Está la cosa de la actualidad tan espesa, penosa, que mejor escribir de lo intrascendente por escribir algo, aunque se trate no más de una escapada en familia buscando el sol, a León sin ir más lejos, stricto sensu.
Ir a León siempre es lo más parecido a un viaje al pasado. La impresión es inevitable, sólo tienes que reparar en los edificios, en su estilo y estado, en los escaparates, las gentes, en todo, prácticamente en todo. Ahí puede que resida precisamente buena parte de su encanto, en ese aire de haberse detenido el tiempo en buena parte de la ciudad, del recuentro con un paisaje que te remite de inmediato a tu biografía más temprana, puede que a algún episodio del Cuéntame, qué le vamos a hacer, cada cual con sus neuras.
Con todo, y como las veces anteriores que habíamos visitado la capital leonesa había sido siempre en Otoño o Invierno, no había podido disfrutar del animado ambiente que hay en lo "humedo" del casco antiguo de la ciudad, verdaderamente notable. Un trasiego de gente de todo pelaje que animaba lo suyo las calles de lo viejo junto con un día soleado como está mandado por estas fechas, el encanto de las viejas, estrechas y umbrías callejas, el del mercado de la plaza del Ayuntamiento con sus puestos de productos frescos de todos los puntos de la provincia, sus balanzas romanas y sus tenderos llamando la atención de la clientela a gritos sobre su género, y, muy en especial, la abundancia de bares y restaurantes con sus terrazas.
España se va a la mierda pero los españoles parecen rebelarse ante la cruel tiranía de los inclementes mercados saliendo a la calle a disfrutar de la vida como mejor saben hacerlo; de copas y tapas. Deliciosa y acaso sólo instintiva rebeldía que en León ayer resultaba especialmente patente en sus calles de lo que llaman lo "húmedo". Yo ya digo que le suelo encontrar un encanto especial a casi todo, que disfruto del invierno tanto o más que del verano, si bien suelo preferir las calles vacías que a rebosar de gente. Sin embargo, ayer en la plaza de San Martín a la que solemos acudir para picotear o comer en cualquiera de sus bares o restaurantes, la gente abarrotaba las terrazas, bullicio garantizado, se respiraba el modo de vida mediterráneo por todos los lados, vamos, que todo animaba a olvidar por un rato las congojas propias y de la actualidad a sorbos de vino o cerveza, entre una tapa y otra de esas que te ofrecen gratis con las consumiciones, costumbre que para los que venimos del país donde te cascan dos euros por un pintxo resulta lo más parecido a la barra libre en esto del tapeo.
Y cómo disfruto jamando en León, como en cualquier otra parte, pero puede que no haya un aspecto donde más se note la evidencia de que en la variedad está la riqueza, que en la comida. Ir a León es pensar en la morcilla matachana ya nada más salir de casa, en una copa de vino del Bierzo, en... En que no sólo vas a gozar de las exquisiteces de la zonas, sino que, además, por lo que sabes por experiencia, también se va a llevar una alegría tu bolsillo.
Como que comimos por 19€ en la terraza del bar Jabugo de la Plaza San Martín. Una ensalada de tomate con trocitos de jamón serrano y ajo, ración de matachana para hartarse, para untar sobre las patatas fritas que dan con la consumición y que, ¡ojo!, son verdaderas patatas caseras, hechas por ellos, de esas que por su tamaño y grosor puedes extender la matachana (esta morcilla se sirve siempre fuera de su tripa como en una crema), un detallazo de esos que justifican la visita al establecimiento del que ya podían tomar nota otros, que estamos hablando de patatas y una freidora. Para terminar una ración de lengua mechada, más una especie de embutido caliente que un plato de casquería o lo que sea, sencillamente delicioso. Pues todo, con su caña y su vinico, por 19€, casi le pregunto al camarero si se había equivocado. Pero no, como si no supiera de antemano que, por lo general, el León todo está mucho más barato que en Asturias, que si te pones hasta puedes comer sólo con las tapas que te dan con la caña o el vino, en el caso del bar Jabugo un pincho de matachana, tortilla de patatas, lengua mechada, fritos, una ración de esas patatas caseras o... el paraíso en la tierra, ñan, ñan, ñan.
Así que para rematar la jornada, un paseo por todo lo viejo de León, cafeto en una recogida plazoleta, de nuevo toda la intensidad del modo de vida mediterráneo al mediodía, con visita a la iglesia románica de San Isidora, que uno ya tiene muy vista la catedral de marras, eso y que cada vez está más convencido que el gótico es algo así como un estilo de nuevos ricos del Medioevo. Demasiado ostentación arquitectónica y religiosa, me priva mucho más la sencillez del romántico, lo recogido de sus muros, lo exquisito de sus formas y lo inocente de sus figuras. En ese aspecto San Isidoro es una verdadera joya, merece la visita y mucho, arco mozárabe incluido.
Y así se pasa uno el sábado entre copas, tapas, callejeo, cafetos y románico. Deambulando al buen tuntún sin prisas ni compromisos, corriendo detrás del canijo y añorando al otro en garras de sus abuelos maternos allá en una lejana aldea costera del extremo astur-galaico, sin horarios o terceros de los que estar pendientes, si son amigos por amenizar la compañía, y si son parientes para apechugar con sus manías, callar la boca las más de las veces y esperar a despedirse civilizadamente sin riñas ni cismas de ningún tipo a cuenta del mira lo que me ha dicho tu madre o cualquier cosa por el estilo, así que, venga, hasta la próxima, ya puedes respirar tranquilo, pisa el acelerador que todavía nos pueden enmarronar con lo que sea. Luego ya de vuelta a Asturias parecía que nos traíamos con nosotros el verano; pero, ya, ya, tampoco era para tanto, ahí estaban las nubes y las ráfagas de aire fresco para recordarnos que hasta en eso estamos en crisis a este lado de la cornisa cantábrica.
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