EL ASCO de Horacio Castellanos Moya. Reseñica para la revista literaria hispanoamericana Letralia: https://letralia.com/lecturas/2021/06/05/el-asco-de-horacio-castellanos-moya/?fbclid=IwAR3wmxWsCFNKgtYiVTpVhfiDxOvc0NYeCQr9iP9DflNiVXA-Re1E2VyxntI
Horacio Castellanos MoyaNovelaTusquets EditoresBarcelona (España), 2007ISBN: 978-8483830277144 páginas
Por eso te cite aquí, Moya, La Lumbre es el único lugar de San Salvador donde puedo beber, y un par de horas nada más, entre cinco y siete de la tarde, tan sólo un par de horas, después de las siete este sitio resulta insoportable, el lugar más insoportable que pueda existir (…); tan insoportable como las cervecerías llenas de tipos que beben con orgullo su cerveza sucia.El asco, de Horacio Castellanos Moya
Acabo de leer el libro El asco (2007), del escritor salvadoreño Horacio Castellanos Moya, en el que un profesor de arte residente en Canadá regresa a El Salvador para estar presente en los funerales de su madre. El regreso se convierte en pesadilla. Así que el profesor, tomando unas copas con un antiguo compañero de clase, le comunica a su amigo el asco y la inquietud que le causan tanto el pueblo como sus conciudadanos. Odia a todo aquel con el que se ha encontrado a lo largo de su vida en El Salvador. No perdona nada. Las costumbres y los deseos de los salvadoreños le resultan tan estúpidos como repugnantes, los políticos puros criminales y perezosos, la Iglesia culpable de tantas injusticias y crímenes. Según el protagonista, en El Salvador todo es corrupto, la ignorancia es ley y las intrigas otro tanto. Habla mal contra todos, incluso contra su propia familia. De hecho, presenta a sus familiares como ejemplo del modo de ser y comportarse de la mayoría de los salvadoreños, lo cual, visto por otra parte, resulta del todo lógico porque la familia es el microcosmos que tenemos más a mano y temprano para hacernos una idea de lo que luego nos vamos a encontrar fuera, es decir, en la sociedad.
No me ha gustado El asco de Horacio Castellanos Moya. Es implacable con todo lo que le rodea, demasiado. No se percibe una pizca de compasión en las críticas y en las suposiciones infundadas que constantemente lanza. Sospecho, en efecto, que la muy amarga y encarnizada crítica de Horacio Castellanos contra su pueblo peca ante todo de gratuita. Y quizá lo más importante: me aburre mucho por ser en la mayoría de los casos tan reiterativa como previsible. Es más, parece que el escritor ha querido hacer de la provocación en sí misma el principal atractivo de su libro. Sin embargo, considero que no es posible la crítica, todavía menos el insulto, hacia un país entero y sus naturales sin un motivo de peso, concreto y sobre todo incuestionable, que justifique la actitud del protagonista más allá de haber sido objeto de amenazas en su país por pergeñar obras como la que nos ocupa, algo que provoque en el lector un halo de empatía instintivo hacia éste y que, sobre todo, explique tanto vitriolo vertido más allá del simple prurito de querer epatar al personal con una exhibición de un estilo tan pulido como airado. No obstante, es difícil encontrar ese motivo entre los datos que el protagonista de El asco nos da sobre su propia vida. Así pues, se diría que nos encontramos poco más que ante la típica invectiva desinhibida y biliosa de un cascarrabias, un culo de mal asiento o un puro resentido por la razón que sea, el cual se siente en la obligación de hacernos partícipes a través de ciento cuarenta y cuatro páginas del profundo asco que le provoca su país y sus gentes. Entonces, si el autor no nos hace partícipes del verdadero motivo personal que inspira este alegato implacable, ¿a qué se debe este, por otra parte, intenso y divertido, ejercicio de desolladura literaria de todo un país y sus gentes?
Horacio Castellanos Moya nos cuenta que tuvo que abandonar su país porque recibió todo tipo de amenazas a causa de sus alegatos contra El Salvador y sus gentes.
