Tarde de lluvia. Lleva lloviendo a cántaros desde la noche. A decir verdad, anoche la lluvia golpeaba enrabietada sobre la ventana inclinada del dormitorio haciendo un ruido espantoso. Luego ya, cuando por fin aceptas que no vas a volver a reconciliar el sueño, hasta le coges el gusto al replicar de la lluvia sobre el cristal, a ratos incluso más que a una sinfonía dodecafónica de Schoemberg, a mí al menos me aburre menos. Pero el caso es que no ha parado de llover desde en todo el día, nos hemos levantado con un día gris y frío pasado por agua. Y qué hace un servidor en un día como este, después de pasarme la mañana encerrado en mi cubículo dándole a la tecla casi que a oscuras, después incluso de ir a recoger a los críos en coche y tardar casi media hora en volver a casa porque éste es uno de esos días en los que a todo cristo se le ocurre coger el coche aunque sea para ir a la acera de enfrente. Pues lo que mandan los cánones, meterme una alubiada entre pecho y espalda de aquí te espero. Madre del amor hermoso, creo que he perdido la cuenta de los platos que me he servido. Mira que estaban ricas las jodidas, esas alubias rojas con sus verduricas (puerros, zanahoria, cebolla) pasadas, su sofrito de cabeza de ajo cocida y pimentón, sus sacramentos de morcilla de arroz y... ¡lacón! Sí, ayer a la tarde me fue imposible encontrar una costilla adobada, de modo que me dije, pues bueno, vamos a darle el toque astur-galaico a mis alubias rojas, luego ya echaré pimentón por separado. Y no me ha salido nada mal, vive Dios, Alá, Buda y quien haga falta que no. Claro que no es lo mismo, que ande estén unas costillas en adobo que se quite el lacón de los huevos, vas a comparar la ternura de la carne de las costillas con la del mazacón de cerdo. Tampoco es que la morcilla de Burgos que venden aquí sea para echar las campanas al vuelo, poco más que arroz mezclado con sangre, no encuentras una txintxorta ni por error, y mira que eso es lo que le da la gracia, el sabor, a la morcilla. Pero bueno, en cuestión de morcillas aquí tiran más de la suya, que ya son palabras mayores, la contundencia de la morcilla asturiana, con su tocino y pimentón, y por muy sabrosa que sea en pote o fabada, es tema para un par de cajas de omeplazón.
Aún y todo, con morcilla de arroz, lacón y media docena de guindillas que han caído entre un plato y otro, la verdad es que no me siento especialmente espeso. Se diría que hasta en eso me ha sentado bien el cambio de barrio. Antes no aguantaba la tarde en casa, tenía que salir a toda cosas nada más llegar mi señora, darme un voltio por el centro, hasta lo Antiguo, sentarme a tomar un café con leche a leer la prensa local o lo que fuera, respirar la calle. Ahora, aquí justo a dos zancadas del Parque del Oeste, en este duplex desde el que se ve todo el parque y los montes que rodean Oviedo, prácticamente aislado del centro o de cualquier otro barrio, casi que en extrarradio, barrio joven y periférico pero al mismo tiempo rodeado de verde, insisto, apenas me apetece salir a pasear, como mucho si tengo que hacer compra en el supermercado al final de la calle y ya de paso aprovecho y me tomo un cafeto para leer el Comercio o La Nueva, la prensa local y derechona por excelencia, mucho artículo de señores con alzacuellos o grado militar. Y eso en el papel, que cuando intercambias alguna palabra de cortesía y por lo que sea, madre del amor hermoso, una cosa de espanto, la Vetusta de Clarín en cuanto algunos abren la boca, como si vivieran atrincherados en modos e ideas que son más del XIX que de éste en el que estamos.
