Son las fiestas del barrio o algo por el estilo. Me di cuenta ayer a la noche porque había verbena en la explanada de enfrente del Tartierre, el estadio de fútbol del Real Oviedo que se encuentra justo encima del Parque del Oeste con el que me tropiezo a diario nada más salir del portal. Está es la segunda noche de verbena y, aunque mi señora ha cerrado la ventana del velux porque el ruido es insoportable y a pesar del calor que hace en el dormitorio, servidor, a diferencia de ella que hace ya un buen rato que se ha ido de picos pardos con el tal Morfeo, ni consigo conciliar el sueño ni concentrarme lo suficiente en el libro que tengo entre manos. Me lo impide el estruendo que aún y todo penetra a través de la ventana y que tan pronto pone un canción del Rocio Durcal en mis oídos, supongo que durante el tiempo dedicado a los más carrozas antes de que la muchachada se adueñe de la noche y los DJs que controlan sus cerebros empiecen a taladrarme la cabeza con la percutida disonancia de ese batiburrillo de sonidos eléctricos que ha sustituido a la música en la convicción de que la lírica hace ya tiempo que como para limpiarse el culo con una partitura. También es cierto que podría intentar contrarrestar el susodicho martilleo poniéndome los cascos para escuchar música de mi gusto. Pero prefiero no hacerlo porque la música lejos de adormecerme acostumbra a provocar en mí el efecto contrario. Bastante tengo ya con afrontar estoicamente la que adivino una noche de insomnio inducido. Suerte que no están los críos y puedo levantarme de la cama y andar por la casa sin miedo a despertarlos (mi señora una vez en brazos del dios de los sueños ya no hay quien la arranque de ellos así caiga un meteorito en mitad del parque; parece ser que se siente cien veces más a gusto con ese ser mitológico que la abraza y arrulla por las noches, que con ese otro capullo que de día le pone la cabeza como un bombo con sus tonterías y que no para de soltarle pullas a cuenta de cualquier pijada con tal de chinchar a su pareja por puro aburrimiento...). En cualquier caso, vago por la casa procurando hacer el mínimo ruido, moviendo sigilosamente libros de una estantería a otra porque he acabado la lectura de varios que tenía sobre la mesilla de noche y no consigo decidirme con sus sustitutos. Entretanto, la bulla pachanguera me acompaña a todas partes. Resulta insoportable, y eso que todavía me resisto a abrir las ventanas para que entre algo de aire en la casa, convertida hace ya un rato largo en lo más parecido a una sauna. De modo que mira dónde he acabado sin proponérmelo, a diez minutos de las tres de la mañana -tampoco una hora excesivamente tardía para lo que acostumbro entre una lectura y otra los fines de semana, pero que por culpa de la jarana de otros hoy presiento que se alargará hasta las tantas muy tantas: sentado delante del ordenador y aporreando el teclado casi que como único asidero para olvidarme por unos minutos de la puñetera verbena. Ahora bien, es soltar esta parrafada nocturna y notar que hasta a mí ha empezado a entrarme el sueño. Buenas noches.
martes, 30 de junio de 2015
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