Sueño que soy Mosca Cojonera, el jefe de la nación "choriki", también bautizada por los primeros exploradores gabachos que llegaron a la región norte de las Montañas Rocosas como los "bites perçées". Sueño que el Gran Jefe blanco ha enviado a su Octavo de Caballería para conducir a mi pueblo hasta la reserva que la llamada Oficina de Asuntos Indios nos ha adjudicado en un rincón inhóspito muy al sur de nuestro territorio. Parece ser que han tomado la decisión tras un largo verano en el que yo y los míos hemos campado a nuestras anchas por la tierra que nos vio nacer a nosotros y a nuestros antepasados.
Así pues, y en contra de la opinión mayoritaria de los ancianos de la tribu que aseguraban que no nos quedaba otra que aceptar el destino que el hombre blanco había decretado para nosotros lejos de nuestra tierra, servidor y un nutrido grupo de valientes guerreros "chorikis" decidimos revolvernos contra aquellos que pretendían recluirnos en una reserva como si fuéramos animales.
En consecuencia, yo y mis bravos guerreros nos retiramos al interior de las montañas donde a los casacas azules les sería prácticamente imposible localizarnos. Desde allí también efectuaríamos ataques por sorpresa, razias en la lengua de los rostros pálidos, a los poblados y granjas de los colonos blancos que habían invadido nuestro territorio. No negaré que nos lo hemos pasado pipa quemando las casas de los colonos, ensartando con nuestras flechas a todo bicho viviente, violando a las mujeres que en lugar de salir corriendo despavoridas, comme il faut, pretendían entretenerlos discutiendo sobre tolerancia, pacifismo, multiculturalidad y no sé qué otras mierdas blancas, degollando a los niños e incluso aplastando con nuestros tomahawks los cráneos de los ancianos. También te diré que como los blancos corrían como demonios al vernos, apenas hemos podido recolectar media docena de cabelleras dado que la mayoría de aquellos a los que podíamos dar alcance eran gente mayor con sobrepeso y por lo general alopécicos, que hasta para eso están hechos unos verdaderos hijos de puta los rostros pálidos.
Ni qué decir que hemos tenido al Octavo de Caballería todo el rato pisándonos los talones. Sobre todo después de los ataques antes referidos, los cuales parece ser que los convencieron de la necesidad de internarse en la montaña con toda su tropa, artillería y un contingente de experimentados exploradores y tramperos que aseguraban conocer la zona como la palma de su mano. De resultas de ello hemos estado jugando todo este tiempo al gato y al ratón con los casacas azules, ya fuera subiendo y bajando montes y valles, atravesando bosques impenetrables, cruzando ríos helados, y, muy en especial, escapando de las celadas que nos tendían en la ignorancia de que sus exploradores estaban siendo siempre "explorados" por los nuestros, incluso arremetiendo contra ellos por sorpresa en escaramuzas de las que los peores parados siempre eran los nuestros dada la superioridad numérica y sobre todo armamentística del ejército de los Estados Unidos.
De ese modo, entre las bajas y las deserciones de los míos, al final me he quedado solo. Eso sí, con la firme determinación de no rendirme al hombre blanco bajo ningún concepto. Así hasta que una de esas que estaba abrevando mi caballo, Palomo Cojo, me he visto rodeado por cientos de casacas azules que me apuntaban con sus rifles y hasta una ametralladora. No obstante, no estoy dispuesto a romper mi juramento de no rendirme al hombre blanco, por lo que no dudo en subirme a Palomo Cojo, empuñar el Winchester modelo 1873 que le arrebaté a un colono antes de cortarle la pelambrera de la entrepierna a falta de la de la cabeza, y lanzar mi famoso grito de guerra.
- ¡JAMÁS ME LLEVARÉIS A LA RESERVA! ¡VISCA CHORIKIA LLIURE!
- Qué reserva ni qué ocho cuartos, gilipollas. Deja de hacer el indio y marcha para la escuela que hoy es el primer día de clase.
- ¡JAMÁS, ANTES MUERTO QUE ESCOLARIZADO!
Y en eso que me despierto de sopetón y cubierto de sudor antes la perspectiva de la muerte; no he podido evitar soltar un irrintzi de alegría, que es lo más parecido que se me ocurre a un grito de guerra indio.
- ¿QUÉ PASA, QUÉ PASA? -vaya, creo que he despertado a la señora con la que comparto el lecho conyugal.
- Nada, que me he despertado de golpe y al darme cuenta de que era ya era adulto y no tenía que madrugar para ir al cole, no he podido refrenar mi alegría y...
- Ya ves, total para lo que te cundió la primera vez que fuiste...
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