-¿Sabes que mi hermano está de campamento en León?
No sé qué me pasa con los críos en el parque. Yo voy con los míos a que se desbraven un rato, a que gasten adrenalina, siquiera sólo a que tomen el sol y no estén todo el santo día encerrados en casa, y como si no tuviera ya poco con ellos, van y se me pegan otros que no conozco de nada. Esto no me sucede un día o dos, qué va, esto es un continuo, es subir al canijo en el columpio y ponérseme un mocoso al lado a pegar la hebra.
-No, lo sabía. ¿Y qué tal le va a tu hermano?
-Bien. ¿Sabes que ayer mi mama me puso canalones para cenar?
¿Pero quién coño le habría dicho a ese puto crío que yo era un tipo simpático, encantador incluso, el puto Papa Noel de incógnito? Y el caso es que, como servidor tiende a ser educado por principio, que sólo saca el borde que lleva a flor de piel para epatar al personal o cuando me han desbordado el nivel de paciencia, también es verdad que lo tengo muy bajo, me veo obligado a ser educado con estos pequeños coñazos. Pero, lo que digo, todo tiene un límite. Joder, vaya que si lo tiene. Eso y que, lo reconozco, nunca me han gustado los putos críos. Los bebés tienen un pase, su encanto, enternecen con esas caricas de micos, comen, cagan, lloran, a veces hasta duermen, y poco más; pero, sobre todo no hablan. Pero los críos no. A los críos o los reconduces a base de hostias, esto es, los educas, o acaban como lo que somos todos en el fondo, unos primates. Vamos, que dan directamente en babuinos o mandriles en celo, todo el rato jodiendo; los que vean los reportajes de bichos de la 2 o hayan estado en Cabárceno ya saben de lo que hablo. No hay seres más egoistas y tocapelotas que los putos críos. Por eso, como mucho, los propios, el resto un par de carentoñas si son de la familia o de los amigos, y listo, si eso les compras unos chuches o un helado para que no te toquen mucho los cojones.
-¿Sabes que mi papa tiene un coche para ir al campo, un Land Rover?
Ni puto caso. Yo a columpiar al pequeño, que el mayor se ha largado con viento fresco en cuanto ha llegado el repolludo éste y ha abierto la boca. El mayor es moderado en todo, nada de peleas o malos modos con otros críos, sobre todo de ir a su puta bola y pasar del resto si no le siguen. Pero mira si era pesado el canijo aquel que el pobre Mr se refugió en lo alto del tobogán y en cuanto vio, después de que yo lo espantara de mi lado, que el tábano de los cojones intentaba subirse también hasta donde estaba él, casi le suelta una patada en todos los morros para evitarlo.
-¿Sabes que mi hermano tiene una camisa de La Roja...
-¡Ah sí? ¡Y A MÍ QUÉ COJONES ME IMPORTA!!!!
Es que ya no pude más, que lo de La Roja ya me llegó al alma, que ya sólo faltaría que también me diera el coñazo un puto crío en el parque con la selección de marras mientras procuro atender a los míos, que para eso son mis hijos, me he tomado la molestia de concebirlos, me ha tocado cuidarlos y mantenerlos, darles amor y todas esas cosas gracias a las que puedo pasar hasta por una buena persona.
-¿Sabes que...?
-Pues no, no lo sé ni me importa, mira tú por dónde, que te he dicho o hecho algo a ti para que me des el coñazo, ¿no tienes padres, abuelos, cuidadoras sudamericanas?
-He bajado solo de casa.
-Mira que bien, qué mayorcito. ¿Por qué no vas a jugar por ahí un rato tú solo?
-¿Sabes que...?
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