viernes, 12 de junio de 2020

TIEMPO DE PANDEMIA

Anoche tuve un sueño chorra como pocas veces, que ya es decir. Soñaba que estaba solo en un restaurante de lo viejo de Vitoria, más que nada por las paredes de piedra con bóveda y cierta mantelería que me sonaban a uno de los de la Plaza del Machete, no sé. El caso es que miraba la carta con la intención de comer carne, casi obsesionado, y solo encontraba chuletón de carne vieja de kilo y medio, cochinillo (que ya es raro que haya en un restaurante de Vitoria en lugar del cordero asado) y chuletillas de cordero. Recuerdo que el chuletón se me hacía excesivo porque quería reservarme para la cena con los colegas, y las chuletillas de cordero jamás las pido en un restaurante porque eso de que te saquen cuatro y te cobren el doble por el que en sus tiempos te comías en el Argote un kilo y pico con su ensaladica y su cosechero como que sacrilegio. Así que, ante tan escueta oferta cárnica, no me quedaba otra que el cochinillo.
-No nos queda cochinillo.
-Joder, para tres cosas que tenéis.
-Se lo ha comido todo uno de Estella.
-Déjame pensarlo un poco más.
Entonces oigo que me interpela uno de la pareja de negociantes trajeados que está comiendo en la mesa de al lado y que por lo poco que me llegaba de su conversación cualquiera diría que se dedicaban a la trata de blancas o cualquier otra cosa por el estilo.
-Pídete un chuletón, hombre. El que nos estamos comiendo está de vicio.
-Ya me gustaría, ya; pero, tengo cena a la noche con la cuadrilla y no quiero llenarme.
-Bah, flojo, que eres un flojo.
Creo que me mosqueo con el campeón de la corbata estampada con lamparones de grasa. Pero no estoy muy seguro porque justo en ese momento aparece la madre de un amigo con las manos acarreando bolsas en cada mano.
-¡Hombre, Txema, cuánto tiempo! ¿Cómo tú por aquí?
-Ná, haciendo tiempo hasta la noche que he quedado con tu hijo y los demás.
-Yo venía del super y me han entrado una ganas locas de entrar a picotear algo.
-Pues siéntate y así comemos juntos -le extiendo la carta nada más sentarse-. ¿Qué vas a pedir?
-Cochinillo asado.
-No hay. ¿Por qué no compartimos un chuletón de vaca vieja? Sin ánimo de ofender, claro. Luego si quieres te acerco en coche hasta el pueblo.
-Vale, voy a pedir cochinillo.
-Que se les ha acabado. Mira otra cosa. ¿No te gusta el chuletón?
-Vale, pues voy a pedir...
-¿Chuletón?
-No.
-¿Chuletillas?
-No. Cochinillo.
-Que te he dicho que no hay, hostia. Pide otra cosa. También tienes pescados.
-De acuerdo, déjame que mire la carta.
-Creo que el sapo al horno con patatas aquí lo bordan.
-Me encantan todos los pescados.
-¿Entonces qué vas a pedir?
-Cochinillo asado.
-¡Cagüendios, X, que no hay... O pides un chuletón para compartir o te vuelves al pueblo andando.
-Pues entonces voy a pedir...
-¿Cochinillo?
- Un sapo al horno con patatas.
-Ya puedes empezar a andar, no vayas a llegar tarde...
Ahí ya me he despertado. Claro que entonces -y esto lo cuento porque ya puestos a contarlo todo- ha sido darme cuenta de que estaba empalmado y con unas ganas tremendas de mear. Pero, era tal mi erección que no había manera de poner "eso" en dirección correcta para no salpicarlo todo alrededor del inodoro. Una verdadera tortura ese otro querer y no poder. Ahora bien, que nadie piense que tenía que ver nada con la madre de mi amigo, la pareja de prosenetas de la mesa de al lado o la camarera rubia que aparecía en mis sueños; nada, simple fisiología.




-Bienvenidos a clase de Historia de la Literatura. Vamos a comenzar a partir de Cristina Morales y su novela "Lectura fácil".

-Pero, oiga profesor, ese libro se publicó en 2018.

