Caminata mañanera por uno de los que decían los ases de la Green Capital de marras del pasado año, el paseo a lo largo del Parque del Zadorra que completa por el norte el anillo verde compuesto por parques, jardines y senderos que rodean Vitoria. Como soy esencialmente un vitoriano del sur de la ciudad esa otra parte más allá de Txagorritxu o el parque de Arriaga para mí siempre ha sido lo más parecido al lejano norte, vamos, que he vivido toda mi vida como si todo lo relacionado con Lakuabizkarra y alrededores fuera algo así como una tierra fría e inhóspita habitada por los pictos de Abetxuko o algo por el estilo, con el parque de Arriaga a modo de muro de Adriano, ermita juradera incluida. Podría haberme pasado el resto de mi vida sin conocer el parque del Zadorra, esto es, satisfaciendo mis pujos andariegos urbanos en los más accesibles y completos de Armentia, Salburua, Zabalgana e incluso Olarizu. Pero oye, hoy debía tener el alma exploradora o algo por el estilo, así que le he dicho a la familia: "a caminar junto al Zadorra". Y no estaba muy seguro, no, de haber hecho una buena elección, al menos no tanto como para no defraudar a mi señora, que la tengo acostumbrada a las frondosidades de los bosques de Armentia o Salburua. Y bueno, la verdad es que se nota que es el último tramo que cierra el tan cacareado anillo urbano, que si el camino tiene la ventaja de su longitud, las vistas con los pabellones de los polígonos industriales de Artapadura y Gamarra a un lado y los edificios de Abetxuko o del cuartel de Araka al otro, le restan parte del encanto bucólico de los parques periféricos del sur con los montes al fondo. Pero bien, nosotros hemos hecho el tramo corto que va desde Abetxuko a Eskalmendi y digo yo que ya crecerán los árboles que han plantado a los bordes del sendero completando el paseo con fresca que asoma llegando al bosque de Gamarra. En cualquier caso una delicia, sobre todo si tenemos en cuenta que cuando éramos chavales esa zona del río Zadorra apenas era otra cosa que una sucesión de vertederos ilegales, que allí no se acercaba nadie para cosa buena, que incluso cuando nos llevaban a las piscinas de Gamarra y nuestros padres acampaban junto al río, lo primero que nos decían era que anduviéramos con cuidado no nos fuéramos a caer al agua, que igual no salíamos vivos con toda la mierda casi que radioactiva que había allí. Y si a eso le sumas que llegados a Gamarra te puedes tomar una jarra de cerveza en una terraza junto al río, quién lo iba a decir hace años, pues una jornada tan completa como satisfactoria que hasta se me han quitado las ganas de despotricar contra esa plaga urbana que son los ciclistas, los cuales insisten en invadir los caminos paralelos a los bidegorris (carriles de bici) que disponen prácticamente por todas partes y que por lo que sea parece que les repelen, que no les convencen, como si a los conductores nos diera por ir campo a través porque no nos gusta la carretera que tenemos a mano. Digo yo que lo harán en la convicción de que ir en bici les otorga algo así como carta blanca para amenazar tu integridad y en especial la de tus críos, que las normas que rigen para peatones y conductores no van con ellos y de ahí su indignación ante la nueva normativa que regula su tránsito en el núcleo urbano; pobrecicos, ellos que eran la última encarnación viva del espíritu libre frente al ciudadano manso, plantígrado y/o con carné de conducir.
lunes, 21 de abril de 2014
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