Como, quieras o no, te acabas aburriendo y mucho con los críos en el parque, siquiera cuando ya llevas media hora empujando al canijo que no se quiere bajar, así le amenaces con tirarle a la basura todos los chupetes y ponerle coliflor de cena todas las noches, pues que acabas asistiendo a escenas ajenas que no deberías porque ni te van ni te vienen, por educación o pudor. Y así estaba el otro día en el parque, columpiando a mi pequeño tirano, cuando en esas aparece una estilosa madre de unos treinta y pocos, rasgos orientales, melena azabache cinturita de avispa, largas y morenas piernas, todo ella embutida en un vaporoso vestidito estival rojo que hacía las delicias del sector masculino allá presente. En eso que la chavala, a la cual nos referiremos a partir de ahora como la pija filipina, localiza a un conocido al que se dirige de inmediato con una donosura digna de encomio dada la altura de los tacones de sus zapatos. El conocido un chaval de mi edad más o menos, talludito pese a sus intentos de pasar por un adolescente de Nuevas Generaciones, esto es, polo blanco, pantalones cortos, gafas oscuras sobre la gomina a raudales, pulseritas en la muñeca con la inevitable rojigualda de marras, tatán, tatán, mil gaviotas volaraaaaán... Vamos, un tipo corriente de Oviedo. El pavo se incorpora de golpe de su asiento en cuanto la pija filipina llega a su altura, ni que tuviera un muelle debajo del culo.
-Hombre, qué tal, cuánto tiempo, qué tal las vacaciones.
-Fenomenal, oyes, estuvimos en Ibiza divinamente, pero como Borja tenía que trabajar, pues mira, decidimos volvernos todos para que no estuviera solo el pobre. Pero de cine, cine, cine.
-Ya me alegro, nosotros también esperamos poder hacer una escapada a final del mes. ¿Y tú qué tal estás?
Ay, pillín, cómo si no lo supieras, para qué preguntas, ¿para ver si te contesta, "¿es que no lo ves, estás ciego? ¡Divina de la muerte!". Y a partir de ahí pues un continuo y patético babeo por parte de él y todo un despliegue de coqueteo por parte de ella a lo mira cómo me río como una boba por cualquier insustancialidad que dices, mira cómo meneo la melena, cómo me atuso el mechoncito del pelo cuando te digo algo o me estiro cuando presiento que me miras las tetas, tontorrón, que eres un tontorrón. Pues nada, dos amigos en el parque pegando la hebra, jugando a yo te seduzco y tú babeas, que ni en sueños tú mujer está tan buena como lo estoy yo, puro exotismo con mucha dieta y gimnasio de por medio. Y en eso que la pija filipina se sienta en el banco, cruza las piernas, todo el muslamen a la vista, al tiempo que le grita a su hijito con su empalagosa y chillona vocecita apijotada que tenga cuidado con esto o lo otro, cualquiera diría que el crío era de cristal, y el pavo otro tanto, que se sienta y... y cruza las piernas al momento, casi que de sopetón. No va a cruzarlas el pavo, si es lo que tiene el verano, esos malditos pantalones cortos que nos ponemos y que a fuerza de querer ser ligeros, frescos, pues que los hacen con cuatro hilos, que al tipo se le notaba, vaya que si se le notaba, cualquier turista japonés lo habría visto desde el mismo Naranco, y estábamos en el Parque de la Lila en pleno centro, una erección como la pata de un caballo.
Pero claro, al principio puede que tenga gracia, aunque procures no reírte por respeto y por si acaso alguien acaba llevándose una hostia. Pero ya luego se impone esa instintiva solidaridad masculina, siquiera sólo de pensamiento, que tampoco era cuestión de ir adonde él y soltarle, "pero, macho, tú has visto cómo se te ha puesto la cosa, contrólate un poco no, joder, que hay niños". Sin embargo, cómo no solidarizarte con él, sólo con pensar que en ese mismo momento podía haber aparecido su señora y menudo marrón: "¿qué haces cariño? Nada, aquí con Isabel, que me la estaba poniendo dura..."
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