sábado, 12 de junio de 2021

LO DE ESTOS DÍAS


TODO ESTÁ PERDONADO
Las elites madrileñas que copan el Teatro Real aplauden fervorosamente -como lo harían todas esas otras de provincia que fantasean ser como ellas- durante ocho minutos a uno de los suyos porque lo consideran la víctima y no el verdugo. Da igual que reconociera públicamente que se sí abusó durante años de su posición para acceder sexualmente a todas las mujeres que se le pusieron a tiro. Da igual porque para ellos su ídolo tenía derecho a eso y a más, es un intocable como lo son ellos, alguien al que se le debe perdonar todo porque está por encima de todos. Da igual porque las mujeres a las que acosó abusando de su posición son las culpables, pelanduscas por definición, por sacarlo a la luz con el único propósito de hacer daño al ídolo; "¿Es que un caballero español no va a poder ejercer de tal?" Es uno de los suyos, un español que se viste por los pies, el cual se ha visto expuesto inmerecidamente al escarnio de la prensa internacional y al aplaudirle demuestran una vez más que el gregarismo de clase y el patrioterismo tribal son la expresión más genuina de los canallas y/o los imbéciles.
Le aplauden sí, porque todo lo demás es la ideología del enemigo, ese que les cuestiona sus privilegios, esa que habla de cosas que no van con ellos, que ni entienden ni quieren entender: "¿Machismo?" Eso cosa de pobres. Ellos a lo suyo, a lucir estatus y la pulserita rojigualda. ¡Arriba, arriba! Allí donde los demás piden justicia, ellos ven resentimiento. Por eso tienen toda la razón del mundo: el resto somos el enemigo.



 No sé si estaré muy estresado con el tema de la cita para la vacuna del Covid y las cuitas médicas de mi madre, que tela entre una cosa y otra. Eso o las cosas que hablábamos el otro día sobre el trato a los pacientes por parte, no ya de los médicos e incluso de la mayoría de los enfermeros, sino sobre todo de la peña que atienden en recepción o al teléfono y para la que cualquier cosa que se salga de lo corriente parece provocarles un cortocircuito porque no están programados para resolver nada que no sea estrictamente rutinario.

No lo sé, pero a tenor de lo que oigo tampoco exagero demasiado porque la queja por el trato parece estar más extendida de lo que, en todo caso, debería. Así que luego cómo extrañarme si sueño que voy paseando, como todas las tardes con mi mujer, por el parque de al lado de casa, esperando encontrarme con los conejos de todos los colores y tamaños que lo pueblan, de repente me encuentro con un conejo en medio del camino vestido de sanitario. Entonces veo que el conejo en bata hace el gesto de dirigirse a mí para lo que de inmediato imagino que será ponerme alguna pega, y no me lo pienso dos veces, le suelto tal patada que lo mando volando hasta el otro extremo del parque.
Creo que es una de las pocas veces que, en lugar de sufrir en un sueño, disfruto como un enano. Sin embargo, mi gozo en un pozo porque enseguida empieza la pesadilla. En concreto la de aguantar la bronca que mi señora me echa al instante toda escandalizada por lo que acabo de hacer. No se lo cree, sobre todo viniendo de alguien que soltaría antes mil patadas a cualquier bípedo de nuestra misma especie que a un animal cualquiera, alguien que presume siempre de seguir al pie de la letra las palabras de Arthur Schopenhauer cuando afirmaba que “la conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad del carácter" y que "quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona.” Yo intento justificarme diciéndole que pensaba que el conejo venía a reprocharme por enésima vez que mi madre no constaba en servicio de salud asturiano y no me he podido contener. Ni caso, me está cayendo la del pulpo y menos mal que despierto a tiempo porque, por lo que puedo recordar, en el sueño también estaba considerando la posibilidad de soltarle a ella una buena patada en el culo. Pues eso, como escribió Calderón de la Barca:
"¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.”




Al final de la pandemia el retrato que quedará de sociedades como la nuestra, esa en la que la que, a pesar de los errores, carencias o improvisaciones, casi todos ellos consustanciales a la condición humana frente a cualquier calamidad, se ha podido atender a la gente en lugar de dejarla morir en sus casas o en la calle como en tantos y tantos países del llamado tercer mundo, tan de individuos incapaces de mirar más allá de su ombligo y convencidos de que el resto del mundo no tiene otra cosa que hacer que complacerlos a ellos en todo porque sus caprichos, convertidos en necesidades, son eso que ellos llaman libertad, no será muy diferente de este de Víctor Solana Espinosa (No os preocupéis por nosotros, solo somos locos). Ahora, eso sí, todos vacunados como por arte de magia.

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