Escribir desde el extrarradio, que es una bonita manera de decir que desde la provincia, desde el agujero particular de uno, es algo que hacemos todos. No importa desde qué punto del globo lo hagas, no importa sobre qué escenario, en qué lengua o con qué personajes. Todo es provincia o periferia de algo, la aldea de Fernando Pessoa, que era una aldea bien grande de casas de tejados rojos que daban a un estuario del que iban y venían gentes de un lado a otro del mundo, o las calles de Brooklyn donde pululan los personajes generalmente arrastrados de Paul Auster. El escritor escribe tanto de lo que conoce como de lo que le gustaría conocer, escribe desde su agujero para el resto del mundo. Pero, para no andar a tientas, en terrenos que desconoce porque no ha pisado y si lo ha hecho seguramente ha sido sólo de paso, o poniendo voces a gente que en realidad no puede saber cómo se expresan de verdad, prefiere escribir desde el mundo o las personas que le son cercanas. Éstas no son menos provincianas en su origen y modo de vida que los señoritos ensoberbecidos que pintaba F. Scott Fitzgerald en su Gran Gatsby, no menos dignos que las putas de las novelas de Zola, o menos patanes que los griegos de la Iliada o la Odisea que solo dan en héroes cuando Homero, o quién fuera que escribió de verás semejantes maravillas, los saca de su Ýtaca y los somete a mil y una pruebas, y todo para que el momento cumbre de toda su obra fuera cuando Ulises vuelve a casa para poner orden en su hacienda y reencontrase con los suyos. Podría seguir con los nobles venidos a menos, los pequeños burgueses ambiciosos o los campesinos ambiciosos de Dostoievski, pero es que todos los personajes de la literatura universal fueron escritos desde el extrarradio.
Porque, al fin y al cabo, la provincia es un estado del alma antes que un espacio físico, aquel que no te permite levantar la mirada más allá de lo que te rodea, que te induce a pensar que no hay nada mejor, nada merezca la pena ser conocido, nada que no puedas encontrar a tu alrededor, nada más allá de los estrechos límites de tu provincia particular. Eso, ni qué decir, le puede pasar a uno tanto desde su apartado caserío en el Goierri guipuzcoano como de la buhardilla más chic del barrio bohemio de Montmartre de Paris, y tampoco importa la época, ésta sólo es otro escenario. Porque lo provinciano en la literatura no lo es tanto el escenario y los personajes, como la mirada con la que el escritor describe su mundo, y, sobre todo, antes que nada, en esencia, la voz con la que éste universaliza su territorio literario. Porque es la voz del escritor sobre el papel quien hace que el Ulysses de Joyce sea una obra cumbre de la literatura universal sin salir de Dublín y con unos personajes por lo general mediocres, es la inconfundible voz dura y lírica de Celine la que hace que su relato de las trincheras de la Primera Guerra Mundial sean tan universales como los rifirrafes de los vecinos de su barrio parisino, es la voz incisiva y saudosa de Lobo Altunes la que universaliza a todas las capas sociales de su pequeño país volcado sobre Atlántico. Y como además la provincia es un territorio limitado y habitado por una gentes concretas con su idiosincrasia, los autores con voz universal, esto es, que trabajan con la materia prima de la literatura, la gente y sus circunstancias, en esencia las mismas para todos de una punta a otra del globo terráqueo, también crean provincias a su medida. De ese modo, Faulkner universalizó a sus paletos sureños de todos los colores y gentlemen otro tanto en su impronunciable condado de Yoknapatawpha, del mismo modo que muchos admiradores de su obra como García Márquez o Benet lo hicieron con su Macondo o Región. Algunos ni siquiera necesitaron disfrazar sus territorios vitales de literarios para tener una voz propia con la que hablar de lo que ha hablado siempre la literatura desde Homero a nuestros días, del ser humano y cómo agarra la vida por los huevos, siquiera ya sólo de cómo ésta se le echa encima con todo su peso, poco les importó que para hacerlo tuvieran que escribir de su propio extrarradio como hicieron Quevedo, Kafka, Joseph Roth, Broch, Conrad, Eça de Queiros, Pirandello, Baroja, Brendan Behan, Kundera, Pasolini, Coetzee e incluso el Blasco Ibañez de sus primeras novelas, a saber qué otros... ¡todos!
En resumen, es la voz con la que escribes, cómo lo haces y de qué, lo que hace universal tu territorio literario particular, tu mirada. Porque los temas de la literatura siempre son los mismos, sólo cambian las miradas y es estilo que se le imprime a ésta, la puesta en escena. Y, claro está, si para hacerlo, porque te hará falta, no lo dudes, has leído de todo y has viajado por todas partes, siquiera sólo en la medida de tus posibilidades o de acuerdo con tus necesidades, si has conocido a todo tipo de gente y has disfrutado de un buen cúmulo experiencias de las que luego podrás sacar provecho literario, pues mejor que mejor. No dejes nunca de hacerlo y, sobre todo, no desprecies lo que tengas a mano, no desprecies a nada ni a nadie que no se lo haya ganado a pulso.
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