sé con qué o cómo, pero yo no me muero sin echar un meo en un glacial argentino, llamar al Krenlim para preguntar por el hijo de Putin, o volver a cagarme en Dios en mitad de la Plaza de San Pedro, cómo relaja, lo recomiento.

En la misma Roma, un platazo de spaguetti a la marinara o así en un restaurante no especialmente fino del Trasvedere, aunque cabe la posibilidad de que de lo que realmente me acuerde sea de los spaguetti que se estaba zampando en la mesa del al lado un barrilete digno de una peli del neorealismo italiano ese, había más espaguetis en su camisa que en el plato.

Siguiendo con los spaguettis, sin ser nada del otro mundo, los que zampé en Tunez con mis amiguitos, boloñesa de camello incluida, de puro hambre y agotamiento.

Un kus-kus de cordero en Fez con otro amiguito tras una dura jornada de turisteo por la medina y la correspondiente visita a lo del cuero de marras, menuda peste, desde entonces una vez al mes intentó reproducir el gustazo sin kuskusera ni nada, me encanta.

Como el hambre hace milagros, cualquiera de los platazos de pescado, gambas y arroz en cantidades industriales durante el meneo que nos dimos por Senegal, aunque también cabe la posibilidad que de lo que realmente me acuerde sea de los litros de cerveza La Gazelle, que trasegábamos durante las comidas.

La paella de mi tía en Caracas, que ni cocina como para tirar cohetes ni nada por el estilo, pero que después de un mes a merced de la gastronomía venezolana, esto de, de arepas por un tubo, que al principio pase, pero es que tanta carota, cazón y pollo acaba con el estómago de cualquiera...

Los rognons de veau a la moutarde en un coqueto, auténtico bistrot de Burdeos, de esos con menu a tiza en la pizarra y camarero borde-francés que te cagas, en compañía T, la cual todavía comenta lo mucho que disfrutó viéndome sudar de calor y felicidad, me-mo-ra-ble (también la clavada por el burdeos, pero oh la, la, la c´est la chere France...)

Un gulash explosivo en otro coqueto restaurante o casi de Praga en mitad de un patio de lo antiguo, acompañado con media docena de jarras de cervezas para mitigar el picante, de re-chu-pe-te.

Un exótico plato de perca con no sé qué salsa que de puro tierna y roja parecía ternera en Budapest; la discusion que tuve con una pareja de León acerca de la política vasca fue antológica, en ese momento pasa Otegi por el Danubio y me da un abrazo...

Un arroz con bacalhau en la Baixa de Lisboa que de puro meloso y regado con abundante vinho verde me hizo pensar que después de todo con esta chica (T) no me iba a aburrir tanto como con otras...

Un bacalhau ao bras en la Alfama de Lisboa increiblemente desmigado con su cebollica, su patata, sus aceitunitas negras y el huevo batido en un sitio super pequeño que luego he intentado reproducir una y otra vez.

Un irish stew con T en un pub de Dublin junto al Liffer que me supo a gloria después de varios días de pizza tras pizza, a pesar de la mierda de plato que es y que durante los tres años seguidos que fui no probé ni un solo plato verdaderamente irlandés porque para patatas mejor con chorizo o marmitako.

El pollo al clavo en Egipto después de pasar mucha fame y de lo mucho que nos quejamos por la clavada o no me acuerdo qué, eso en una terraza al aire libre y la inestimable compañía de vete a saber cuántos mosquitos.

En fin, que así por encima la verdad es que en el recuerdo de los mejores momentos gastronómicos o así predomina el hambre tras mucho tute y poco dónde elegir, como que si hay que hablar de verdaderos homenajes casi no salgo de España, entre asados castellanos, mariscadas gallegas, verduricas navarras y alguna que otra fritura andaluza para qué pedir más (de la gastronomía vasco-riojana no hablo porque es sabido que al ser la mejor del mundo, verduricas navarras incluidas, no hay que pecar de soberbio...)

Ya habrá ocasión de rememorar algún que otro homenaje de esos con anécdota incluida. Aunque mucho me temo que para momentazos a lo sibarita los vividos con el berbecio, esas pintas irlandesas, esas jarras checas o vienesas, la celtia de tunez o la gazelle senegalesa, ese chianti delicioso, el chivas tropecientos años junto a una piscina en Cumaná, el ron cubano mi amor en sus mil y una versiones daikiris y mojitos de por medio...

Claro que también habría que hacer una lista de los anti-momentazos en el comer y el beber, pero eso ya me llevaría semanas enteras, sólo adelanto las patéticas cervezas en un putiferio de El Cairo adonde entramos guíados por el único cartel de Heineker que vimos en la megaurbe y donde las camareras de tanto ir y venir en paños menores y propinarnos caricias, que eso de sentarse a nuestro lado y darnos caricias no nos parecía nada profesional..., pasaron de portarse como si fueran putas a ser unas putas de cuidado que nos querían cobrar las latas de heneiker a precio de mamada, y eso por no hablar del intercambio de cagüedioses y gestos de "a que te meto..." con los gorilas que acudieron a la llamada de las señoritas cuando nos negamos a pagar tan abusivo precio...

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