La clave está en la frase que acompaña al título del libro: “Thomas Bernhard en El Salvador”. Dicho en plata, Horacio Castellanos ha tomado a Thomas Bernhard como modelo para escribir una diatriba feroz contra su pueblo, todo un homenaje al escritor austríaco. Y ahí reside precisamente el pecado que contiene este libro, insisto que, aun y todo, tan bien escrito como entretenido: las copias suelen poner de manifiesto los defectos del original. En efecto, me temo que El asco de Horacio Castellanos Moya no tiene nada que ver con lo que escribió Thomas Bernhard. ¿En qué consiste la diferencia entre Castellanos y el escritor austríaco? Pienso que en los libros de Bernhard el humor es tan evidente y sibilino, un humor muy negro, acaso exagerado, equivocado, malicioso, sí, que el lector enseguida adivina que la severa crítica que el austríaco hacía de la hipocresía nazi de sus compatriotas tenía más de ironía a través de la cual arrancar sonrisas de complicidad que verdadero ánimo injurioso. La escritura de Bernhard es realmente excéntrica, rebuscada, plomiza en muchas de sus hojas, un desafío constante a la paciencia del lector, un acto de verdadera complicidad entre autor y lector, pero también, o sobre todo, provocadora y estimulante, verdadera crónica, sarcástica las más de las veces, de una sociedad como la austríaca que hizo del disimulo y la falsedad sus principales recursos para presentarse ante la historia como víctimas del ominoso pasado nazi cuando en realidad la mayoría de ellos habían sido verdugos o cómplices. En cambio, en el libro de Horacio Castellanos no niego que haya algo de humor a costa de ese odio tan exacerbado hacia todo lo que le rodea y del que nunca sabemos la verdadera razón de ser, siquiera una ironía muy negra y retorcida ante una realidad como la salvadoreña que es un filón inagotable para todo tipo de despropósitos e inequidades susceptibles de convertirse en materia literaria. Sin embargo, el modo como Horacio Castellanos Moya se emplea en la tala despiadada del tronco sobre el que se sostiene la sociedad a la que pertenece (entiéndase aquí la referencia bernhardiana) tiene a mi juicio más de simple berrinche de un ciudadano tan resentido como pagado de sí mismo, pura mala baba y pare de contar, que de sátira más o menos acertada o divertida, al estilo de las obras de Bernhard.
De hecho, las consecuencias derivadas del éxito literario de cada cual también han sido muy dispares. El propio Horacio Castellanos nos cuenta que tuvo que abandonar su país porque recibió todo tipo de amenazas a causa de sus alegatos contra El Salvador y sus gentes. Amenazas que le dan la razón en parte cuando describe su país como un lugar inhóspito e incivilizado donde no es posible el menor ejercicio de crítica porque lo que impera en ese rincón de Centroamérica y otros es la violencia indiscriminada como única solución a todo tipo de conflictos. Los austríacos, sin embargo, premiaron nueve veces la obra de Thomas Bernhard, aunque luego el propio escritor rechazó algunos y aceptó otros con el único propósito de aprovechar la ocasión para, en lugar de agradecerlos, generar escándalos mayúsculos, claro que sin renunciar jamás al dinero del premio, faltaría. Diríase que las distinciones que concedieron a Bernhard eran en sí mismas el enésimo ejemplo de ese fingimiento ante lo obvio tan propio de sus paisanos austríacos que éste denunciaba en sus libros. Eso o acaso también el gesto de un pueblo verdaderamente civilizado que sabe aceptar en su justa medida las críticas, incluso las más viles. Después, sin embargo, los austríacos han seguido votando a políticos filonazis, pero quizá eso sea un detalle sin importancia que no tiene por qué hacernos pensar que Bernhard no andaba muy desencaminado en su denuncia.
En cualquier caso, insisto en que los homenajes literarios tan explícitos no suelen dar buenos resultados. No, porque es inevitable que el lector, tras recorrer escamado un texto en el que estará todo el rato pendiente de discernir cuánto hay de verdadera inventiva por parte del autor y cuánto de simple calco e incluso simulacro del modelo original, acabe rememorando aquella frase de Goethe en la que decía: “La originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro”.
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