El camarero sonrió y se alejó para preparar la copa. Era un tipo con aspecto desgastado de los que ha dejado pasar demasiados trenes en la vida. Los otros tres clientes del local bebían en silencio, quizás ya hubieran dicho todo lo que tenían que decir sobre este mundo y no quisieran repetirse. Eso es lo que hacía el resto de la gente. Soltar las mismas palabras una y otra vez. El viejo miraba a la casa desde la cristalera del bar. Ledesma había entrado solo en aquel chalé. La primera vez que dejaba a los dóberman en casa. La primera oportunidad. Llegó la copa.
Leo Ya no quedan junglas adonde regresar (2017) de Carlos Augusto Casas y no puedo evitar que el título condicione mi primera impresión: “todavía quedan novelas negras a las que regresar”. Sí, porque ya había perdido la esperanza de leer una novela negra de verdad y no una meramente policiaca que, sin embargo, me la venden como tal. Sí, sé que hay mucho de exageración en lo que acabo de escribir, que como mucho se trata de una opinión harto subjetiva por mi parte y viciada por mi incapacidad material para acceder a todas las novelas negras que se publicaban en nuestro país; pero, siquiera como lector de aquellas novelas negras españolas que más impacto mediático parecen tener, si bien soy consciente de que la mayoría lo son gracias a las campañas de promoción que muy pocas editoriales, apenas más de media docena, se pueden permitir para que sus libros estén a la vista en todos los escaparates físicos y digitales posibles, parecería que ese tan cacareado boom de la novela negra española es un bluf para hacer caja a cuenta y poco más.
En efecto, afirmo que hay una oferta de novelas cuyas tramas son rematadamente ramplonas, sus personajes y situaciones un cliché tras otro y el estilo de una vacuidad bochornosa, es decir, cuanto más cortas y sencillas sean las frases mucho mejor para que los lectores potenciales no se atasquen o, ya directamente, se aburran con la mierda esa de la ambición literaria de los autores. Luego hay que añadir el pavor de las grandes editoriales a publicar libros cuyo contenido pueda ser controvertido en una época en la que todo es susceptible de serlo.
La novela negra de éxito, esa que nos van a meter por los ojos a toda costa en todos los suplementos literarios de los periódicos de mayor tirada y que vamos a ver en todos los escaparates de las librerías o en las mesas de los centros comerciales, pues aquí hablo de esas novelas, o trilogías…, de éxito exclusivamente comercial, nada que ver con ese otro literario de la verdadera novela negra española contemporánea que escriben gente como Marta Sanz, Alexis Ravelo, Paco Gómez Escribano, Alicia Gimenez Bartlett, Carlós Zanón, Cristina Fallarás y otros, tiene que ser a la fuerza para todos los públicos. Claro que entonces se da la paradoja de que es precisamente la esencia misma de la novela, la crítica social, siquiera ya solo el retrato en negro de la sociedad en la que vivimos desaparece de los best sellers al objeto de que nadie se ofenda porque lo que ahí se cuenta le saca los colores a alguien. De ese modo, nada como recurrir al cliché del inspector, perdón, ahora sobre todo inspectora, con su personalidad casi siempre a hostias con su entorno, y un asesino en serie, el cual va dejando el imprescindible reguero de asesinatos a sus espaldas, a ser posible lo más rocambolescos posibles para satisfacer el ansia de morbo del lector medio, para, junto a un desenlace más o menos ingenioso y un escenario también poco más o menos exótico, siquiera ya solo poco frecuentado por el género, sacar a la calle el enésimo best seller del género, insisto que a ser posible con trilogía incluida y, se me olvida añadir, un buen porrón de páginas para que el lector que compra los libros a peso, esto es, para que le ocupe un tiempo considerable su lectura, sienta que ha rentabilizado la compra.
De ese modo, Ya no quedan junglas de adonde regresar de Carlos Augusto Casa, tendría dos de los ingredientes principales antes mencionados, una inspectora que da la nota a cada paso con su carácter a la contra de lo que se esperaría de un profesional serio y un asesino en serie generoso en su oficio, para haberse convertido en carne de best seller. Sin embargo, Carlos Augusto Casas parece haber querido escribir una verdadera novela negra, esto es, una historia en la que el crimen solo es un pretexto para hacer un retrato de alguna de las caras más negras de nuestra sociedad. En este caso, Ya no quedan junglas adonde regresar tiene como trasfondo la cara negra de la prostitución callejera, y más en concreto la que se da en la calle Montera de Madrid. De hecho, CAC afirma en la presentación de su novela que la historia le fue inspirada cuando, acudiendo a diario a su puesto de trabajo cerca de dicha calle, observaba cómo la mayoría de la clientela de las prostitutas era gente mayor, muy mayor, jubilados, ancianos. Esa peculiaridad le hizo, primero investigar, y luego fantasear, sobre la especial relación entre aquellos abueletes y las meretrices a pie de calle, la cual, como es de esperar, tiene mucho más que ver con satisfacer la soledad que conlleva esa edad tan en retirada de todo, antes que la mera pulsión sexual. Así surge la historia de amor entre uno de los clientes septuagenarios y una prostituta de la calle Montera, la cual será asesinada en mitad de una orgia por culpa del desenfreno criminal de cuatro picapleitos. Un asesinato que provocará la venganza del anciano enamorado y la consecuente batida para capturarlo, tanto por parte de la policía como por los sicarios que protegen a los abogados asesinos.
