Viendo ayer a la tarde los dichosos OCHO APELLIDOS VASCOS, y más en concreto la escena de la mani con sus hostias y tal, viendo al prota hacer el gamba delante de la mesnada festiva y borroka, me acordé de no pocas situaciones de nuestra alegre y beoda juventud. En realidad me acordé de un viernes a la tarde en el que uno de mi cuadrilla, cuando lo del lazo azul por el secuestro de Aldaya, se empeñó en hacer todo el recorrido de poteo habitual desde el final de la Kutxi donde solíamos empezar el trasiego de líquidos elementos hasta la entrada a la susodicha calle, pasando por el centro de la misma, esto es, por el territorio comanche por excelencia de lo viejo, con el lazo azul en pecho. Nada que objetar al lazo en cuestión, por supuesto, más bien todo lo contrario. Pero, si nuestro recorrido atravesaba el territorio comanche en cuestión -si es que no lo es o era toda la Kutxi, eso ya cuestión de opiniones-, no era por otra cosa que porque hacía tiempo que habíamos decidido ya pasar olímpicamente de las movidas de los borrokas de fin de semana y seguir tomando los potes en los mismos baretos donde lo habíamos hecho siempre, muchos de ellos afectos a la causa, claro que sí, pero es que lo eran todos. Y el caso es que estábamos parte de la cuadrilla en el viejo Bagare, al cual acostumbrábamos a entrar porque era el centro de reunión euskaltzale por antonomasia de la ciudad en aquel entonces, cuando de repente oímos una bronca del copón en la calle. Nos asomamos y bingo, ahí estaba una jauría de alegres y combativos borrokas amenazando con partirle la crisma a nuestro colega por atreverse a lucir el lazo azul en su pectoral. El colega, entonces miembro de EGI, las juventudes del PNV, y que nunca fue muy de pensar con dos dedos de frente, todo hay que decirlo, encima se empeñaba en un intercambio de opiniones en vernáculo con la alegre muchachada radical. El caso es que nos tuvimos que lanzar de cabeza al corro formado alrededor de nuestro colega, que nos pusimos a pegar voces a los jóvenes borrokas con los correspondientes amagos de a ver quién es el primero que da un paso que si hay hostias las habrá para todos. No sé por qué ni cómo, pero tras un intenso forcejeo los encendidos patriotas cesaron en su empeño de arrebatarle el lazo de marras por las bravas y empezaron a replegarse. Casi no nos lo creíamos, nos habíamos librado de un intercambio de hostias en el que, siquiera por una mera cuestión numérica, no nos cabía la menor duda de que los que más hostias habrían recibido hubieramos sido nosotros. Entonces me dice otro colega:
-¿Tú has visto lo que casi te hace uno de esos cafres?
-No, ¿el qué?
-Joder, Txema, te ha arrojado un bloque de hormigón con las dos manos sobre los pies, no te los ha aplastado de puro milagro.
-Ah, pues ni puta idea, estaba tan acalorado que ni me he dado cuenta.
Y en efecto, ahí estaba el bloque de hormigón en cuestión, como para haberme dejado los pies planos literalmente. En fin, menos mal, no sé yo si nos salvamos por la sirena, la de las lecheras de la pasma, claro está, o porque nosotros ya éramos unos muchachotes hechos y derechos, probablemente más bregados que ellos en broncas y manifas, si bien de muy diverso calado y de cuando éstas no se componían en exclusiva por cachorros del Movimiento y todo aquel chaval con inquietudes más o menos reivindicativas acudía a aquellos saraos, hasta los sordos de corazón como un servidor, cosas como lo de Zabalza, la Insumisión y por el estilo, que ellos, en su inmensa mayoría unos putos críos que no sabían donde les pegaba el aire. Luego también, ni qué decir, tuvimos nuestra charla con el colega del lazo acerca de la tenue línea que separa la valentía de la inconsciencia; pero bueno, eso ya es otra historia.
Pues bien, todo esto para decir que la peli de ayer está muy bien para echar risas a cuenta de los tópicos hipermanidos de vascos y andaluces, al fin de cuentas un largo sketch de Vaya Semanita se pongan como se pongan, para reír un rato con ese animal de la interpretación que es mi paisano Karra Elejalde, lo mejor de la peli sin lugar a dudas, también para aburrirse un rato con la todavía más manida historia de amor de los protas, previsible como casi todas. Pero, porque tiene que haber más de un pero, a mi juicio la puesta en escena de la fauna alegre y combativa chirria por todos los lados. Presentarlos como unos simples peleles, unos memos poco más que graciosos de puro pat'eticos, no sólo no cuela sino que además ofende incluso a los que los hemos tenido que aguantar durante años y no sólo por anécdotas más o menos insustanciales como la de arriba. Esa representación de los radicales como simples y casi que hasta inofensivos descerebrados no sólo chirria porque no se corresponde a la realidad, porque minimiza todo lo que hay de terrible en su fanatismo, sino que como es tan ridícula casi hasta los hace simpáticos, como pueden serlo los tontos del pueblo de cualquier parte. Y no, no eran ni son precisamente los tontos del pueblo. Ahora bien, puede que al Cobeaga y compañía le valga como parodia, al fin de cuentas la escena vale, arranca risas por doquier, y esa y no otra cosa es la intención primera y última de sus guionistas. Pues eso, creo que es evidente que el Borja y compañía utilizan todo lo relacionado con el conflicto vasco para hacer risas y no al revés, el humor para tratar el conflicto en cuestión, el humor como instrumento para un planteamiento más amplio del tema, no. Esa es la cuestión, la que hace que la película con todas sus gracietas, con Karra como verdadero protagonista inclusive, sea una vez vista y disfrutada una comedieta insustancial.
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