domingo, 18 de noviembre de 2012

YO CONTRA LAS MAQUINAS



Que vale, de acuerdo, los aparatos nos simplifican la vida, nos permiten cosas que antes no podíamos hacer o que nos llevaban demasiado tiempo. ¿Pero lo hacen de buena o sólo con el propósito de engatusarnos para luego darnos la patada en todos los huevos? De lo contrario no me explico la contumacia con la que se me joden las cosas, y casi siempre sin haberles hecho nada previamente, esto es, a diferencia lo que opinan la mayoría de los seres humanos que me rodean, tan mañosos ellos, que si no cuido las cosas, que las trato como putas por rastrojo y así.

Sábado por la mañana, los críos en las garras de sus abuelos maternos en el pueblo, me bajo a recortarme la barba. Empiezo bien, gradúo el nivel y me la paso por la kokotxa, todo parece que va a seguir su curso, que en menos de cinco minutos volveré a lucir mi coqueta barba corta de cuarentón alopécico. Pues va la muy hija de puta y se apaga al minuto. Arranca, eso sí, pero al rato pierde fuelle y se apaga. Lo intento una y otra vez, con cable y si él, con las pilas. No hay manera. Tampoco me puedo dejar la barba así, un lado recortado y el otro como el patio trastero de una casa abandonada. Reviso el aparato, des todo parece estar en su sitio, lo limpio por si acaso. Sigue sin funcionar. Así que llegado a este punto hago lo que hace o debe hacer cualquier hombre que se precie antes de rebajarse a su condición de mascota amaestrada: cagarme en Dios por todo lo alto. Entonces sí, entonces mi señora se despierta, baja corriendo las escaleras y me pregunta aterrada "¿qué pasa, qué pasa". Yo me indigno porque me ve con el aparato en la mano, el de recortar la barba, y no se le ocurre otra cosa que preguntar qué pasa. Serás boba, le digo todo borde, pues qué hostias va a pasar, bonita, que la maquina no rula, se me ha rebelado, me ha dejado la barba a medio recortar, hecho un mamarracho. Ella frunce el ceño, no sé si porque la he llamado boba así como el que no quiere la cosa o porque se teme un nuevo episodio de "Idiota con un enchufe". Y por si fuera poco, ella no sólo no se conforma con interesarse por mi problema, que ya son ganas de joder, sino que encima pretende ayudarme, inconcebible. Yo me niego en rotundo, una vez que he elegido el camino del desvarío, vía juramentos y golpes con la maquina sobre el lavabo, no puedo permitir que intente hacerme entrar en razón para que empiece a comportarme como una persona normal, racional, hasta aquí hemos llegado. No lo entiende, me replica que estoy como una chota. Pues sí, como una verdadera chota desquiciada. Así que sigo probando la maquina y cagándome en Dios, la Virgen y todos los santos, que para algo he ido a un colegio de curas y de alguna manera me tiene que cundir. No obstante, a eso de la media hora de desquiciarme en el baño de abajo, decido poner un poco de orden mental y subirme al baño de arriba para probar con otro enchufe. Ni qué decir que arriba sí funciona, perfectamente, como que en un pis-pas vuelvo a estar hecho un George Clooney o mejor, vamos, hasta me voy a tomar un espresso para celebrarlo.

Pero claro, ahora qué le dices a tu santa, cómo justificas semejante ida de olla, el rato de angustia y no poca molestia que ha pasado la pobre tras ser arrancada de los brazos de Morfeo por los juramentos en hebreo del garrulo con el que comparte su vida. Cómo, ademas, renunciar a mi odio inveterado hacia los artilugios de todo tipo, esos objetos despreciables que nos hacen más fácil la vida. Pues bien, está claro, el enchufe de abajo no funciona bien, por eso no arrancaba la recortadora de los cojones, tienes razón, cariñín, hay que pensar las cosas con cabeza (eso si la tienes, pienso yo...) y, sobre todo, sobre todo, con calma, mucha calma, dos ideas que me resultan especialmente repugnantes porque uno empieza comportándose tal que así, como una persona  cabal, cerebral incluso, y puede acabar presentando un programa minoritario de ciencia en TV2 a lo Punset.

-¡Ah, sí! ¿Que tenía que haberlo intentado desde el principio? ¡Qué fácil es decirlo cuando se es una persona normal como tú! Pero, dime, ¿por qué no funcionaba sin cable, eh? ¡Qué casualidad que no funcionen el enchufe de abajo y tampoco las pilas! ¿Es o no es una conspiración judeo-electrónica de las maquinas contra mi persona, eeeehhhhh????

 No la convenco, o sí, porque al final no le queda otra que convencerse de que soy un auténtico gilipollas descerebrado. Está bien, tengo que apechugar con esa carga. Pero nadie, nadie logrará convencerme de que las maquinas no conspiran a mis espaldas para joderme la vida. Y si no es así, porque el puto e-book que regaló mi padre a mi hijo mayor y que yo uso de continuo, el cacharro que cuido con más mimo porque para algo casi todos los libros que leo ahora los tengo que bajar de la red por la patilla, que hay mucha crisis, oyes, y servidor consume un libro tras otros, probablemente también el cacharro que más me estaba durando sin darme problemas desde mi primer teléfono móvil tamaño zapato (ya luego les perdí todo el respeto y...), va ahora y le da por no marcar las páginas, que cada vez que entro en uno de los libros que estoy leyendo tengo que darle a las teclas sin parar para encontrar dónde me quedé ayer, anteayer o trasanteayer. No me lo puedo creer, porque vale que el ordenata esté lleno de virus, que el móvil vaya por su cuenta llamando a todo quisque, que la batidora se haya convertido en un arma de destrucción masiva, que  la secadora suene como si tuviera incrustado un troll o algo por el estilo, e incluso que cada vez que llama alguien desde el portal tarde media hora en abrirle porque no consigo acertar con el puto botón del portero automático, eso y que casi siempre que voy a cogerlo el auricular sale disparado por la cocina; pero el e-book no, joder, el e-book no, que a ese lo he tratado como a un hijo, qué hostias, muchísimo mejor, no hay color.

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