Suele reprocharme mi compañera cierta bordería en el trato. Yo no lo niego porque sé que puedo serlo, pero también es cierto que ni de lejos todo lo que me gustaría o de lo que podría ser capaz. A decir verdad, considero que ser borde es de obligado cumplimento según con quién y en qué situaciones. Por eso admiraba tanto el sarcasmo con el que mi padre daba rienda suelta a su bordería para con todas aquellas personas que se le acercaban con el único propósito de meter el hocico en sus asuntos, esto es, con ánimo de fiscalizarle la existencia, decirle lo que tenía o no que hacer, enmendarle la plana por lo que fuera no teniendo autoridad alguna sobre él, o, ya en lo que mi juicio es el mayor acto de soberbia que se puede concebir, a darle muestras de afectos sin mediar un vínculo lo suficientemente íntimo con él, vamos, abrazos, besos, palmaditas en la espalda y demás mierdas de esas con las que se prodigan algunas personas en la convicción de que así demuestran lo cariñosas, cercanas o "cálidas" que son obviando que el respeto hacia el otro, máxime si no te une a él un lazo lo suficientemente íntimo, reside en su mayor parte en saber mantener las distancias; casi me caen peor que los veganos. Pues a mí me pasa tres cuartos de lo mismo, sólo que, y aunque algunos de los que me conocen no se lo crean, la mayoría de las veces me aguanto, digamos que mi umbral de la paciencia es premeditamente más alto que el de mi progenitor. Yo diría que hasta me siento un tanto domesticado por un sentido de la urbanidad demasiado generoso, amplio, para mi gusto. Ya con la edad voy cambiando, esto es, observando como cada vez asumo con menos reparos ciertas mañas de mi padre que en el pasado hasta me abochornaban y que ahora me parecen visos de una sabiduría tan ruda como ancestral. Y lo hago porque también tengo cada vez más claro que hay gente que con sólo verla venir de lejos ya te entran ganas de mandarlas a tomar por culo sin necesitad alguna de que medie ni media palabra. Y lo más curioso la mala fama que tienen los bordes, se entiende que entre los que los/nos padecen, o lo que es lo mismo, el innúmero de fisgones y pesados siempre al acecho. Ahora, en mi opinión la siguiente anécdota explica y justifica a la perfección el noble arte de la "bordería".
"Johannes Brams tuvo que acceder en cierta ocasión a recibir la visita de una cantante a la que él consideraba bastante mediocre.
La intención de la joven intérprete era que el genial músico le cediera una de sus composiciones para poder adjuntarla en su repertorio.
-En estos momentos ninguna de las que tengo escritas es apropiada para usted, por lo que deberá esperar un poco.
Ante la insistencia de si tendría que esperar mucho tiempo, Brahms contestó:
-No se lo puedo decir, pero las únicas canciones que le prestaría son mis canciones póstumas. Así tendré la seguridad de no oírselas cantar."
No hay comentarios:
Publicar un comentario