lunes, 12 de marzo de 2018

MEAR EN EL CAMPO NOS HARÁ LIBRES




Una de las cosas que más me gustan de estar en casa de mis padres a las afueras de Vitoria, es poder levantarme muy de mañana para salir al jardín a echar un meo entre los matorrales o al lado de los manzanos. Es sin lugar a duda uno de los desahogos más placenteros y sencillos del ser humano, un saludo mañanero a la madre naturaleza recién levantada, un reencuentro con ese austrolopiteco que todos llevamos dentro, creo que hasta un homenaje a mi difunto padre porque también me acuerdo de él en ese momento con el miembro entre las manos y el chisporrotear del chorro urinario sobre las hojas muertas alrededor, me acuerdo, cómo no, de aquellas meadas reparadoras de mi progenitor al borde de carreteras secundarias o terciarias, la cara de felicidad con la que regresaba al coche tras haber recuperado por unos minutos ese gusto por las cosas sencillas, primarias, del campo en el que había crecido.

Mi mujer no lo entiende y lo tacha de cochinada, una más. Es entonces cuando podría aludir a la manida brecha cultural entre géneros, esa obsesión de ellas por una higiene exclusivamente formal, adocenada, de inodoro reluciente como los chorros de oro y jabones varios. Pero no, seria el enesimo cliché sexista de aquellos con los que nos manejamos para teorizar acerca de nuestra mutua incomprensión. Yo ya sé que a ellas tambien les gusta mear al aire libre. Lo sé porque cada vez que vamos de excursión al campo y a ella le entran ganas de descargar, y aunque entiendo el fastidio que en un principio le supone por la engorrosa y yo añadiría que hasta poco glamurosa manera con la que ellas deben proceder a la evacuación, no puedo sino percibir su cara de felicidad al volver de tan grato y liberador momento. Otra cosa es que lo reconozca porque ahí, como en tantas otras cosas, el heteropatriarcado ha impuesto su concepción utilitaria de las féminas como seres impolutos que deben esconder o disimular su condición humana más primitiva en la convicción de que disfrutar sin tapujos de una buena meada al aire libre hace que el individuo tome conciencia de cuán a mano tiene la libertad a poco que empiece a disfrutar de los placeres verdaderamente sencillos de la vida. Y por eso, por eso mismo, siempre que me pregunta por qué tengo que ser tan cochino, se entiende que incapaz de quitarse de encima toda esa estructura mental que condiciona su anquilosada percepción de las cosas más allá de lo establecido, yo le suelo responder a voz en grito: "¡Mear en el campo nos hará libres!"

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