Un rincón donde nos sentamos en los meses de verano, cuando lo permite la climatología implacable de nuestro pequeño rincón en el mundo. Falta el volumen de su presencia entre el parloteo atropellado y encendido de los presentes por cualquier pijada, su sarcasmo y sus guiños burlones en mitad de la cotienda verbal del resto, siempre un algo patriarcal en la mirada, el tiempo detenido bajo el pino de las sobremesas, confidencias del pasado con cuentagotas, una biografía sentimental a retazos que tendré que recomponer por mi cuenta y con pinzas. La mesa despejada para los cafés, gozosas naderías domésticas que no aburren, el jolgorio incansable de los niños alrededor, allá por donde revolotean dejan alegría a raudales, cuánto disfrutaba de su compañía, cómo reía con ellos, suspiros por una vida que se ha ido a la carrera, la cafetera italiana sin asa vertiendo parte de su contenido sobre el mantel blanco, la vida ha pasado demasiado deprisa, no nos hemos enterado, estábamos a otras cosas, él al tajo, siempre al tajo, incluso cuando no tenía que estarlo, necesitaba estarlo, la vida estaba ahí fuera, a saberse en forma hasta el último momento. Luego las cosas buenas de la vida son asunto de cada cual, no meterse, no dar la tabarra con el modo de vivir y pensar de cada cual, por eso no hay lamentos por lo que pudo ser y no habido tiempo para que fuese en algún momento. Atardece un sábado en pleno advenimiento del verano, refresca porque aquí siempre lo hace. Nos recojemos, lo recojemos todo. Hay demasiada tristeza a nuestro alrededor, fijar la mirada en cualquier parte y no verlo es enfrentarse a una catarata de recuerdos siempre dolorosos. De momento no hay más mundo ni horizonte que el que me deja tu recuerdo, todo lo demás es un tirar hacia adelante porque sí, sé que hay que hacerlo, también tengo motivos de sobra para ello. Deja que la tristeza me acompañe todo el tiempo que lo necesite.
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