Anoche mi señora tenía más razón que un santo -claro, quién más santa que ella que me aguanta y bla, bla, bla- cuando comentaba que no había ni una sola noticia positiva, que todo incitaba a la más profunda depresión. Ya no es solo lo de la subida del IVA de Rajoy y sus compinches (suben el IVA como en Portugal, así que habrá que pensar que pronto ocurrirá lo mismo, que empezarán a cerrar comercios, que el consumo se restringirá a cotas de broma, que...), ellos que hasta firmaron delante de las cámaras comprometiéndose a no subirlo nunca bajo ninguna circunstancia, la constatación de que, como siempre, van a ser los de abajo quienes paguen los platos rotos por lo de arriba -eso y que encima éstos se empeñan en extender la idea de que la culpa del desastre es de todos sin excepción porque "todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", valientes sinvergüenzas-, y sobre todo, que de haber líneas rojas que este gobierno no va a tocar ahí se las dan todas, esas son las que atañen al impuesto del patrimonio, el de las grandes fortunas, las empresas del IBEX, el fin de las deducciones, el aumento de las inspecciones fiscales; vamos, todo lo que afecta directamente a las clases pudientes que les votan y sostienen con la excusa de que meter la mano en la cartera de los que más tienen restringe el consumo, no crea puestos de trabajo y demás mandangas más falsas que hacer pasar a España por un verdadero estado de derecho, una democracia que en lugar de soltar sus perros para aplacar las protestas de la ciudadanía indignada, que usa su monopolio de la violencia contra ésta, las permite y hasta se sienta a discutirlas. Porque eso es lo que estamos descubriendo a pasos agigantados, que esta es una democracia que tiene miedo de la gente de a pie, un sistema que consiente y ampara los desmanes de los banqueros, perdona a los defraudadores, se somete al dictado interesado de las mismas fuerzas que lo han llevado al borde del precipicio y, por si fuera poco, encima nos quiere hacer tragar con lo de que toma medidas contra la mayoría porque no le queda otro remedio, pobrecicos.
En cualquier caso, nada nuevo bajo el sol de España. Como si estuviéramos en un inacabable Siglo de Oro, como si los viejos tics de épocas pasadas aparecieran una y otra vez en esta sociedad que cada vez que parece que se dispone a sacar definitivamente la cabeza, a dejar atrás ese bagaje de retraso y fanatismo, algo, una guerra o una crisis, la manda de vuelta por sus fueros.
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