Hacía más de diez años que no acudía a urgencias. La última fue a las de Txagorritxu en Vitoria y casi acabo a hostias con la médica. Me explico, me había torcido el tobillo en Bilbao por culpa de mi actual pareja, a la cual, y tras habernos hecho todos los pubes y baretos de la zona de Mazarredo, no se le ocurrió otra cosa que apartarse cuando en un arrebato amoroso decidí saltar sobre ella para abrazarla y besuquearla un rato, de modo que fui a parar tras los setos que hay cerca del Hotel Barceló junto a la ría. Una hostia de campeonato que casi me quita la borrachera. Casi, porque ya en el hotel, y como la botella de cava fría con la que intentaba bajar la hinchazón no hacía efecto, pues oye, que me la bebí; se ve que en esos momentos el cerebro tiene sus propias prioridades. El caso es que la médica de urgencias me quería escayolar, y yo que por mis huevos, que no podía inmovilizarme porque al día siguiente tenía que abrir la agencia de viajes que compartía entonces con mi socio para entregar la documentación a unos cuantos clientes. Así pues, le dije que tirara de venda y santas pascuas. Ella que si era un descerebrado, que si el protocolo y bla, bla, bla; y yo, claro, que eso era muy fácil viviendo de un sueldo a final de mes, que habría que verla de autónoma, dependiendo en exclusiva del trabajo de uno y sin cobertura o ayuda alguna, ni la del socio, no hasta muy entrada la tarde.
Pues bueno, ayer volví a urgencias después de todo ese tiempo y por la picadura del muslo que comentaba en un post anterior, con una infección de caballo percherón. Pero no voy a hablar de mi percance médico, nada del otro mundo. O bueno, si eso luego y puede que sólo en vernáculo. Voy a aprovechar este rincón del desahogo para dejar constancia de mi perplejidad ante lo que ocurre en las salitas de espera de urgencias, siquiera en las del Hospital Central de Oviedo. ¿Por qué permiten que la gente use el móvil para hacer y recibir llamadas? ¿Por qué no obligan a que por lo menos lo tengan con el sonido apagado y luego ya el que quiera que mande whatsApp o cualquier otro tipo de mensajitos para decir que están bien, que todavía no les han atendido, que tienen "fame", se mean o cualquier otra memez por el estilo? Pues al menos aquí no lo hacen y eso convierte a las salitas de espera de urgencias en una verdadera discoteca ibicenca; todo quisque animando la espera con las melodías de su móvil. Melodías por llamarlas de alguna manera, porque lo que estila, lo que la peta, son el acid house de los "astur-barakas" a lo "qué pasa, ho!", la estomagante bachata, salsa o lo que sea esa consonancia machacona de los latinoamericanos, todo el puto rato con lo de si tú eres mi negra y yo tu papasito, el cante flamenco de la señorita Jimenez o la sura recitada no se cuántos del Coran del señor Mohamed, y ya para rematar la faena, si bien obviando por pudor el "Asturias patria querida" de un cincuentón, y por si no hubiera ya poco estruendo, el tono de teléfono de posguerra que, cómo no, llevan los más viejos, ese que cuando suena te dan ganas de ponerte firme de un salto, cuadrarte y pegar un berrido del tipo "¡Sí, señor, a sus órdenes mi comandante!" Sí, como la gente se aburre, y parece ser que lo último que se le ocurre para hacer más llevadera la espera es leer la prensa o cualquier otra cosa que tenga a mano, pues venga a hacer llamaditas o a recibirlas. Así pues, y dejando a un lado el concierto de politonos en plan experimental o algo así, ayer servidor no podía sino alucinar ante la la exhibición de insustancialidad comunicativa de la peña, vamos, de hasta qué punto el desarrollo tecnológico de la telefonía ha hecho todavía más patente la habitual vacuidad de las conversaciones entre los individuos, o lo que es lo mismo, el clásico hablar para no decir nada, hablar paja que dicen mis parientes de Venezuela, cosas del tipo:
- Oi, que-y digas a la to madre qu'inda toi n'urxencies, que sigo como cuando te llame va cinco minutos.
-¿Qué fai'l güelu? Sí, yá se que ta cola to madre, yá me lo dixisti antes. Por si fixera daqué...
-Pregunta a tu padre que quiere cenar cuando salga de aquí...
-Oi, que si sabes el tiempu que va faer mañana...
Y sí, vale que la gente en esas situaciones tiende a comunicarse con sus allegados por cualquier pijada con el único motivo de sentirse arropada con la voz de éstos; pero, coño, si ya la abuela en cuestión parece recién bajada de la braña, de la montaña, vamos, que está acostumbrada a comunicarse a gritos desde la ventana de su casa con sus vecinos del otro lado del valle, pues... Claro que para verdadero estudio sociológico la razón por la que tras un repentino, lenitivo y relativamente largo silencio, basta que uno de los presentes se ponga a hablar por teléfono y, no falla, justo en ese momento se le ocurre a otro, o a varios a la vez, coger su móvil para hacer lo mismo, con lo que ya tenemos montado de nuevo el guirigay de antes. Todo ello, faltaría más, politonos mediante.
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