Dos maneras, o en este caso manías mías, para saber si un libro de relatos es bueno, e incluso muy bueno.
1. Que del mismo modo que piensas que la mayoría de los cuentos que lees son tan atractivos, originales, inquietantes incluso, que merecerían la pena ser alargados hasta dar origen a una novela, también sabes que eso no es posible porque el autor ha medido, cuidado, tanto el relato, o ha estado tan inspirado al hacerlo, que todo lo que fuera aumentar páginas sería echar a perderlo.
2.- Que en contra de lo que suele ser tu costumbre con los libros de relatos, en vez de leer dos o tres por noche, los cuentos te sorprenden tanto, disfrutas tanto, ríes y te emocionas tanto, que acabas leyendo cuatro o cinco de tirón a riesgo de que con el último te venza ya el cansancio. Pero no, al día siguiente te acuerdas de todos por igual.
Pues eso, todo lo dicho anteriormente, unido a cierta e inevitable pelusilla que he sentido siempre por el talento de los cuentistas para condensar universos literarios en pocas hojas sabiendo siempre plasmar lo imprescindible, es lo que me hace establecer que EL AGUA DEL BUITRE de Andrés Ortiz Tafur no es un buen libro de relatos, sino un libro excepcional. Hacía tiempo, mucho tiempo, que no me daba un atracón de relatos con amores transportados, reencuentros con antiguos amigos, infidelidades imaginarias, relaciones en descomposición, espectros contemporáneos, mundos de mierda, tríos peripatéticos, colchones rebeldes, historias de escalera y mucho más. Una recua de historias construidas con esa argamasa literaria que para mí es la mejor, perfecta: humor, surrealismo y ternura. Todo ello para hablar lo que más y de verdad nos atañe como seres humanos, esto es, literatura en mayúscula, con una delicadeza y una coña tan sorprendentes como aditivas.
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