He soñado que volvía a tener veinte años, puede que menos, no me acuerdo, y estaba en Atxalde con mi padre y mi hermano sacando piedras. Atxalde era la finca que había comprado mi padre para, una vez desbrozada, removida la tierra con la excavadora y retiradas las piedras de mayor tamaño, poder plantar allí una viña. Atxalde significa literalmente "Peñascal" en el dialecto occidental de la lengua vasca que se hablaba en casi toda Álava, por lo que uno ya puede hacerse una idea de la tarea de titanes que supuso romper e intentar sacar el mayor número posible de piedras de aquella finca. Mi padre subía la pendiente de la finca rompiendo las lastras con un mazo que llamaba "mayo" y mi hermano y yo recogíamos las piedras que dejaba tras su paso en una carretilla para sacarlas fuera.
Aquello era un trabajo de sol a sol demoledor. Un trabajo la mayoría de las veces con frío y lluvia, de los que te acaban insensibilizando las manos bajo los guantes porque llega un momento que parece que tu cuerpo se niega ya a responder a tanto esfuerzo físico, pero tú sabes que no puedes rendirte porque tu padre no descansa en su tarea de reventar lastras con el "mayo" y tú tienes que intentar estar a la altura por mucho que la fuerza y el tesón con los que aquel hombre se aplica a lo suyo te parezcan sobrenaturales, eso y que sabes que al menor desmayo aquel titán pondrá un grito en el cielo, en realidad una larga retahíla de juramentos con el nombre del Señor y el santoral al completo como cagadero, que hará temblar la montaña bajo cuya sombra nos inclinamos. Claro que la mayor parte de aquel sufrimiento se debía no tanto a la actividad en sí, como al ritmo enfermizo que nos imponía nuestro viejo para procurar aprovechar al máximo los fines de semana que libraba de su actividad profesional en la ciudad para dedicarlo al capricho de su vida.
El caso es que llegaba un momento en el que el cansancio y el aburrimiento eran tan insoportables que uno sentía que perdía, ya no solo la noción del tiempo, sino incluso la misma percepción de la realidad. De ahí que en una de esas, después de que mi padre hiciera estallar con el "mayo" una losa de gran tamaño en mil pedazos y tras haber removido yo estos con la pala, veo que asoma del interior de la tierra un destello dorado. Remuevo con las manos los guijarros y el polvo que rodean lo que poco a poco va tomando la forma del aspa de una cruz. Me aplico con denuedo en desenterrar la cruz. Se trata de una cruz en oro con adornos repujados en sus aspas y una forma que enseguida identifico de tipo visigodo porque lo he estudiado en clase de Historia del Arte. Continuo removiendo el terreno y, tras comprobar que muchos de los pedazos que rodean a la cruz pertenecen a lo que parece ser la tapa de una cofre de piedra que mi padre acaba de reventar con el "mayo", el hueco de la cruz que acabo de extraer deja ver otro objeto de oro que al desenterrarlo identifico de inmediato como una corona de oro con piedras preciosas incrustadas a su alrededor y unas letras colgantes en las que, al levantar la corona con las dos manos, se puede leer en latín: RODERICUX REX OFFERET.
Ya no me cabe ninguna duda, acabamos de encontrar un tesoro visigodo, probablemente perteneciente a Rodrigo, el último rey visigodo antes de la invasión musulmana. También observo que hay una cantidad ingente de monedas de bronce en lo que parece ser el fondo del cofre. Sin embargo, no les doy mayor importancia en comparación con la corona y la cruz que acabo de desenterrar. Es tanto mi gozo una vez superado el pasmo, que, dado su peso, no dudo en volver a depositar la corona y la cruz en su sitio, y corro hacia donde están mi padre y mi hermano en la parte alta de la finca con apenas un par de monedas en la mano a modo de prueba de mi hallazgo.
-¿Qué pasa, qué pasa, por qué estas tan alterado?
-¡He encontrado un tesoro!
-¿Ya estamos con tus tonterías?
-No, en serio, han aparecido una cruz y una corona de oro, además de un montón de monedas como estas -extiendo las monedas para que puedan comprobar con sus propios ojos que no les estoy mintiendo.
-¿De cuándo son estas monedas? -pregunta mi hermano.
-Será de la época de los moros -responde mi padre según la costumbre ancestral de atribuir todo lo desconocido a una gente que apenas puso los píes sobre estas tierras
-Es un tesoro visigodo sin lugar a dudas. La corona tiene unas letras que dicen en latín que perteneció a Rodrigo, el último de los reyes godos.
-¿Y qué hace aquí? -preguntan ambos al unísono.