Una búsqueda y captura del vengador septuagenario en la que, como toda buena novela del género, se entrecruzaran otras historias como la que concierne a la inspectora al cargo del caso con la desaparición del marido, por un lado, y la del sicario con su suplantación de personalidad y su negro pasado, por el otro. Historias que enriquecen la trama principal de la novela, pero que, al contrario de lo que suele ser la norma en las falsas novelas negras a las que nos referíamos al principio, no sirven para engrosar el libro gratuitamente, vulgo sobrepasar las cuatrocientas páginas, sino más bien para enriquecer ese retrato negro de nuestra sociedad que toda novela de género debe llevar implícito. A decir verdad, la novela que nos ocupa no sobrepasa las doscientas páginas, y eso a mí ya me parece una buena señal, siquiera ya solo de que el autor no tiene intención de regodearse en aquello que no sea lo estrictamente necesario. Un ejercicio de contención, yo diría que incluso de honestidad narrativa, que suele ser también un anuncio de que el escritor no necesita ir a tientas en su relato porque al tener la historia perfectamente pensada y estructura puede imprimirle el ritmo justo que esta requiere y además dejar espacio para que el lector use su imaginación, algo que no parece estar permitido en los tochos, con trilogía o no, en los que todo tiene que estar perfectamente detallado para que no haya equívocos. Contención que no significa escatimar en los detalles de cualquier relato negro que se precie, si bien, en este caso, expuestos con verdadera maestría por parte del autor para no ceder a la cosa esa del morbo.
Al viejo le fallaban las fuerzas, no resistiría mucho más. A la desesperada y ciego de dolor, cargó todo su peso hacia adelante, sobre la mano sostenía el cuchillo. Lo que cuesta matar a un hombre, pensó. Pallarés aguantaba. Sus ojos clavados como crampones en la cara del viejo. Todo su ser agitándose en espasmos. La boca mordiendo el vacío. Y de pronto cedió. EL cuerpo del viejo cayó sobre el del abogado. Algo crujió. El cuchillo atravesó el esternón. Y por la herida el abogado dejó escapar su último aliento.
Con todo, si hay algo que a mi juicio destaca en esta novela por encima de cualquier otra consideración, eso es el pulso literario que Carlos Augusto Casas imprime a su historia convirtiéndola no solo en un mero pasatiempo para aficionados del género, sino también en un placer para los amantes de la literatura bajo cualquiera de sus formas. En Ya no quedan junglas a adonde regresar no importa solo lo que se cuenta, también lo hace el cómo, puede que incluso más que lo primero. Por eso mismo, porque hay un verdadero aliento literario recorre todo el libro de principio a final podemos encontrar también belleza en esa especie de epifanía que el septuagenario asesino experimenta en el ejercicio de su venganza:
Otra frase estúpida es esa de que siempre hay esperanza. No, no hay esperanza en esta eterna insatisfacción que llamamos vida. Estos últimos días me he sentido libre por primera vez en mucho tiempo, y ha sido cuando no he seguido sus reglas. Cuando me he convertido en un salvaje.
Concluyendo, un notorio ejemplo de lo que a mi juicio debería ser siempre la novela negra con todas sus letras: comprometida con el retrato crítico de la sociedad en la que se vive y, además, ambiciosa literariamente. A esto último habría que añadir también el conocimiento del medio en el que transcurre la historia, esto es, la certeza para el lector de que el autor no nos está hablando de oídas y que, por lo tanto, nos la puede colar en cualquier momento recurriendo a su imaginación en exclusiva. Algo que, sin embargo, no tendría ninguna importancia en cualquier otro texto exclusivamente literario, incluso podría ser considerado un plus, pero que, en un género tan deudor del realismo, y además en su versión más sucia o cruda, siempre es una garantía de credibilidad. En cualquier caso, una novela negra tan merecedora del prestigioso galardón VI Premio Wilkie Collins de Novela Negra, como enésimo ejemplo de que la novela negra española que procura ser fiel a las reglas de oro del género se publica sobre todo en esas editoriales medias o pequeñas todavía lo suficientemente valientes y hasta honradas para no dar gato por liebre a pesar de todas las dificultades para poder llegar a los verdaderos aficionados de lo negro.
©Reseña: Txema Arinas, 2021.
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