Estoy convencido de que si la novela que nos ocupa hubiera tratado, respetando su planteamiento en todo lo demás, de la historia de un maquis de los montes de León detenido y torturado en un cuartelillo de la Guardia Civil franquista mientras nos cuenta su vida en ráfagas de lirismo y sarcasmo –algo así como lo que hizo Ramiro Pinilla con su Antonio B. el Ruso. Ciudadano de tercera) o de un quinqui de un barrio suburbial madrileño durante los años inmediatos a la Transición en manos de los maderos, uno de esos que aparecen en las novelas de Paco Gómez Escribano, e incluso de un militante de cualquiera de los grupúsculos marxistas-trotskistas-maoístas o lo que fuera aquello que llamaban la oposición antifranquista, interrogado en los bajos Dirección General de Seguridad (DGS), digamos que aprovechando el predicamento que tiene la lucha antifranquista de un tiempo a esta parte en la literatura española, la novela habría obtenido el aplauso unánime de la crítica literaria por la originalidad de su planteamiento más allá de los estrechos márgenes al uso de la novela negra con su inspector al uso resolviendo un caso mil veces antes leído con distintos nombre y escenarios. Vamos, premio asegurado de la crítica durante la Semana Negra de Gijón. Más aun, ningún aficionado a la novela negra habría dejado de babear, otorgándole al libro la condición incontestable de clásico, ante una historia con el planteamiento y la resolución de la que nos ocupa si cualquiera de los autores clásicos del Olimpo de la novela negra norteamericana, Chandler, Hammett, Connely, Ellroy, Mosley, etc., hubieran escrito algo parecido con un supuesto miembro de la mafia italoamericana o un militantes de cualquier asociación de Defensa de los Derechos Civiles, puede que hasta un hipotético miembro de las Panteras Negras, en manos de la correspondiente y corrupta policía metropolitana. Empero, la novela de Ion Arretxe Gutiérrez (Renteria, 1964) es el testimonio novelizado de lo vivido tras noche del 26 de noviembre de 1985 cuando la Guardia Civil le detuvo en su casa en Rentería, acusado de pertenecer a un comando de ETA, y le aplicaron la ley antiterrorista a la vez que a otros tres detenidos, entre ellos el navarro Mikel Zabalza, el cual resultó muerto como consecuencia de las torturas recibidas. Llegados a ese punto resulta casi imposible que una novela que habla de las torturas a las que unos miembros de la Guardia Civil sometieron a un sospechoso de pertenencia a banda armada, a ETA militar para no andarnos con rodeos, pudiera tener, no ya éxito, eso por descontando, sino incluso la más mínima atención por parte de la crítica que determina qué novela negra merece atención y cual no, incluso qué novela es negra y cual no. No porque el trasfondo de la novela es demasiado peliagudo. Por un lado está el tabú acerca de todo lo relacionado con ETA, el relato oficialmente establecido de que la lucha contra la organización criminal ha sido el triunfo de la democracia sobre el fanatismo totalitario de ETA y sus acólitos, que todo ello se llevó a cabo cumpliendo exquisitamente con todas las leyes y garantía de un estado democrático como el nuestro. De ese modo, cómo poner en tela de juicio ese mantra extendido con profusión para consumo del ciudadano español de a pie, de que las torturas a miembros de ETA o, como en el caso de Arretxe, de cualquier otro del que se sospechara en un principio de su vinculación a la organización terrorista, de cualquiera que estuviera en el lugar equivocado o que se equivocaran con su nombre o descripción, son un puro cuento de los terroristas, parte de su estrategia para ensuciar el buen nombre de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. La tortura simple y llanamente no ha existido porque así se han encargado de hacerlo saber al pueblo español sus gobernantes con la inestimable colaboración de la llamada prensa “seria” en pleno. Otra cosa es que año tras año los informes de Amnistía Internacional, y más de una condena del Tribunal de Estrasburgo (esas que luego son silenciadas por las prensa española o rebatidas como si la justicia europea estuviera también del lado de ETA), dijeran/digan y detallaran/detallen todo lo contrario hasta nuestros días (ahora con ETA en el estercolero de la Historia son los inmigrantes y otros colectivos desfavorecidos las principales víctimas de las torturas o malos tratos policiales, con los Mossos llevándose la palma, por cierto); pero, bueno, se supone que se habrían dejado engañar por los amigos de los terroristas, qué si no, eso o que frecuentaban sus ambientes, así que se jodan, piensa el común de los ciudadanos, ese para el que todo es ETA con sólo oír a alguien hablar en euskera o un nombre como Garikotiz, Harkaitz, Agurtzane y por el estilo.