-Pues sí, tienes razón. Pero qué quieres, no voy a remontarme hasta Homero. En sus libros se trata el tema de la esclavitud con un naturalidad escandalosa, el autor en ningún momento se plantea la legitimidad o no de dicha institución. Por no hablar de que el papel de la mujer es completamente secundario. Como el de la pobre Penélope sola en casa esperando al marido mientras éste andaba de farra por todo el Mediterráneo. De no ser diosas como Atenea o Afrodita, claro está, lo cual demuestra la cosificación de la mujer y bla, bla, bla...

-Entonces de la literatura victoriana, o de Galdos, ya ni hablamos.

-¿A quién pretendes ofender?



La muerte por abandono de miles de ancianos en residencias de ancianos contagiados por el Covid19, los cuales además no fueron derivados a hospital alguno por decisión administrativa, es, debería ser, el escándalo más grande la historia democrática de España. Los culpables son, por supuesto, las diferentes administraciones autonómicas responsables de la gestión de las residencias de ancianos, a destacar la Comunidad de Madrid gobernada por el PP. Sin embargo, el líder este mismo partido corrupto hasta el tuétano ha decidido desviar toda responsabilidad hacia el ministro de asuntos sociales Pablo Iglesias, el cual se puso al mando de la gestión de las residencias de ancianos como reacción a lo que se estaba descubriendo en lo más álgido de la pandemia. Para entendernos, es como si al comisario que acude al lugar del crimen lo señalaran como el principal sospechoso de este. Esa es la estrategia del masterizado Casado para desviar la atención de los españolitos de a pie, y eso con documentos administrativos de por medio que demuestran a las claras cuál ha sido la política gerontocida de gobiernos como el de Madrid. ¿Que cómo se puede ser tan sinvergüenza y miserable? Pues porque saben muy bien lo que hacen, saben que son legión los ciudadanos que se decantan más por sus prejuicios ideológicos o simplemente sociales, que por un juicio guiado por el sentido común. Y claro, Iglesias, el Coletas, el Chepas, el Marqués de Galapagar, el marido de la Irene... lo que sea para encauzar el rechazo, la hostilidad, que genera el líder de Podemos -y aquí no seré yo quien diga que no ha sido como consecuencia en buena parte de sus propios errores, muchos- entre esos ciudadanos dispuestos a perdonar el homicidio de miles de ancianos antes que la osadía de que un tipo que decía que iba a asaltar los cielos se haya comprado un chalé con piscina en la convicción de que un político de izquierdas, de la verdadera y tal, está obligado a hacer voto de pobreza como un monje franciscano cualquiera.
En cualquier caso, nada que sorprenda viniendo de la inmensa sentina en la que se ha convertido todo lo relacionado con la política española. Eso y la convicción de que no existe modo alguno de evitar que vaya acumulándose todavía más mierda y más, y más, y más..




JA, JA, JA! ¿Que la justicia de tu país te quiere investigar por los 100 millones de dólares que te dimos por lo del AVE?

-Lo que oyes, "habibi", la Fiscalía del Supremo ni más ni menos. Hay que joderse.

-¡Pero si tú, "aji" (mi hermano) eres infollable!

-Inviolable, es inviolable.

-Pues eso, que a ti no te puede joder nadie.




