Desde que cerraran la frutería y la carnicería-charcutería que había debajo de casa ya sólo nos queda el supermercado de al final de la calle para abastecernos de esas cosas que siempre se caen de la lista de la compra o de las que te acuerdas en el último momento. Pero a mí me da cosa entrar a este super. Ya antes de entrar percibo un hedor a pescado y fruta pasada que no anuncia nada bueno, nada. Luego ya dentro los malos presagios empiezan a confirmarse nada más dirigirme a la sección de frutas y verduras donde lo habitual es encontrarme con patatas y cebollas a las que hace ya tiempo que les han salido ojos. Qué digo ojos, verdaderas ramas. Pero, y por si aun tuviera alguna duda de que en este establecimiento la rotación de la verdura brilla por su ausencia, ya sólo tengo que fijar mi mirada en las manchas negras de los pimientos, tomates y calabacines, por no hablar de los espárragos verdes convertidos directamente en regaliz, para convencerme de que el género no sólo no rota sino que adem`as se pudre inmisericordemente. Tal es el estado del género que ni me atrevo a mirar a las frutas; les tengo mucho cariño y respeto y no me gustaría llevarme un disgusto mayor del que tengo ya encima. De modo que cambio de sección al instante, paso de largo la pescadería porque la pestilencia que emana no desmerece en nada a la de entrada, y llego a la charcutería para comprobar una vez más que el dependiente, un chaval del que no me cabe ya la más mínima duda que está ahí por la cuota de minusválidos, -y aquí me niego a usar otro término más políticamente correcto porque es imposible encontrar otro que defina mejor al menda-, o está fuera echando el pitillo como siempre que paso delante del hipermercado, o está echando el rato, la jornada más bien, en la cafetería donde desayuno de vez en cuando, pegando la hebra con la camarera rusa que sólo parece ser simpática con él, digo yo que por puro agotamiento. Así pues, pregunto a la que creo la encargada a ver si me puede atender alguien. Como respuesta recibo el berrido que le pega ésta a la de la pescadería para ordenarle que se acerque hasta la charcutería. La pescatera me llega jurando en hebreo y con una mirada que viene a decir más o menos que si pudiera me hacía lo mismo que le estaba haciendo hace un momento a una de las merluzas: prepararme para hacer en salsa verde. Entretanto, la encargada, la cual sospecho que recién acaba de despertar de un largo letargo, deambula de un extremo a otro del supermercado pegando gritos a todo el mundo; yo me digo que si es para mandar que retiren el género en proceso de putrefacción -lo caducado sería pedir demasiado...- ya llega tarde... En fin, la pescatera que se me engorila con la máquina de cortar el jamón, que ya no sé si he pedido doscientos gramos de cecina o una retahíla de juramentos en asturiano; si bien, y como tengo alma de filólogo, reconozco que para mí es el momento más divertido desde que estoy dentro. Luego ya con la cecina en la mano me voy a buscar otros artículos de esos de primera necesidad y, mira tú qué cosas, sé que estoy en un supermercado del primer mundo en el que de momento sigue en vigor el libre mercado y todo eso que hace que por lo general estemos sobre abastecidos; pero, es recorrer los pasillos y acordarme al momento de mi parentela venezolana quejándose todas las semanas por teléfono a mi madre porque dice que ya no hay en las tiendas papel para el limpiarse el culo o tónica de importación para los gintonics por culpa de Maduro, ¿o será por el fantasma de Chávez?, no estoy muy seguro. Qué agobio, madre, qué puto agobio. Decido que tengo que salir de allí lo antes posible. Sin embargo, como todavía tengo que comprar huevos y yogures me eternizo mirando la fecha de caducidad dado que lo que no está caducado desde hace semanas está a punto, o puede incluso que si el mes es el siguiente en realidad lo sea el del año pasado. Y ya en la caja una moza muy simpática y amable, la cual por lo menos suple así su impericia con la máquina registradora, que dice que todavía se hace un lío porque es nueva.... un mes lleva la tía. Yo alucino porque entre un botón y otro para corregir el error cometido con el anterior se va haciendo una cola del tamaño de una oficina del INEM y nadie llama a otro cajero para desatascar la cosa. Se ve que están bajo mínimos, en todo. Yo diría que lo que ocurre de verdad es que la cadena a la que pertenece el super se ha olvidado de ellos y ni les abastece, ni supervisa, ni paga sueldos, ni nada de nada, abandonados a su suerte. En fin, con la tontería me he hecho veinte minutos en el super para cuatro cosas, menos de lo que me habría costado acercarme hasta el Alimerka o el Mercadona del barrio, puede que incluso hasta los super de la zona de Las Campas; pero, joder, es que estoy en Oviedo y en cuanto abandono mi calle ya es todo cuestas y me entra una pereza que...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
UN POLVO MAYESTÁTICO
Sueño que soy Jose I de Portugal y que después de pasarme la noche en vela cortejando a la soprano más famosa de mi época, Francesca...
-
La verdad es que no le veo gracia alguna a partirle la cara a nadie con un objeto contundente, ni siquiera por el detalle de que haya sido c...
-
Dentro del saco sin fondo que contiene todos los mitos, tradiciones y puros atavismos que, según entendidos, conforman la identidad vasca, p...
No hay comentarios:
Publicar un comentario