Por eso mejor disfrutar de la modesta cueva de lujo -que sin ser nada del otro mundo, es mucho más acogedora y recogida, que donde estábamos, eso y que hay que limpiar menos, para qué quieres metros que no usas- a la que ya nos hemos hecho como si lleváramos años. En cualquier caso, una gozada poder descansar de tu trajín diario y tumbarte en la cama mirando al cielo a través de la ventana inclinada -tiene nombre pero, precisamente porque el segundo piso tiene el techo inclinado, me estoy dando tantos golpes en la cabeza que voy perdiendo información del disco duro por un tubo-, se diría que puedes tocar las nubes, incluso ves pasar volando pájaros de muy cerca, como estés muy cansado hasta puedes fantasear con que vas en un barco, surcando mares que sólo son la marea de añoranzas y esperanzas que sube y baja, estás tan cerca de las nubes que cuando recuerdas lo malo que ha pasado o puede pasar, aquello que prometía y luego no llegó a ningún término, proyectos e ilusiones que se van por es desfiladero de la cruda realidad, de este aciago presente sin rumbo definido, apenas le das importancia, deja que pase el tiempo hasta que las piezas vuelvan a coincidir en su engranaje, mañana quizás sea igual, seguro, pero no el año que viene o el siguiente, nunca ha sido así, todo cambia, fluye, ni siquiera lo tenemos tan crudo como nuestros mayores y ellos bien que consiguieron salir de lo suyo, que fue una vida dura y cuesta arriba, pero mereció la pena, la prueba somos nosotros, lo que nos queda a uno y otros.
Por eso mejor disfrutar de la modesta cueva de lujo -que sin ser nada del otro mundo, es mucho más acogedora y recogida, que donde estábamos, eso y que hay que limpiar menos, para qué quieres metros que no usas- a la que ya nos hemos hecho como si lleváramos años. En cualquier caso, una gozada poder descansar de tu trajín diario y tumbarte en la cama mirando al cielo a través de la ventana inclinada -tiene nombre pero, precisamente porque el segundo piso tiene el techo inclinado, me estoy dando tantos golpes en la cabeza que voy perdiendo información del disco duro por un tubo-, se diría que puedes tocar las nubes, incluso ves pasar volando pájaros de muy cerca, como estés muy cansado hasta puedes fantasear con que vas en un barco, surcando mares que sólo son la marea de añoranzas y esperanzas que sube y baja, estás tan cerca de las nubes que cuando recuerdas lo malo que ha pasado o puede pasar, aquello que prometía y luego no llegó a ningún término, proyectos e ilusiones que se van por es desfiladero de la cruda realidad, de este aciago presente sin rumbo definido, apenas le das importancia, deja que pase el tiempo hasta que las piezas vuelvan a coincidir en su engranaje, mañana quizás sea igual, seguro, pero no el año que viene o el siguiente, nunca ha sido así, todo cambia, fluye, ni siquiera lo tenemos tan crudo como nuestros mayores y ellos bien que consiguieron salir de lo suyo, que fue una vida dura y cuesta arriba, pero mereció la pena, la prueba somos nosotros, lo que nos queda a uno y otros.
Pues eso, tumbado en la cama y enchufado a youtube que me suministra recuerdos sonoros, música de una vida para animar lo que resta del día después de la brega con lo cotidiano, para disfrutar del recogimiento en un día gris de lluvia. Luego habrá que volver a atender a los enanos, seguramente disfrutarás de y con ellos los tres juntos en la cama leyendo un cuento que ya has contado hace tiempo al mayor y que ahora él quiere volver a escuchar en compañía de su hermano. Si hay suerte el pequeño se dormirá con el tercero, el mayor se irá a su cama a leer un tebeo como los que tú también leías a su edad, tu pareja te espera abajo para ver una de esas series que tanto disfrutáis al calor de un vaso de leche y unas galletas, ella se dormirá y tu leerás hasta las tantas, también madrugarás el primero y llamarás a todos a zafarrancho de combate, toca partir al colegio, cada uno a lo suyo, la vida sigue igual y la tuya precisamente no se parece en nada a la de Julio Iglesias, no necesitas follar tanto y con tantas para realizarte, vas de otro palo, sobre todo en los sonoro, oh, yeah!