Día festivo, Santiago, aquí también conocido como el Día del Blusa, el día que las cuadrillas de blusas de Vitoria (para los de fuera, las peñas de fiestas compuestas por tipos y chicas, neskas, que se visten con el traje tradicional de los campesinos del país a modo de uniforme de desfase o algo así) eligen para sacar sus perras organizando todo tipo de saraos y también como aperitivo para lo que les viene encima en un par de semanas.
Según la costumbre la gente ya se ha desmadrado de lo lindo la noche anterior, que es cuando se sale en plan vamos a quemarlo todo. Salen los que pueden o quieren, la juventud que decimos ya los viejos, esto es, los cuarentones cargados con críos para los que una gaupasa (noche de empalmada) es lo más parecido a un descenso a los infiernos del vicio y la depravación. Como caigas en la tentación de sumergirte en medio de la marabunta parrandera que invade las calles de lo viejo, en plena calima de julio con lo que eso supone de tener que recurrir de continuo a todo tipo de brebajes alcohólicos para mitigar la caló. tropezándote con todo tipo de amigos y conocidos que querrán darte la chapa con lo suyo, abriéndote camino de un bareto a otro a codazos y empujones, intentando hacerte un huevo junto a las barras de los bares con lo que eso supone para la sensibilidad de tu olfato. Por no hablar de resacas o dolor de riñones. Quita, quita, esto me lo contaba mi cuñada, que llegó a casa a las seis de la mañana la muy golfa y encima te dice que no se lo pasó nada bien, ¡joder, pues, para qué coño saliste?, y me entra una pereza infinita, siquiera sólo como de aquí al centro de la Antártida.
Así pues, uno esperaría que a la tarde del día siguiente la peña estuviera como que, si no en casita durmiendo la mona, sí al menos más de tranquis, de paseo cada uno por su tontódromo particular. Pues no, nos acercamos hasta lo viejo con los niños para ver si hay algo para ellos, txotxongillos, títeres, en el Machete o juegos en la Virgen Blanca. Pues es llegar al centro y no poder dar un paso, que hay que sortear todo tipo de obstáculos y más de un individuo con claros problemas de sudoración.
Peor aún, el tío Antxoka les compra a sus sobrinos una pistola de pompas de jabón para cada uno, se ve que va a ser el artilugio de moda en estas fiestas. Al rato una pompa le deja todos sus rastros de jabón al canijo, empieza un suplicio que continua con su padre corriendo de un lado a otro por los jardines de Falerina con el crío en brazo y pidiendo a grito pelado servilletas o pañuelos de papel para mojarlos con agua a ver si así le alivio el ojo al pequeño. Y como todo está a rebosar de peña, todos en plan tranqui sentados o tendidos en los jardines de marras con sus respectivas cañas, kalimotxos y katxis, pues que no tardamos en convertirnos en la atracción improvisada del momento; vamos, yo creo que hasta dejaron de tocar las fanfarrias de las cuadrillas de blusas que pasaban por ahí con el único propósito de poder oír a mi hijo Mikel berrear como un jabalí herido e insultar a todo el mundo que se le ponía a tiro; ¡tonto, tú tontoooooooo! Vergüencita que pasó su aita, mecagontó.
Y en eso que consigo calmar al enano, que los llevamos a los columpios que hay cerca en el Campillo, va y empieza a berrear el mayor, que le toca la hora de los miedos irracionales, porque se imagina zombies por todas partes y le entra el canguelo, poco importa que todavía sea de día y estamos rodeados de gente por todas partes (y eso que me aguante el chiste racista y cafre de que los señores que estaban jugando al balón o al pin-pón en las mesas que hay en el Campillo, no eran zombies sino negros del África tropical...), que quería ir corriendo a casa para ver una película a modo de remedio tal y como le había aconsejado su madre; en cuanto llegue de Asturias a mi mujer le va a caer una buena. En fin, suerte que a mi hermano y a su señora no les pillaba de sorpresa porque hace un par de días, a la salida del cine, a la misma hora por cierto, de repente, sin haber dado señas antes de nada, el mayor también empezó a temblar de espanto por culpa de los zombies imaginarios.
Hasta los mismísimos cataplines de mis retoños y sus manías, que mientras intentaba convencer al mayor de lo absurdo de sus miedos, el canijo, ya totalmente recuperado de lo de su ojo, se dedicaba a llamar tontos y hacer amago de soltarles un hostión a todos los niños que osaban subirse a su columpio, que no sé si ya es vergüenza o pereza lo que me provoca el muy c... Así que los cogemos y nos vamos hacía la Kutxi bajando por el Cantón de San Francisco, donde mi hermano se encuentra con su cuadrilla -creo que una de ellas- a la altura de El Parral. Así que toca parada y saludar a los que conozco de toda la vida. Nada que objetar porque me hace ilusión hablar con gente que hace lustros con la que no coincido y saber de su vida. Sólo que al final, y dada la edad de mi hermano y los suyos, que ya empiezan a tener críos como conejos, acabamos hablando de críos, esto es, de biberones y pañales, de la pereza que le da a uno solo con pensar en volver a tener otro recién nacido, como que todavía no he acabado de cambiar pañales y hacer bibes con el de dos años y pico, que no hay manera, que es lo más cabezón que ha podido parir su... santa madre, que encima ¿dónde está?, allá va cantón abajo, a lo descalabrarse, y yo detrás, no, si al final el que se va a abrir la cabeza voy a ser yo. Y lo arrastro de la mano, y sigo de palique con Natxo, y mi hermano y mi cuñada otro tanto, y veo a lo lejos, ya en plena Kutxi hacia donde nos dirigimos, a unos colegas con los que paro de vez en cuando. Habrá que saludarnos, intercambiar naderías, puede que hasta se empeñen en que tomemos un cacharro, ¡joder, cagonlahostia, que estamos en fiestas, pues! Me supera, tengo que estar pendiente todo el rato del pequeño que mete la marcha para salir disparado hacia todos partes o del mayor que se me ensimisma en cualquier esquina, no puedo disfrutar ni del cacharro ni de la conversación, ni de ná de ná. Mejor recogerse, pasar de todo, convenzo a mi hermano y su pareja para volvernos por donde hemos venido, los críos están agotados, al canijo además le vas a llevar tú harrikotes, amenazo a mi hermano, hace dos días lo bajé y subí desde Berrozti a Armentia y tengo los hombros machacados.
Y vamos de vuelta hacia el aparcamiento donde ha aparcado mi hermano, sorteando al personal que está a sus farras, aguantando es estruendo festivo de las fanfarrias, el de las matracas que venden en los puestos ambulantes, los graciosos con las debidas copas de más, los atascos producidos por las cuadrillas de blusas o de jubilados que se paran por cualquier pijada. Estoy hasta los huevos, echo de menos a mi pareja para poder ir de tranquis sin críos a lo pararnos a tomar lo que nos de la gana, echo de menos tener veinte tacos y haberme quedado en casa durmiendo la mona tras la farra de la noche anterior, soy como un crío, vamos, como la mayoría de los tíos, mira tú si no al Rato en la comisión famosa; "yo no fui, señorías, fueron otros..."
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