Telerracismo
El telerracismo forma parte de la telerrealidad, esto es, la percepción de la realidad que el común de los mortales se hace de la realidad a través única y exclusivamente de lo que ve u oye por televisión.
De ese modo, cuando el teleciudadano ve las imágenes del asesinato en directo de un ciudadano estadounidense negro bajo la rodilla de un policía y con la complicidad de tres sus compañeros, este se lleva las manos a la cabeza ante tamaña salvajada y no duda en expresar su más sentida indignación. Luego, y siempre a tenor de las noticias y comentarios que genera el asesinato en cuestión a través de la caja tonta, el teleciudadano no duda en seguir manifestando su indignación por lo que él también juzga un acto execrable que demuestra lo arraigado que todavía está hoy en día el racismo contra los ciudadanos negros... en Estados Unidos. La indignación es tal que los más teleconcienciados puede que hasta decidan sumarse a cualquiera de las concentraciones o manifestaciones de protesta convocadas a lo largo y ancho del mundo en imitación de esas otras que se ven a diario por la tele en Estados Unidos. Actos que en muchos casos, en realidad en la inmensa mayoría, contrastan y mucho con la afluencia de individuos indignados que suelen tener otras convocaciones contra el racismo. A decir verdad, a las manifestaciones o concentraciones convocadas por asociaciones como Stop Racismo no solo acostumbran a acudir cuatro gatos, sino que también provocan el rechazo más que evidente de muchos de los honrados ciudadanos que pasan a su lado, y en cuyas bocas el comentario de "¡Que se los lleven a sus casas, subvencionados, decirles que se vuelvan a sus países!", suele ser el más frecuente. Eso sí, en las convocatorias por los sucesos de Minnesota a nadie se le ocurre, de no ser un tarado de Vox, o un caradura de campeonato como Javier Maroto, García Albiol o por el estilo, hacer un comentario despectivo o ya abiertamente racista. Ni siquiera en alusión a la carrera delictiva de George Floyd, nada del otro mundo en comparación con la de Trump, para justificar la actuación de los policías de Minnesota, esto es, ni más ni menos que lo que hacen cuando se trata de cualquiera de los cuerpos de policía, maderos, picolos, monos, cipayos, mossos..., cuando se les va la mano con individuos de aspecto tan exótico como sospechoso y no dudan en quitarle hierro al asunto, o en echar mierda sobre la víctima para defender a sus agresores. No, porque la telerrealidad, impone mucho, sobre todo una visión de las cosas que responde a una regla de oro que podemos formular de la siguiente manera.
Cuanto más lejos sucedan los sucesos que estás viendo por la tele más grande será tu indignación. Sin embargo, si algo parecido sucede cerca de donde tú vives, ahí la cosa ya cambia. Ahí el pobre negro víctima de un sistema intrínsecamente racista como el de los EE.UU que los trata todavía como esclavos (acuérdate de todas las pelis que has visto sobre el KKK o aquella famosa de Sidney Poitier en "Un negrata viene a cenar a casa para follarse luego a nuestra hija" o algo por el estilo, no me acuerdo....), se convierte de inmediato y sin ambages en un puto moro de mierda que solo ha venido a robar y vivir de las subvenciones, por lo que algo habrá hecho cuando la policía decide identificarlo de malas maneras, o empuja a su madre contra el suelo cuando esta se empeña en acompañar a su hijo enfermo hasta comisaría.
Entonces, claro está, ya no hay tanta unanimidad entre los honrados ciudadanos que ven el vídeo en cuestión. De hecho, buena parte de ellos, pero que muy buena, insisten en justificar la actuación de sus policías con todo tipo de argumentos como el ya mencionado. Justificaciones que, por supuesto, en el caso de George Floyd, puede que se les pase por la cabeza, claro que sí, pero que de ninguna manera se les ocurriría manifestar en público porque la telerrealidad impone una moral, un modo de ver las cosas, una hipocresía a fin de cuentas, muy distintos de los que la suelen ser la norma a un lado y otro de la pantalla del televisor.
Y ya luego, si quieren, hablamos de ese sector de la población que no consigue quitarse de encima el estigma del rechazo en función de su raza así pasen mil años conviviendo entre nosotros. Me refiero, claro está, a los ciudadanos de etnia gitana. Pero claro, eso ya es otra cosa, nada que ver, pero nada, con lo de EE.UU.






La historia de Roger Ailes, el creador de Fox News interpretado por un soberbio Russell Crowe. Digamos que el interfecto llevó hasta el límite la máxima de "la audiencia no quiere que le cuenten las noticias, sino que lo que quiere oir sea noticia". Dicho de otro modo, el gurú de la posverdad, esa que convierte el clasismo, racismo, machismo y otros ismos de semejante calado en defensa de los "valores tradicionales" y la intolerancia hacia el otro en la esencia del patriotismo abanderado. En fin, el tipo que sustituyó el periodismo por los bulos (Obama era musulmán y extranjero, Hilary...) y que con ellos crispó y dividió en dos la sociedad norteamericana, el factótum en la práctica de Trump en su inicios como candidato. Todo eso y más. Entre otras lindezas también un depredador sexual. Vamos, una joyica humana.
¿Otra historia de los EE.UU? Solo hay que fijarse en los paralelismos con lo que estamos viviendo a diario, porque nada es casual o viene de la nada, para echarse a temblar.

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