-¡Cómo voy a saberlo! Se me ocurre todo tipo de probabilidades; que, antes de la batalla de Guadalete donde perdió la vida, el rey hubiera decidido enviar su tesoro al norte para ponerlo a buen recaudo de los invasores, que los mozárabes de la zona hubieran sido sus custodios siglos después de la invasión, o que, por lo que fuera, hubiera acabado aquí como botín de una de las muchas razzias vasconas por el reino visigodo.
-No me estoy enterando de nada -confiesa mi padre a la vez que intenta secarse las gotas de sirimiri que se le empiezan a escurrir por la frente-. ¿Dices que hay una corona y una cruz de oro?
-Sí, y deben valer una millonada -respondo a sabiendas de que solo así acabaré de captar definitivamente su interés.
-Pero, si es un tesoro arqueológico no nos pertenece -interviene mi hermano consciente de por dónde van los tiros.
-Bueno, creo que la ley establece que... -interrumpo yo sin saber muy bien lo que voy a decir.
-Lo que quiero saber - pregunta mi viejo- es si con lo que nos den como compensación por el tesoro podré terminar de pagar...
-¿Y si expropian la finca? -cuestiona mi hermano para disgusto, qué digo, verdadero espanto, de nuestro padre.
-Creo que... -intervengo yo de sopetón temiendo que la solución vaya a ser volver a enterrar el tesoro y dejar las cosas como estaban.
No sé cuánto tiempo hemos estado discutiendo en el sueño, solo sé que hacía ya rato que el sirimiri había dado paso a un chaparrón en toda regla y que, cuando por fin había convencido a mi padre y a mi hermano de que se acercaran hasta el lugar donde había descubierto el tesoro con el fin de que pudieran comprobar con sus propios ojos la magnitud del hallazgo, todo ello confiando en que al verlo no les quedaría otra que aceptar, no ya lo absurdo, sino incluso lo criminal que habría sido intentar ocultarlo de nuevo, era totalmente incapaz de recordar dónde lo había encontrado apenas hacía un rato; la lluvia había hecho precipitarse parte de la tierra sobre la pendiente de la finca cubriendo el hueco donde el imbécil que era yo había vuelto a depositar en su lugar el tesoro del rey Rodrigo. No me lo podía creer, el barro lo cubría todo y resultaba imposible distinguir nada que no fueran piedras y mas piedras.
Suerte que aquello era, una vez más, una pesadilla y que ya estoy acostumbrado al sobresalto en la cama y la inmediata visita al retrete donde ya sentado recordé que anoche había visto "La Excavación", una maravillosa película inglesa que cuenta el todavía más maravilloso hallazgo de un tesoro anglosajón en manos de un arqueólogo aficionado interpretado por ese actor, tan maravilloso o más como todo lo anterior, llamado Raph Fiennes.
Otro día de la marmota en "Ca Teresa". Sí, por si fuera poco ya que los findes perimetrados, lluviosos y sin bares en los que encontrar abrigo de los rigores de la vida doméstica, estabulada, parezcan calcos los unos de los otros -ayer arroz de marisco con Albariño y hoy otra vez tortilla de patatas, callos asturianos y botellica de Izadi para variar; asco de vida y tal...-, ayer por la noche la señora de la casa puso a sus vástagos ""El Día de la Marmota" en cumplimiento de la promesa que les había hecho el pasado finde tras ver un estreno que versionaba el tema del "no-tiempo" y de cuyo nombre ya no me acordaba a los cinco minutos de empezar la peli. Así que ayer todo parecía un bucle. El día porque era igual que el anterior, el finde otro tanto, la peli porque ya la había visto un buen puñado de veces antes, la película en sí...
Sin embargo, no es precisamente la marmota el animal en el que más pienso durante estos días, no. Ese es el jabalí. Pienso y sueño con jabalíes por todas partes y a todas horas. Sé que se debe en gran parte a los vídeos que me mandan algunos colegas de los continuos avistamientos de estos bichos por las calles de Vitoria, a veces auténticas piaras, y no me estoy refiriendo a chavales haciendo botellón, ertzainas golpeando sindicalistas, urbanitas descubriendo el campo que hay alrededor de sus ciudades, ni a nada por el estilo. No, se trata de grupos de jabalíes que, de un tiempo a esta parte, pululan cada vez con más descaro por las calles vacías por la pandemia.
Claro que esa es la explicación más recurrente. Sin embargo, después de varias semanas de confinamiento, cuando ya la pena se deja crecer la barba todo lo que le da la gana y se ducha lo justito porque total para qué si no va a salir por ahí a romper la pana ni nada, quién nos dice que esas cuadrillas de jabalíes no son nuestros conciudadanos metamorfoseados en porcinos como consecuencia, indirecta o no, del Covid19. ¿Acaso no nos están machacando todo el rato con lo que las secuelas son impredecibles, que todavía no sabemos todo lo que hay qué saber? De hecho, no me extrañaría que la "jabalización" fuera un proceso natural derivado directamente del confinamiento, sobre todo en aquellas personas que más solas están, ya sea por voluntad propia o porque así se sienten incluso rodeados de los suyos -a mí, desde luego, mi mujer me dice que cada día estoy más cerdo y más gruñón; así que...-. Asunto que me recuerda este párrafo de la novela, o lo que sea, "Vie Secrète" de Pascal Quignard sobre el origen de la palabra jabalí en gabacho, "sanglier":
"D`où vient le mot de sanglier? De "singularis". "Singularis porcus". Le porc qui préfêre être seul.
