lunes, 28 de abril de 2014

EL ABUELO DEL GARAJE



Esta mañana casi volvemos a llevarnos por delante al abuelo del garaje. Sí, se trata de un viejales con bastón que aparece de vez en cuanto por sorpresa y casi que de entre la oscuridad justo en el momento que nos disponemos a subir la rampa que conduce a la puerta del garaje. La primera vez mi señora se llevó un susto morrocotudo porque no lo vio venir y del volantazo tuneó toda la parte trasera izquierda del coche, una virguería. El caso es que el hombre aparece a primeras horas de la mañana bajando la rampa del garaje con su bastón y una sonrisa de oreja a oreja como si anduviera de paseo. Cuesta imaginar que accede al garaje para subirse a vehículo alguno porque el individuo en cuestión no es que esté entrado en años, es que no le caben más; vamos, que casi da más miedo imaginárselo al volante que apareciendo en medio de la nada. Pero bueno, a saber qué irá a hacer el hombre en el garaje a una hora tan temprana, y sobre todo, por qué cojones tiene que acceder por la puerta del garaje, directamente desde la calle, en vez de por cualquiera de la multitud a las que se accede desde los portales de los edificios que comparten el garaje. 

El caso es que cada vez que estamos a punto de atropellar por sorpresa al abuelete del garaje me acuerdo de otro viejo del garaje o casi de cuando servidor era un mico. Digo casi porque aquel hombre no era tan mayor como éste al que me refiero. De hecho se trataba del portero de uno de los edificios de la calle Bolivia de Vitoria, detrás del actual Palacio Europa de Congresos, de cuando todavía no estaba éste y había una campa en la que los chavales del barrio echábamos las tardes jugando a lo que los niños jugaban entonces y que venía a ser lo mismo que a lo que juegan los de ahora con sus maquinitas, sólo que las hostias eran de verdad y, en consecuencia, los puntos de muy diferente calado... Pues resulta que el portero en cuestión debía tener su cubículo, o lo que fuera que guardaba sus trastos y pasaba la mayor parte del tiempo, en uno de los garajes de su edificio. Un garaje al que se accedía desde fuera por una rampa que para los chavales de la zona de la Avenida y Txagorritxu venía a ser lo más parecido a la "Highway to Hell" de los AC/DC, pues era allí al otro lado de aquel remedo local y urbano del Hades, o ya entrados en mitología griega, nuestra particular cueva del Minotauro, donde moraba aquel cuyo nombre no consigo recordar, en serio, lo siento, pero cuya sola mención en boca de los mayores hacía que los más canijos casi nos meáramos por la pata abajo; he dicho casi, no alucinemos. No era para menos, los muy cabrones de los mayores contaban todo tipo de historias escabrosas acerca de un tipo, para nosotros "el viejo del garaje", que de acuerdo con éstas venía a ser una mezcla entre Gargantua, Jack el Destripador y Fraga Iribarne, esto es, un tarado que secuestraba a inocentes niños como nosotros para una vez en su cueva destriparlos crudos con el fin de hacer con ellos txitxikis (una especie de picadillo) o si eso para ponerlos ya directamente a la parrilla cual tiernos y sabrosos corderos asados. De ese modo, y teniendo en cuenta que estábamos como quien dice a un paso de la edad del pavo, no podía haber mayor prueba de hombría entre nosotros que atreverse a bajar la susodicha rampa para una vez enfrente de la puerta del garaje gritar el nombre del supuesto sacamantecas acompañado de inocentes adjetivos como "cabrón chupapollas, viejo hijo de puta, borracho baboso, jorobado follaviejas y otras lindezas que daban nota de nuestro excelso vocabulario en la materia para la edad que teníamos. Pero la cosa no acababa ahí, de hecho lo mejor venía a continuación si teníamos suerte y la bestia se encontraba en ese momento en su madriguera. En efecto, el verdadero chute de adrenalina era consecuencia de la carrera cuesta arriba del valiente que se había atrevido a bajar hasta la entrada del garaje y había provocado con sus inocentes interpelaciones la furia del monstruo, pues era ver asomar a éste respondiendo a nuestros piropos con otros de igual calado y salir escopeteados cuesta arriba como almas que lleva el Diablo, que estuviera a punto de atrapar más bien, no te fuera a coger el puto cojo, que decían que alguno ya había caído, que al pobre no se le había vuelto a ver por el barrio. Claro que cómo te iba a coger el viejo si apenas conseguía dar dos pasos sin tambalearse, si casi siempre se quedaba a mitad de la rampa con la lengua fuera y la pata casi que descolgada, profiriendo todo tipo de insultos y amenazas que nosotros ya desde arriba dudábamos mucho de que fuera capaz de cumplir porque para monstruos, aunque entonces todavía no lo supiéramos, para verdaderos monstruos nosotros.

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