De modo que mejor aparcar el tema porque nadie te va a creer. Peor aún, tú menciona lo de las torturas en manos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y poca importa todo lo que hayas hecho, dicho o escrito en contra de ETA y los que la jaleaban y ayudaban, incluso que estos hayan estado a punto de partirte la crisma en varias ocasiones. Si lo haces el listo de turno, ese que hace suya por principio o inercia todos los lugares comunes de la manada, enseguida te colgará el sambenito de proetarra. Así son las cosas, siquiera por lo que respecta a la experiencia de este humilde opinador con todas sus taras a cuestas, con la mayoría de los ciudadanos españoles, los cuales me temo que coinciden, si no en su mayoría, sí en buena parte, con esos que dice Rajoy que conforman la mayoría ciudadana que no monta bulla, no cuestiona nada, se queda en su casa a verlas venir y que, faltaría más, merece todo su respeto.
Por suerte no son todos y siempre queda y quedará una minoría dispuesta a ir más allá de las verdades oficiales. Más allá también del prejuicio. Porque sí, servidor entiende y comparte perfectamente el rechazo instintivo que provoca todo lo relacionado con una organización criminal como ETA, el asco infinito que provocan sus crímenes, sus asesinatos sectarios, su pretensión de alcanzar unos objetivos políticos mediante el uso exclusivo de la violencia y sobre todo por encima de la voluntad del resto de sus conciudadanos. Sin embargo, hay que ser muy simple, o acaso muy cínico, para tragarse el cuento de que la lucha antiterrorista en el País Vasco fue el resultado exclusivo del buen hacer policial respetando la legalidad democrática y, ya para rizar el rizo, los derechos humanos. Sólo hay que plantearse, a poco honrado intelectualmente que sea uno, por qué duró tanto, más de cuarenta años con sus más de novecientos muertos de uno u otro signo, de ETA en su mayoría, sí. Cómo es posible que buena parte de la sociedad vasca no viera con malos ojos la actividad criminal de ETA y estuviera dispuesta a mirar hacia otro lado durante tantas décadas, siquiera cuando los que caían eran mayormente uniformados de cualquiera de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Y claro que no lo justifico, nunca lo he hecho, sino más bien todo lo contrario, me he expresado y expuesto, de palabra hablada y escrita, durante muchos años de movilizaciones, en contra de ETA y los que la jaleaban y ayudaban, mucho antes incluso de que hacerlo fuera lo normal, lo que se esperaba de cualquier persona de bien. Así pues, el que pretenda ver en mis palabras simpatía alguna, o justificación, por los crímenes de ETA sólo lo puede hacer de mala fe, esto es, a sabiendas de que miente para seguir defendiendo esa visión en blanco y negro, por otra parte tan al estilo de la ya canonizada Patria de Fernando Aramburu, en la que los claroscuros brillan por su ausencia dado que cuestionan la verdad oficial, y sobre todo la visión absolutamente prejuiciada y parcial de su autor en todo lo que no tiene que ver directamente con la actividad criminal de los terroristas. Lo que digo es que el relato de Ion Arretxe acerca al lector una realidad vivida en su propia carne, por lo general hurtada para el gran público, en la que los modos de actuar de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no eran precisamente todo lo exquisitos que se nos ha querido vender desde los respectivos gobiernos españoles y sus voceros mediáticos. Una realidad en la que la represión contra buena parte de la juventud vasca durante los años 80 y 90, los llamados Años de Plomo, era la norma, sin reparar si tenían que ver o no de verdad con ETA y sus objetivos, en la convicción, posteriormente institucionalizada por un tal Garzón con su “todo es ETA”, de que todos aquellos que participaban en actividades no sólo políticas, sino también culturales (música, teatro, fanzines, euskera, folklore…) o simplemente de ocio (a destacar los grupos de montaña) eran sospechosos por principio.
