Empiezan las fiestas de la Blanca y aquí podría colocar el comentario del año pasado y me quedaría tan pancho. Pero no voy a caer en semejante chusquería. Primero porque la razón última de este blog no es informar de nada y menos aún ilustrar a nadie, la razón última de este blog es que su autor escriba a diario, o casi, algo, lo que sea y de lo que sea, a ser posible algo de "reír" y con cuanto menos pretensiones mucho mejor; digamos que uno lo hace para tener callo con la tecla y poco más. Segundo, ya que estamos con el teclado, que quiero escribir, pues que me voy haciendo una especie de diario a cuenta de mis insustancialidades domésticas, de las ideas que me rondan por el bolo a cuenta de la actualidad o algo así.
Y comienzan las fiestas del 2012 como todos los años, con el despelote de la bajada del aldeano de Zalduondo, la Plaza de la Virgen Blanca a rebosar como siempre de chiquillos, y no tanto, que saltan y berrean sin parar la cancioncita del que se hizo una casa nueva con ventana y balcón, que se riegan unos a otros con cava aunque el sábado no hiciera precisamente calor, camisetas empapadas de rosa kalimotxo, puede que hasta del humo de los puros que fumas los más puretas en la inmediaciones de la plaza mientras comentan lo mucho que les desagrada esa costumbre de descorchar botellas como si las regalaran, en mis tiempos...
Y suena el txupinazo desde la balconada de la iglesia de San Miguel, este año tirado por los cuatro representantes de los colectivos euskaltzales de la ciudad, ahí les joda a los fachas del pueblín, somos casi el 30% y si te jode o no te lo crees, pues ya sabes, ¡la tierra redonda, qué bruto!, que diría el Manolito de Mafalda, Gasteizen euskaraz bizi! Suena el txupinazo y comienza a descender el muñeco, la plaza enloquece, se produce una eyaculación colectiva en forma de miles de botellas descorchadas al unísono, el berrido de la canción popular al uso es ensordecedor. El rito sigue, el muñeco se hace carne en el corpachón de Gorka Ortiz de Urbina, saluda a la gente, baja a la calle, cruza la plaza hasta la balconada de la iglesia escoltado por una legión de blusas que lo protegen de la marabunta que abalanza sobre él para tocarle con la absurda idea de que a ver si va a ser cierto la leyenda esa que dice que si tocas al Celedón durante la bajada por fin follas en fiestas, los más finos dirían que ligas, es lo mismo, para qué coño vas a ligar en fiestas si no es para follar, ¿estamos tontos o qué?
Y todo esto te emociona desde la tranquilidad del salón de la casa de tus padres, ya habrá tiempo de llevar a tus críos cuando crezcan un par de años, siquiera desde la inmediaciones de la plaza como suelen hacer otros padres. Con el tiempo, y si les peta, puede que hasta vayan solas al centro de la plaza, junto a la falla a la batalla famosa. Y si les gusta y todavía quieren venir a la ciudad de su padre, si su lado babazorro les hace vivir y beber estas fiestas como lo hizo su padre, irán moviéndose de sitio en cada bajada a medida que crezcan, llegará un día que en lugar de estar en el centro de la plaza estarán en la sala de estar de una casa cualquiera, habrán envejecido, puede que tengan críos, aunque también puede que ni se acuerden de estas fiestas y pululen por cualquier otra parte del globo terráqueo. A saber, nunca hay que descartar el topicazo ese del vínculo ancestral, atávico, de la gente de este país hacia la tierra de sus antepasados, poco importa el grado o el tiempo pasado en ella. Una tontería como la copa de un pino, lo sé, pero en días como éste resulta hasta bonito.
Porque por mucho desapego que le quieras echar a la cosa, pretender que la cosa esa tribal que sale en la tele durante la bajada del Celedón te queda ya lejos, por mucho que atiendas a los comentarios de gente de fuera que no entienden y, por lo tanto y en general, desprecian lo que ven, apenas una masa de descerebrados reprimidos que se dan al libertinaje etílico y de todo tipo durante unos cuantos días seguidos, por muy ridículas que les parezcan a algunos las tradiciones de los demás, las tradiciones en general, por mucho que vaya uno de exquisito y racional por la vida, por mucho que uno presuma de cosmopolismo de salón y esté convencido de ser el modelo a seguir por el resto de la humanidad, estas cosas tan telúricas no dejan de ser parte de tu biografía, siquiera también la de tus padres con sus recuerdos. No olvidas las primeras fiestas cuando eras niño, tu traje de blusa con txapela, abarkas y pantalón de mil rayas, tus primeros flirteos con los katxis de cerveza en la antigua Mejillonera de la Dato cuando los mayores se despistaban o ya directamente se mamaban y te daban a beber ante el escándalo de las madres de la cuadrilla, tus primeras farras ya con la edad del pavo, la época reivindicativa de las txosnas y las manifas en mitad de la jarana, los bailes sobre las mesas de los bares, los amagos de ligues con las foráneas hasta el cuarto o quinto katxi, las madrugadas en vete a saber dónde, los conciertos que se hicieron inolvidables. Te emocionas, eres así de simple, de telúrico incluso.
En fin, y entre tanto la vida sigue y uno se apunta a costumbres que en su tiempo eran casi que exclusivas de mayores. Ayer tocaba teatro con los amiguitos, echar risas con un tal Angel Martín y Ricardo Castellá, una gozada. Luego garbeo y katxis a lo revival de cuadrilla, tortillitas de patata del Deportivo, expedición hasta lo viejo, de codazos en el Aldapa, la simpatía y el saber hacer de los camareros de esta ciudad es mítica... por su ausencia, digo, los blusas veinteañeros que nos empujaban a su paso, que berreaban canciones de sus mayores y que encima se les notaba que no la habían entendido, ni la canción ni nada de nada, si no a qué venía esos goras a cierta banda de asesinos, niñatos, el atractivo de lo que creen a la contra, alternativo, prohibido, no sabemos poco ni nada del asunto. Bares vacíos y, por mucho que me insistiera el amigo Luis, todavía no sé si por la crisis o porque las costumbres han cambiado y, tal y como ayer se podía ver por doquier, se impone el botellón fiestero. En fin, algo o mucho de razón ya tenía el amiguito, la crisis asoma donde menos te lo espera, sería esa la razón por la que en cuanto hay algo de gratis acude la peña en manada, y como te atrape en medio, como en el concierto de no sé qué hostias de Fueros, ya te ha jodido, menudo agobio, y decía Virginia que sólo había sido un rato, para mí una eternidad, tanta juventud a rebosar de alegría y ganas de juerga, y nosotros de camino a casa, a recogernos.
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