Qui ne veut pas être rose.
Le porc qui déteste le "happy end".
Qui préfêre au "happy end" le fond de la forêt. Qui entend rester seul au fond du fond du monde. Le solitaire loin des marcassins, des périphériques, des laies."
VIE SECRETE - Pascal Quignard
Pues eso, cada vez más identificado y tal y tal y tal y tal y tal y tal...
LA EDAD DEL PAVO
Cada vez estoy más convencido de que mi hijo pequeño y yo estamos sincronizados telepáticamente para hacer el mal. De hecho, hoy por la mañana, da igual si porque es viernes o porque sí, total con la pandemia ya apenas distingo los días, nos hemos levantado de un capullo subido. Ambos canturreando procacidades, dedicándonos gestos obscenos, soltando groserías a diestro y siniestro. Y en eso que se levanta el mayor con legañas en los ojos.
-Egunon! ¿Has tenido felices sueños, sueños húmedos? - pregunto con una sonrisa de oreja a oreja que ni el Joker ese, oye.
-¿Qué? -contesta el mayor todavía con los ojos medio cerrados.
-Que si has soñado cochinadas -apostilla su hermano pequeño.
-Por supuesto, siempre sueño cochinadas -nos reta el muy chulito.
-¿Con chicas o chicos? -le replica el canijo.
-Que sueñe con quien le dé la gana. Lo que importa es que no pague por tener sexo en sueños -advierto yo todo lo serio que soy capaz de fingir, a la vez que le guiño un ojo al pequeño.
-¡Hombre, qué cosas tienes, aita; no creo que sus profesoras le cobren por tener sexo con ellas en sueños!
Pues oye, no sé qué mosca le ha picado al mayor, que se ha vestido a todo correr sin pasar por la ducha, apenas ha desayunado medio vaso de leche fría, se ha echado la chamarra encima, ha abierto la puerta de la calle, y, antes de dar un tremendo portazo que nos ha dejado temblando, se ha despedido de tal guisa:
- ¡No tenéis ni puta gracia, pandilla de gilipollas!
Pues eso, qué coñazo la edad del pavo, oye, a ver si se le pasa pronto.
Esta noche he soñado que para soñar tenía que meter unas claves. Pero, como ya daba por hecho que no me las sabía, intentaba recordar dónde las había apuntado y no había manera de averiguarlo. Ha sido una pesadilla corta pero muy angustiosa. Así que, cuando por fin me he despertado, me he dicho que estoy ya muy harto de todo y que, por eso mismo, me iba a preparar un arroz caldoso con gambas, mejillones y unos chipirones para este mediodía. Lo que no entiendo es por qué me he despertado empalmado si en ningún momento de la noche había pensado en pasteles de milhojas con merengue y crema. En fin, la no-vida es un misterio.
¡LOS TOSCANOS SON LOS SUEGROS!
"Por el modo de mirar de los toscanos se diría que no son nunca meros testigos, sino jueces. Te miran no por mirarte, como hacen otros italianos, sino para juzgarte, y cuánto pesas, cuánto cuestas, y qué vales, qué piensas, y qué quieres. Es tal su manera de mirarte, que a un cierto punto te das cuenta de que vales bien poco o nada. Por eso, y no por otra cosa, nacen la inquietud y la sospecha que en todos los pueblos, italianos o extranjeros, suscita la sola visión de un toscano."
MALEDETTI TOSCANI - Curzio Malaparte
Siamo circondati da toscani, siamo tutti toscani! (¡Estamos rodeados de toscanos, todos somos toscanos!) Pues sí, oye, cada cual su paranoia.
Primeras reacciones tras conocer los resultados que certifican la validez de la vacuna rusa Sputnik y la noticia de que la UE probablemente comprará 100 millones de unidades:
"Puto Navalni, mira que saltarse la libertad condicional tras ser envenenado por los servicios secretos rusos con el propósito de ser curado en Alemania, como si no hubiera hospitales en Rusia, de esos en los que los médicos protestones saltan por la ventana. Poco le ha caído para lo hijo de puta que está hecho. Disidente, ya, como todos los que critican al pobre Putin, que ya hay que ver la paciencia que tiene este hombre. Si yo fuera él me los cargaba a todos con polonio... De verdad, cuánta maldad e ingratitud"
No hay comentarios:
Publicar un comentario