“En Euskal Herria, todo el mundo, hasta los niños más pequeños, nos sabemos la historia del poli bueno y el poli malo. Y no precisamente porque nos la cuenten en las ikastolas. Yo nunca fui a una ikastola y la sé.
La sabemos porque quien más, quien menos, hemos tenido un vecino, un conocido, un amigo, un primo, o un nosotros mismos, que ha sido detenido y torturado.”
Intxaurrondo. La Sombra del Nogal – Ion Arretxe
Eso es lo que explica el relato de Ion Arretxe, dejando a un lado el de las torturas y malos tratos a los que fue sometido por los miembros de la Guardia Civil, varios de los cuales fueron posteriormente condenados por su participación en el GAL, entre ellos, o mejor dicho a la cabeza de todos ellos, ni más ni menos que un general de la G.C como Rodríguez Galindo, el que le retorció “democráticamente” los cojones a Arretxe en Intxaurrondo –tranquilos, de los 71 años de prisión a los que fue condenado por secuestro y asesinato sólo cumplió, también “democráticamente”, cuatro-. Arretxe habla del ambiente que se respiraba en el País Vasco durante los años ochenta, de cómo la juventud se sentía atraída por la supuesta épica etarra, ya fuera siguiendo la estela de sus mayores o por su rechazo, odio en muchos casos, a la acción de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado (no olvidemos que Arretxe nació y creció en Renteria, localidad que en el año 1978 fue ocupada por una brigada la Policía Armada al mando de un capitán, la cual procedió a arrasar establecimientos públicos y domicilios privados del pueblo, rompiendo decenas de cristaleras de comercios y llevándose objetos expuestos en los escaparates para luego arrojarlos desde sus vehículos en marcha; una práctica no precisamente aislada en aquellos años de plomo) y todo ello aunque ya entonces se empezara a recelar y hasta criticar sus métodos, de los estragos de la droga entre tantos y tantos jóvenes en su momento tan “alegres y combativos”, también del hartazgo que todo esto inspiraba a gente que, como él mismo, tenía otras inquietudes, en su caso artísticas –Arretxe ha sido un reconocido escenógrafo e ilustrador hasta su reciente muerte a causa de un fulminante cáncer del pulmón- más allá de poner barricadas o tirar piedras a las lecheras de los Cuerpos y… Así pues, nos encontramos ante una novela negra en su expresión más dura, la que nos habla de lo más negro de una parte de nuestra sociedad, de nuestra historia, eso de lo que nadie quiere ver u oír, y menos hablar, y que el género saca a la superficie sin importarle las ampollas que pueda levantar. Porque esa y no otra es la función que hace grande de verdad el género, que lo hace molesto, que lo justifica. Sí, una novela negra aunque este caso no tenga de protagonistas a un detective de la Benemérita y su compañera resolviendo casos como por arte de birlibirloque, aunque dudo mucho el cuerpo en cuestión le vaya a otorgar medalla alguna a su autor. No por nada esta historia ha sido publicada por la editorial especializada en el género Garaje Negro.
Nada más negro que lo que cuenta Arretxe. Y además cómo lo cuenta, con tanta precisión barojiana, también llamada economía de palabras o eficacia en la elección de estas, como con esas ráfagas indistintamente de lírica y sorna a las que me refería al principio y que ayudan, tanto a aligerar la sordidez que rodea toda la historia, como a vislumbrar el absurdo que siempre subyace en cualquiera de las expresiones de crueldad gratuita con las que los humanos arremeten unos contra otros más allá de los acentos o las banderas de turno.
“Me sujetaban con todas sus fuerzas para que no me escurriera hacia delante, y con un pequeño tirón hacia atrás, me sacaban del barreño cuando creían conveniente.
-¡Yo no sé nada! ¡No sé nada! –gritaba con desesperación.
-Pero si todavía no te hemos hecho ninguna pregunta –dijo uno de ellos.
-¡Yo no soy de ETA!
Sin tiempo de coger aire, ya estaba otra vez en el agua.
Lo pasé fatal.
Me sacaron de nuevo. Entre espasmos y eructos vomité todo lo que tenía dentro.
-Pero mira cómo beben los peces en el río –cantaba uno de ellos.
Intxaurrondo. La Sombra del Nogal – Ion Arretxe
Por Txema Arinas – Junio 2017